Sueño fantástico
“El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo”
Gustavo Adolfo Bécquer
Estoy en un bosque mágico, donde todo es extraño y difícil de comprender; las hormigas son amarrillas, las tortugas caminan en dos pies, en el cielo surcan mariposas gigantes del tamaño de un avión, son pinceles formando cuadros finitos, hay azules, bermejas, blancas y negras. Los árboles parecen sintéticos, su follaje susurra cantos extraños.
Los loros no son parlanchines; extraviaron su voz. Hay un ejército de águilas enanas, abandonaron la soledad, ahora andan en parvadas, los zopilotes ya no danzan en círculos, la muerte se fue, hizo un viaje eterno y jamás regresará.
El sol es infinitamente blanco, la sombra de los árboles es café, el agua es negra y tiene un sabor extraño. En medio del bosque hay una danza, una música estridente que te hace bailar; los elefantes plateados, las jirafas rosadas, las arañas verdes y los alacranes morados, bailan en círculos, con un mismo compás. Todos son similares en tamaño; los elefantes se pusieron a dieta y no son cachetones más, las jirafas tienen un cuello normal, las arañas llevan sombrero y un bastón para caminar, los alacranes morados no pican más.
Las golondrinas fabrican sus nidos en las nubes, los cuervos son blancos, los grillos cambiaron su canto para el amanecer, ahora duermen plácidos en el anochecer, los jumentos no cargaron más; rebuznan de felicidad. Las vacas producen rico vino, te pegas a sus ubres y escoges entre brandy y vino tinto.
Los leones son del tamaño de una nuez, dejaron de ser los reyes de la selva y del bosque también, sus melenas cafés y su temible rugido los abandonaron, se mudaron con un ratón, dejaron de ser los cobardes, ya no corren despavoridos, con una gallardía feroz enfrentan a cualquier enemigo, en un momento de fricción.
Los venados tienen bigotes que les arrastran hasta los pies y sus cuernos acarician la luna, nunca mueren de vejez y menos por la cacería atroz, los búhos ya no son misteriosos, se les ve por las mañanas y en los crepúsculos del atardecer. Los ríos que hay aquí son hermosos; hay uno negro como la noche, otro azul como el cielo, otro blanco como las nubes y uno dorado como la miel.
Las manzanas son gigantes, se dan al ras de piso, hay un fruto extraño en forma de estrella, es rojizo, amarga el paladar y las entrañas. Las zanahorias son verdes como los chiles y los chiles blancos como el amanecer.
Los conejos tienen dentadura perfecta, son grandes como un carro, te montas en ellos y te llevan a cualquier lado, los osos olvidaron la miel, ahora son adictos al betabel, como es color oro su pelaje, algunas veces por gula intentan ocultar su afición por este extraño manjar, los delata el color rojo en su piel, no usan babero y no tienen modales para comer.
La noche es un océano tendido sobre el bosque, las estrellas son un techo de colores, la luna es el triple de grande, pero ya no está sola, la acompaña al parecer un planeta que se postró a sus pies, los árboles se cansan de estar parados y se tienden en el suelo para disfrutar un momento de placer, los ríos dejan de fluir, la actividad se detiene por completo en el anochecer, no hay ruido, sólo silencio, los murciélagos odian la oscuridad, se guardan en sus guaridas porque no soportan la soledad.
La actividad cesa por completo, hasta el aire deja de correr. Por las mañanas los gallos ya no cantan, los carpinteros locos te despiertan con su actividad de hacer agujeros por doquier. Cuando llueve caen quesos, jamones, tocinos y miel. Hay lugares donde se anega la miel, te das baños tan dulces como el mismísimo placer.
Despierto de mi sueño y todo regresa a su realidad, tal vez este sueño sea un atisbo del paraíso o quizá el arquetipo de la imaginación.
No lo sé, sólo lo sabe Dios.
Ejido Pamplona, Durango.
Rubén Arturo Torres,