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La verdad es exigente y quema

Las últimas décadas del siglo XX y el comienzo del siglo XXI, han traído tales cambios que no es exagerado hablar del comienzo de una nueva época, con grandes consecuencias para los hombres y mujeres de este tiempo y para las generaciones futuras.

Entre esos cambios están, de un lado, los avances tecnológicos que por sí solos, en un par de generaciones, han originado transformaciones notables en los modos externos de vida. De otro lado, más de fondo, más en la intimidad de la persona, han sido dinamitados los principios y valores que movían a los ciudadanos hace cincuenta años, con lo que en realidad se ha producido una transformación de las personas, al par que una transformación de la sociedad.

Circunstancias impensables hace pocas décadas se han convertido en situaciones habituales y admitidas como usos sociales normales en este siglo XXI. La negación de la naturaleza humana, dejada a la elección individual; el extravío de la ingeniería genética; la descomposición de la familia y la ruptura de vínculos; la corrosiva cultura de la muerte, con el aborto y la eutanasia; o la manipulación de los derechos humanos, espoleada por activas minorías y bajo la dictadura de algunas mayorías, son algunos datos y la lista podría seguir. Ello dentro de un paganismo creciente, con el alejamiento de Europa de sus raíces cristianas: un abandono de Dios y de la trascendencia. El bienestar material y la búsqueda de placer se adoran como nuevos dioses.

Todo ello catalizado por el control de los medios de comunicación -valiosos en tantos sentidos- por parte de los detentadores del poder político y económico, con sus múltiples y oscuras alianzas, a través de persuasivos métodos de manipulación para el adoctrinamiento ciudadano y la transmisión de consignas ideológicas conducentes a cambiar el modelo de hombre, con el resultado de la pérdida del sentido moral y de la responsabilidad. Sin olvidar la corrupción en la vida pública, y la agresividad verbal de los profesionales de la política, que alejan a tantas gentes de la responsabilidad de la acción directa: una sociedad que no reacciona, es una sociedad perdida.

Esta agitación, en medio de una realidad compleja y plural, con el relativismo reinante, produce desorientación en la persona que, aun cuando no se formule expresamente, lleva a la pregunta: ¿cómo navegar en este nuevo mar: dejarse llevar, ser juguete de la moda, o ir contra corriente?, a la que dar respuesta vital, bien sea consciente o bien pasivamente al adoptar un modo de vida que definirá la persona en el futuro. En otros tiempos la respuesta era más fácil ya que se disponía de principios y valores que ofrecían una singladura segura; principios y valores que siguen existiendo, pero más difíciles de encontrar al ser ocultados.

Sin duda, lo más cómodo es adaptarse al ritmo de la corriente, asumiendo las orientaciones dictadas por el poder. Pero merece la pena arriesgarse a tener la audacia de configurar la propia vida de acuerdo con un pensamiento personal, decidir qué persona seré en el futuro. Pensar por cuenta propia: oído y mente críticos. Abiertos a la vida. Todo un desafío: la verdad es exigente y quema. Se ha dicho que hay que estar convenido de que la acción personal puede contribuir a forjar el destino futuro y el del pueblo en que se vive. Sobre todo trabajando unidos a otros. Esta es mi apuesta.

Agustín Pérez Cerrada.

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