Happy Together, 1997.
Australiano de alma asiática y vagabundo irredimible; lírico más que narrativo; crítico, irónico, detallista, heterodoxo, descubridor más que constructor, Christopher Doyle es uno de los directores de fotografía más reconocidos a nivel mundial y ha logrado dejar una huella indeleble en la cinematografía.
UN ASIÁTICO POR ADOPCIÓN
Christopher Doyle nació en Sydney el 2 de mayo de 1952. A mediados de los setenta llegó a Hong Kong e ingresó a la universidad a estudiar literatura. Dicen que allí conoció a un profesor de poesía que lo marcó en su vida y lo rebautizó con el sobrenombre de Du Ke Feng, que en cantonés quiere decir ‘como el viento’.
Luego Doyle cruzó el mar para instalarse en Taiwán, donde estudió mandarín. Su primera mirada consciente del mundo le impulsó a lanzarse a conocerlo. Él mismo, en entrevistas, ha confesado que necesitaba aprender y viajar más, y eso fue lo que lo movió a salir.
Así, como el viento, Doyle pasó su juventud de un lado a otro ya sea trabajando a bordo de barcos noruegos como marinero, en granjas israelitas como vaquero, en aldeas tailandesas como curandero y en pozos petroleros hindúes como perforador. Luego de este periplo llegaron las cámaras a su mano.
En 1978 laboró como fotógrafo del Cloud Gate Dance Theatre de Taiwán. Cinco años después debutó exitosamente en el séptimo arte con la cinta Hai tan de yi tian, del cineasta chino Edward Yang, que le valió el premio a la mejor fotografía en el Festival de Cine Asia-Pacífico, que compartió con Hui Kung Chang.
Desde su primera obra Doyle mostró cualidades excepcionales para el manejo de la cámara y una sensibilidad alejada de todos los patrones cinematográficos occidentales, hecho que a la postre lo convertiría en uno de los directores de fotografía preferidos en Oriente.
Sobre su cercanía y familiaridad con la estética asiática, el oriundo de la llamada ‘ciudad esmeralda’ declaró a Matthew Ross en una entrevista para Filmmaker Magazine: Simplemente tengo una piel equivocada. Cuando más me froto con los amarillos, más amarillo quedo. A menudo me dicen que soy un asiático con un problema de piel.
La segunda mitad de la década de los ochenta transcurrió para el australiano con cinco proyectos, entre los que destacan Lao niang gou sao (1986) del realizador chino Shu Kei, y Noir et Blanc (1986) de la francesa Claire Devers, con los que se consolidó como un esteta de la lente.
EL CICLO WAI-DOYLE
La década de los noventa comenzó para Du Ke Feng con un afortunado y productivo encuentro. El novel cineasta Wong Kar-wai lo invitó a integrarse a su segundo proyecto, Días salvajes (A Fei jingjyuhn, 1990), rodada con apenas un esbozo de guión en el que la melancolía es el leitmotiv que se ve reflejado en una fotografía de textura verde oscuro y encuadres naturales. El resultado cambiaría la vida y la carrera de ambos artistas.
Para Wai descubrir a Doyle fue, como él mismo la ha dicho varias veces, descubrir “sus propios ojos”, plasmar una mirada inconfundible en sus películas. Y es que el aporte estilístico del australiano a las creaciones del hongkonés es rotundo. No se puede entender el trabajo de éste sin la mano de aquél. Doyle por su parte ha declarado que esa primera colaboración con Wong significó empezar “a saber realmente de qué iba esto” de hacer cine. Y su aprendizaje fue premiado en el Festival de Cine de Hong Kong.
Era natural que después de tal experiencia, ambos buscaran repetirla. Y así sucedió... en seis ocasiones. En 1994 grabaron Dung che sai duk, un intrincado filme épico con escenas de artes marciales en donde lo más destacable es la fotografía de tonos ocres y azules y encuadres poéticos que luego exploraría Doyle en cintas posteriores del mismo corte, pero distinto director.
