Foto: LA I
"Es viernes, 9 de la noche, y está por llegar mi esposo. El temor se empieza a apoderar de mí, intento que todo esté bien, la casa recogida, la cena caliente, no quiero que los niños hagan el mínimo ruido para que no lo molesten, pues no sé dé que humor vendrá el día de hoy", dice "Virginia".
"Se escucha la llave al contacto con la cerradura, los niños corren a saludarlo y él contesta de mala gana, reclama su cena argumentando que está cansado. Le preguntó cómo le fue en su día y empieza a gritar, entonces mejor callo. Le sirvo la cena y exclama: -¿sólo eso? otra vez lo mismo-, pero es lo que puedo hacer con el dinero que me da, aunque sólo lo pienso, pues temo de su reacción si trato de explicarlo. Prueba la comida y como de costumbre empieza a humillarme:
-No sirves para nada, ni siquiera sabes cocinar, eres una inútil.
Las palabras me duelen, aunque las haya escuchado infinidad de veces, son como pequeños cortes en mi corazón. Me quedo un instante sólo con mis pensamientos y cuando reacciono es porque lo veo venir contra mí".
El infierno en vida
"Trato de correr pero ya es tarde, siento su puño cerrado contra mis mejillas. Lo único que hago es gritarle a los niños que se encierren en su cuarto. Siento un golpe tras otro, los insultos vienen a la par de los golpes, mi cuerpo ya no resiste y me quedo quieta soportando no sólo el dolor físico, también el que le ha hecho a mi alma.
"Desde hace muchos años, lo veo y no reconozco a ese hombre al que yo amé. Quiero correr, el miedo me paraliza, pero en mi interior siento que necesito salir de aquí".
Esta historia se repite en muchos hogares sin importar edad, raza, status social ni económico. La violencia intrafamiliar es un problema real que va en aumento y la violencia se alimenta del silencio, sobre todo del silencio de quien lo padece, asegura Hermila Martínez Martínez, coordinadora del programa Esmeralda, que ayuda a las mujeres.