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Granados Chapa

JUAN VILLORO

MÉXICO, DF.- La Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM tuvo una época gloriosa a la que nos colábamos los que no estábamos inscritos, Gustavo Sáinz, Froylán López Narváez, Fernando Benítez y Miguel Ángel Granados Chapa cambiaban la noción de periodismo.

Granados Chapa estudió Derecho y hablaba en el tono razonado de quien imparte jurisprudencia. Humberto Musacchio ha recordado que le decían El Señor Constitución por su habilidad para referirse a la Carta Magna. Él mismo mencionaba con ironía su estilo "notarial", pero sabía que ahí radicaba su fuerza argumentativa. No es casual que uno de sus últimos empeños fuera una serie para TeveUNAM dedicada al análisis del estado de la justicia en México.

En su imprescindible crónica Los periodistas, Vicente Leñero recuerda el papel decisivo que Granados Chapa jugó en el Excélsior dirigido por Julio Scherer García y en la fundación de la revista Proceso. En medio de las crisis mantenía una serena perspectiva. Uno de sus rasgos esenciales fue el de captar la realidad con un sentido histórico. Nunca se ocupó de una nota aislada, carente de contexto. Dotado de una memoria amplísima, fue un enciclopedista noticioso: establecía conexiones entre sucesos aparentemente dispersos y mostraba que todo hecho, por sorpresivo que sea, proviene de un pasado que lo explica.

Esta habilidad tenía el mérito adicional de ser incesante. El título de su columna definió los alcances de su aventura: una Plaza Pública abierta a los sucesos.

Los periodistas prolíficos corren el riesgo de parecer normales. Están tan presentes que se convierten en una variante de la atmósfera. Germán Dehesa contaba su vida con tal minucia que transformaba su cotidianidad en parte de la nuestra. En ocasiones yo olvidaba lo que había hecho en el día pero no que Germán seguía con sarpullido.

Granados Chapa operó con la misma constancia en la arena pública. Seis veces a la semana, contribuyó a perfilar el estilo de Reforma. Leerlo era un requisito para pensar por cuenta propia, como revisar el clima antes de emprender un viaje.

Estar siempre de acuerdo con un comentarista es imposible e innecesario. Más allá de las concordancias, lo decisivo en Granados Chapa era su modo de razonar la información. Al final de sus textos colocaba un "Cajón de Sastre", con efemérides y datos de circunstancia. En su condición de historiador, Enrique Krauze encomió esa mínima y precisa historiografía diaria.

En su versión en Radio UNAM, Plaza Pública demostró que lo actual vale por su entendimiento. En tono pausado, con la voz afectada por una alergia que le producía el estudio, Granados Chapa dotaba de sentido a las noticias. Su ritmo era lo opuesto al vértigo sin contenido de otros noticieros.

Alguna vez lo vi concluir su Plaza Pública en los tiempos de La Jornada. Me sorprendió que citara fechas y datos de memoria. "Consulto cuando es necesario", dijo, para atemperar mi asombro. Esto ocurría antes de Internet, cuando los datos pertenecían a la mente y no al disco duro. Aun así, llamaba la atención la forma en que Granados Chapa archivaba sus recuerdos.

Trabajé bajo sus órdenes en Radio Educación, cosa que siempre negó porque, en su opinión, nunca dio ninguna orden. No hacía falta que lo hiciera. Lo leíamos, oíamos sus comentarios, entendíamos que ciertas preguntas eran sugerencias. Aunque rechazaba la condición de jefe, asumíamos con naturalidad su liderazgo.

Siempre nos hablamos de usted, cosa extraña para mí y perfectamente cómoda para él. Poco a poco me acostumbré a ese trato que me hacía sentir amigo de un juez benévolo.

Lector voraz, Granados Chapa estaba muy al tanto de la narrativa; conocía, también, vastas regiones de la música popular. Adalid de la independencia intelectual, defendía los derechos de sus adversarios. En una ocasión coincidimos como jurados de un premio de periodismo y apoyó con denuedo a un colega que lo había criticado con idéntica vehemencia. Vicente Leñero y yo pensamos que quizá había olvidado de quién se trataba. Pero Granados Chapa no olvidaba nada: el incómodo rival le parecía un periodista excelente.

Es imposible no relacionar su muerte con la de Carlos Monsiváis. Ambos fueron figuras claves para la izquierda democrática. Su desaparición provoca un vacío crítico. En un país lastrado por desigualdades, sobran condiciones para la emergencia de una izquierda moderna. Por desgracia, también sobra una izquierda dogmática, clientelista, incapaz de gobernar con eficacia en la mayoría de los sitios donde ha alcanzado el poder.

Como a Monsiváis, dimos por sentado a Granados Chapa, y el tamaño de su ausencia crecerá con el tiempo. Queda un legado inmenso: tres hijos brillantes, dedicados a la cultura y la academia, 16 libros que documentan nuestra historia reciente, un torrente de artículos escritos con devoción e independencia y, sobre todo, un ejemplo que conlleva una asignatura pendiente: construir un país que sea un espacio de libertad y convivencia, la Plaza Pública que prefiguró Miguel Ángel Granados Chapa.

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