En el mismo año realizaron Chungking Express (Chung Hing sam lam), un onírico drama romántico acerca de dos agentes en el Hong Kong de los años previos a su incorporación a la República Popular de China. Fue en esta película en la que el estilo Doyle alcanzó su madurez: colores cargados, variaciones en la velocidad de movimiento, primeros planos contrastantes con los fondos, secuencias largas. Una de las grades virtudes de la dirección de fotografía es la relevancia que cobra la ciudad, la cual es mostrada como pocos lo han hecho, es decir, en una abrumadora totalidad representada en sus detalles.
Luego de rodar Ángeles caídos (Duo luo tian shi, 1995), un interesante filme sobre un asesino a sueldo que quiere dejar de serlo, la mancuerna Doyle-Wai decidió salir de Hong Kong para crear en Buenos Aires Happy Together (Chun gwong cha sit, 1997), basada en un relato del argentino Manuel Puig acerca de la tormentosa relación de dos homosexuales. La cinta, multipremiada en distintos festivales, ofrece en su propuesta visual un espectáculo de contrastes entre los coloridos interiores y los azulados exteriores del puerto bonaerense. Un gran logro para el australiano.
Pero es en Deseando amar (Fa yeung nin wa, 2000) en donde alcanza la categoría de maestro de la fotografía, con notables innovaciones como la repetición de escenas y la construcción de secuencias a partir de encuadres de distintos momentos. Además cuenta con recursos estéticos ya utilizados en trabajos anteriores como la ralentización de movimientos y primeros planos de acciones corporales. Merecidamente, el jurado de Cannes le otorgó a Doyle y a su equipo el Gran Premio Técnico.
Con la híbrida 2046 (de 2004), no sólo se completa la trilogía iniciada con Días salvajes y seguida por Deseando amar, sino que culmina un fructífero ciclo de colaboración entre Wong Kar-wai y Du Ke Feng. La película explota la estética de sus predecesoras, quizá llevándolas al extremo. Como sea, visualmente es un deleite para los sentidos.
EL ESTILO DEL VIAJERO
Pese a su diversidad de métodos de filmación, el sello de Doyle resulta inconfundible. Sin embargo, él parece ser el único que no reconoce su mérito. El estilo, lo que la gente llama ‘el estilo Christopher Doyle’, no creo que provenga de mí, proviene de la gente con la que trabajo, de la confianza que intentamos encontrar en el otro [...]. El enfoque que ellos tienen te empuja hacia cierta dirección, declaró hace algunos años al diario capitalino Milenio. Y es que para el fotógrafo más importante que la planeación es la experiencia vivida y por vivir, a raíz de la cual se van develando -no creando- las imágenes.
Por eso aunque él lo niegue, es posible encontrar ese toque único del hombre que ha recorrido el mundo en cintas trascendentes de otros grandes cineastas con los que ha colaborado. Tal es el caso de la alucinante Héroe (Ying xiong, 2002), del chino Zhang Yimou, un verdadero poema épico visual; y las líricas y filosóficas La última vida en el Universo (Ruang rak noi nid mahasan, 2003) e Invisible Waves (2006), del tailandés Pen-Ek Ratanaruang, más austeras en cuanto a recursos pero no por eso menos bellas.
Su sello también lo ha impreso en Occidente, en donde su destreza con la cámara ha producido imágenes de sumo cuidado y pulcritud, como en Los límites del control (The Limits of Control, 2009) del enigmático Jim Jarmusch; en Paranoid Park (2007) del aclamado Gus Van Sant, y La dama en el agua (Lady in the Water, 2006) de hindú M. Night Shyamalan. Con toda esta labor creativa, Doyle ha puesto nombre a la dirección de fotografía y le ha dado el protagonismo que merece.
Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx
FILMOGRAFÍA SELECTA
-Días salvajes (A Fei jingjyuhn, Wong Kar-wai, 1991)
-Happy Together (Chun gwong cha sit, Wong Kar-wai,1997)
-Deseando amar (Fa yeung nin wa, Wong Kar-wai, 2000)
-Héroe (Ying xiong, Zhang Yimou, 2002)
-La última vida en el Universo (Ruang rak noi nid mahasan, Pen-Ek Ratanaruang, 2003)
-2046 (Wong Kar-wai, 2004)
-La condesa blanca (The White Countess, James Ivory, 2005)