Hoy, es inevitable que dedique esta nota a mi mami que es un ruiseñor... a ratos, pero también puede ser una pantera, una laboriosa hormiga o una ruidosa chachalaca, dependiendo de las circunstancias. Digamos que mamá no es santa ni perfecta, tiene como yo misma sus luces y sus sombras y ni ella ni yo nos parecemos en nada a las sublimes y abnegadas madrecitas de la mitología mexicana. También es cierto que la vida tampoco le ha impuesto a mamá más sufrimiento que la infidelidad contumaz de su marido, cruz que cargó sin la menor resignación y destilando veneno. Mis personales cruces han sido otras, pero igual que mamá, la infelicidad me vuelve venenosa. Ni modo, así es la naturaleza humana y no hace excepción con las madres.
Esto viene a cuento porque en el lema de la marcha por la Paz y la Justicia en la que participamos muchos miles de ciudadanos el pasado domingo; la palabra madre contiene una especie de asco. ¡Ya estamos hasta la madre! ¿Cuál madre? Sólo que se refieran a las progenitoras de nuestros diputados, porque de no ser así, la madre de la que ya estamos hasta la ídem, no puede ser la misma que adoramos el diez de mayo, aquella santa por quien el poeta levantó su copa para brindar:
"Por la anciana adorada y bendecida/ por la que con su sangre me dio vida/ y ternura y cariño/ por la que fue la luz del alma mía/ y lloró de alegría/ sintiendo mi cabeza en su corpiño..."
¿A cuál de las tantas madres que tenemos para el uso diario se refieren las pancartas del pasado domingo? A la mamacita que linda y perfumada recibe al señor en su oficina, le chulea la corbata y le lleva el café con media cucharadita de azúcar: "como a usted le gusta, licenciado".
O de la mamasota que provoca tortícolis a los hombres cuando pavonea frente a ellos un tetamen monumental. Acaso se trata de la mamacita que tienen en casa cuidando a sus hijos, o de la santísima madre que los parió; porque como sabemos, la madrecita mexicana sirve lo mismo para un lavado que para un planchado.
Ahora que si de lo que se trata es de una expresión que indica que ya estamos desesperados por tanta inseguridad y tanto miedo, ¿entonces por qué no mejor decimos que ya estamos hasta el padre? Al menos sería más congruente ya que ha sido la asociación delictuosa de algunos hombres, la que ya hace muchos años ha venido carcomiendo como un cáncer activísimo a las instituciones, la economía, la salud, la educación y la paz de todos los mexicanos. Salvo por aquello de que "Ya estamos hasta la madre", comparto el dolor y la desesperación a la que nos ha llevado la guerra contra el narco, que no es de ninguna manera la guerra de nuestro presidente sino de todos los mexicanos, porque no hay que olvidar que el problema no lo creó Calderón; lo que él ha hecho es enfrentarlo.
Ya el 29 de septiembre de en 1997 durante el mandato del priista Ernesto Zedillo, exasperados por la situación de inseguridad y violencia que padecíamos en ese momento; bajo la consigna de "México Unido por la Delincuencia", marchamos para protestar en forma masiva. Nuevamente, el 27 de junio de 2004, más de 350 mil personas gritamos en el Zócalo "Rescatemos México"; y desesperados por la delincuencia y la violencia, nuevamente nos unimos el 30 de agosto de 2008 cuando bajo la consigna de "Iluminemos México" volvimos a marchar.
Lo que me confunde mucho, es que si primero nos quejábamos de que no se hacía nada, ahora la protesta parece ir contra el único presidente que se atrevió a encarar la situación.
Se le atribuye a Felipe Calderón y a las acciones del Gobierno Federal la violencia que padecemos. Se le atribuye también la responsabilidad por los miles de muertos, secuestros, feminicidios y ataques a migrantes que como debíamos saber, ya eran un azote social mucho antes de que el actual presidente asumiera su mandato.
Me confunde todo esto porque no quiero ni imaginar cómo estaríamos ahora si nuestro presidente no hubiera encarado a una delincuencia organizada y fortalecida por la solapada asociación con gobernadores, presidentes municipales, caciques, y como hemos visto; hasta militares de alta graduación. Supongo que los criminales seguirían haciendo de las suyas -igual que ahora- pero sin el menor freno ni amenaza. La opción puede ser un cambio de estrategia, impedir el acceso a puestos públicos a quienes tengan en su contra la menor sospecha de asociación delictuosa... no lo sé, cualquier cosa menos debilitar la autoridad moral del presidente o retirarnos de esta lucha que nos compete a todos. Tal vez tendríamos que aprovechar la experiencia de países como Italia o Colombia, donde sólo cuando la sociedad entera se solidarizó para poner un alto a la delincuencia, las cosas empezaron a mejorar.
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