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Gugghenheim: la memoria del arte absoluto

Miguel Canseco

Gugghenheim: la memoria del arte absoluto

Gugghenheim: la memoria del arte absoluto

Miguel Canseco

La Fundación Guggenheim cimenta su enorme prestigio en su colección y sus museos, espectaculares edificaciones que generan admiración y polémica, y albergan las obras de los artistas más influyentes del último siglo.

Picasso comentó en cierta ocasión: “De pequeño mi madre me decía: si te haces soldado, llegarás a general; si te haces cura, llegarás a Papa. Yo quise ser pintor y he llegado a Picasso”. Cierto, su apellido se volvió sinónimo de pintor. Ahora pensemos en otro apellido: Guggenheim, evidente sinónimo de museo.

No es exagerado afirmar categóricamente que todos los artistas relevantes del último siglo están representados en la colección Guggenheim, un arca de tesoros que incluye espléndidos lienzos de posimpresionistas como Pissarro, Cézanne o Van Gogh; una selección de trabajos de Picasso que abarca todas su fases creativas; obras con estatura de icono como los Tres estudios para una crucifixión (1962) de Francis Bacon o las célebres abstracciones de Jackson Pollock.

Cada etapa de la historia del arte tiene un caudillo y brillantes seguidores, y en la colección Guggenheim figuran todos los patriarcas de las vanguardias del siglo XX. Encontramos cuadros del primer abanderado del arte no figurativo, Wassily Kandinsky, y del grupo de la Bauhaus en su totalidad, con Paul Klee al frente. Además leyendas como Mark Rothko y fenómenos mediáticos como Julian Schnabel.

Cubismo, surrealismo, abstracción, expresionismo, arte conceptual. La lista es inabarcable y a lo largo del tiempo ha permitido la realización de exposiciones temáticas de una riqueza extraordinaria .Tomemos como ejemplo La materia del tiempo (1939), que se presenta de manera permanente en el Museo Guggenheim de Bilbao y reúne varias esculturas del escultor norteamericano Richard Serra. Hablamos de piezas a escala monumental hechas en láminas de grueso acero, un laberinto de formas que son metáfora del tiempo (ya que el metal se oxida progresivamente) y el espacio (con curvas que envuelven al visitante). Se trata de una obra importantísima y a la vez extraordinariamente costosa. Y mientras esto sucede en España, en Nueva York podemos apreciar un performance de Marina Abramović con la propia artista, inmóvil, como elemento principal.

Si el arte se funda en la recuperación de la capacidad de asombro, entonces la apuesta de Guggenheim no tiene falla: la sensación trasciende hasta lo espectacular y obliga al público a la reflexión y el encuentro con lo más selecto de la creación mundial.

EL APELLIDO

El clan Guggenheim ya poseía una fortuna cuando Solomon R. Guggenheim nació en 1861. El joven heredero fue integrado desde temprana edad a la empresa familiar donde compartió responsabilidades con sus cuatro hermanos. Su despegue como hombre de negocios se dio en México con la Compañía de la Gran Fundición Nacional. Así, podemos decir que la leyenda de Solomon comenzó en nuestro país, donde hizo florecer la industria de la fundición en el norte y logró ventajosos tratos con el gobierno que le permitieron maximizar sus ganancias. Repitió la experiencia en Chile y Alaska, y para 1895, siendo un exitoso y joven millonario, se casó con Irene Rothschild, quien lo inició en el gusto por el coleccionismo.

En 1927 Guggenheim fue presentado con Hilla Rebay, una pintora rusa que pronto se convirtió en su confidente y asesora. Rebay moldeó el gusto de Solomon y en 1930 lo llevó a la Bauhaus de Dessau (Alemania), en donde conoció a Kandinsky y adquirió cuadros de los autores europeos del momento.

