Haciéndole al vivo
En su primera novela, titulada El difunto Matías Pascal, Luigi Pirandello desarrolla una anécdota sencilla: Matías Pascal es un bibliotecario que está harto de su vida. Su depresión y el hartazgo provienen en gran parte de la muerte de sus hijas gemelas. Una tarde, luego de discutir con su mujer y con su suegra, el bibliotecario resuelve escaparse a una población cercana para apostar a la ruleta. Justo esa tarde los vecinos de su localidad encuentran el cadáver de un ahogado en avanzado estado de putrefacción, y creen reconocer en éste los restos de Matías. Eso abre una oportunidad que el bibliotecario decide aprovechar.
Creyendo burlar el infortunio, Matías Pascal renuncia a la única certeza que tenía: su identidad. Comienza así a construir nuevos lazos, nuevas rutinas e incluso improvisa un pasado bajo el nombre de Adriano Meis: “no tanto por distraerme, como por darle cierta consistencia a mi nueva vida que campaba en el vacío, púseme a pensar en Adriano Meis, y a imaginarle un pasado, y a preguntarme quién fue su padre, donde nació…”.
Las complicaciones de ese engaño no tardan en mostrarse: sin la posibilidad de documentar la identidad que se ha inventado, el bibliotecario está al margen de la ley e incluso al margen de la vida pues “para la muerte es todavía un vivo y para los vivos es ya un muerto”.
Un rasgo hermana a Matías con otros personajes célebres de la literatura universal: su pasión por los libros. El caso más célebre del lector que es incapaz de discernir entre la realidad y los libros es Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote. Afectado por sus lecturas, lee el mundo (para decirlo con una frase de Felipe Garrido).
El personaje de Pirandello también termina leyendo el mundo: trabaja como bibliotecario y el constante trato con los libros le afecta el juicio. En el capítulo cinco de la novela dice: “de esa suerte leí de todo un poco, a la buena de Dios, pero, por lo general, libros de filosofía (...) a mí me echaron a perder el cerebro, que ya de mío lo tenía desquiciado”.
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