Vale la pena considerar que en el mundo abundan las personas con cuantiosos ingresos; entre ellas un segmento significativo se inclina por la filantropía y apoya causas sociales. Una parte menor se interesa por el arte y se posiciona como coleccionista. Son aun menos los que en verdad desarrollan un gusto estructurado e integran un acervo con conocimiento de causa y asesoría especializada. Por eso el encuentro de Solomon y Hilla es un caso excepcional, ya que implicó el enlace perfecto entre una aguzada mentalidad artística y una fortuna casi faraónica.

Con ese contexto de fondo, en 1937 se estableció la Solomon R. Guggenheim Foundation, que dos años después patrocinó la apertura del primer museo de arte no figurativo en Nueva York, donde además de la exhibición de obras se apoyó a los creadores inmigrantes y locales que batallaban en medio de la guerra y la gran depresión financiera.

La química de Rebay y Guggenheim fue total, juntos asentaron un nuevo concepto museístico que mezclaba el arte y la publicidad, lo cual permitió que las vanguardias se impusieran en Nueva York. La concreción de su extraordinario plan se dio con la contratación del célebre arquitecto Frank Lloyd Wright, quien fue comisionado para crear un espacio único, orgánico, definido por su autor como un “templo del espíritu” donde se albergarían las piezas que el magnate veía como testigos de “la evolución de la humanidad a través del arte”.

Pero Solomon murió en 1949 y con ello Hilla fue expulsada por la familia Guggenheim. A su vez Lloyd Wright falleció en 1959, año en que entre aplausos y recia controversia quedó listo el Museo Guggenheim de Nueva York. Ni el empresario, ni la pintora, ni el arquitecto que dieron cuerpo al magno proyecto pudieron estar presentes en la apertura de su recinto más emblemático.

LOS MUSEOS

Peggy Guggenheim, sobrina de Solomon, fue un personaje de tintes novelescos. Amante del arte, involucrada en las innovaciones de la primera mitad del siglo XX, excéntrica y aventurera, reunió una bastísima colección de obras. A mediados de los setenta donó a la Fundación Solomon R. Guggenheim todo su acervo y su casa en Venecia. Fue así como nació la segunda sede de los museos Guggenheim.

A partir de los años noventa quedó claro que el concepto Guggenheim es de profuso alcance: hablamos no solamente de espacios para resguardar valiosas piezas que ayudan a comprender el devenir de las artes en este siglo, sino de programas amplios de apoyo a los artistas, y de espectaculares estructuras arquitectónicas.

En 1997 se inauguró el Guggenheim de Bilbao, diseñado por el canadiense Frank Gehry, en un evento que tuvo fuerte resonancia a nivel internacional. El inmueble de Gehry se convirtió en un clásico instantáneo de la arquitectura, suspendido a medio camino entre la escultura y la provocación. Al igual que la sede primigenia en la Gran Manzana, la de Bilbao encontró su empuje en la polémica y puso a la localidad española en el centro de la atención global.

Ese mismo año se instauró el Deutsche Guggenheim de Berlín en colaboración con el Deutsche Bank. Finalmente, en 2001 se estableció el Guggenheim Hermitage Museum de Las Vegas. Un nuevo proyecto ha sido confirmado para Abu Dhabi y en lista de espera se encuentran también Guadalajara (con un diseño de Enrique Norten) y Lituania (cuyo edificio que sería realizado por Zaha Hadid).

Pero el corazón de todo es la colección, que permite el placer de brincar de Max Beckmann a Pistoletto, de Francesco Clemente a Louise Bourgeois, de Beuys a Duchamp. De lo pictórico a lo tridimensional, de la tecnología al mero concepto. Siempre empujando al debate sobre la línea divisoria entre arte y mercadotecnia y al mismo tiempo cambiando la manera de ver y hacer arte. Guggenheim: irrefutable sinónimo de museo y de los vientos de cambio que esculpen el rostro de las creaciones del siglo XXI

Correo-e: cronicadelojo@hotmail.com

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www.guggenheim.org

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