En términos geográficos y de intereses económicos o culturales, Noruega parece muy lejana a los mexicanos, mas aún inmersos, como estamos, en la frenética lucha de todos los días por asegurar la vida y la comida, en ese orden. Quizá usted, como casi todos, perciba a ese país escandinavo de no más de seis millones de habitantes como uno de los más civilizados, seguros, tolerantes y de altísima calidad de vida en el mundo, lo que contribuye a la sorpresa y conmoción que causó el doble atentado terrorista que el viernes pasado cobró la vida de 93 noruegos.
Esta tragedia, sí, nos atañe como hecho noticioso, nos conmueve por humanidad y nos mueve por solidaridad con los familiares de las víctimas de la explosión de un coche-bomba en la sede del gobierno en Oslo y de la mascare de jóvenes ocurrida, minutos después, en el campamento veraniego de una cercana isla. Pero ¿nos afecta?, ¿tiene para nosotros algún significado trascendente?
A nosotros ya nos afecta severamente la violencia y una sola cifra es sobrecogedora: casi 40 mil muertes relacionadas con la guerra contra el narcotráfico. Pero aún dentro de los horrores que vivimos, no ha habido hechos como los que acaban de sacudir a Oslo y han sumido a los noruegos en la conmoción y pasmo, conforme se sabe que el presunto autor de explosión y masacre, Anders Behring Breivik, de 32 años, es un fundamentalista cristiano que antes de acribillar a su víctimas les llamó hijos del diablo, que es intolerantemente xenófobo -sobre todo antislamista- y que políticamente está vinculado a la ultraderecha representada en Noruega por el Partido del Progreso que en las elecciones generales de 2009 obtuvo casi una cuarta parte de los votos.
Ese porcentaje no es menor y coincide con un informe elaborado por Janne Kristiansen, director del servicio secreto noruego (PST) en el que documenta el aumento de las actividades de los grupos radicales de extrema derecha durante 2010 y advierte de su crecimiento en 2011, lo que podría conducir a una polarización mayor de la sociedad y a violentos disturbios.
De manera que el gobierno del primer ministro Jens Stoltenberg soslayó la amenaza real de la extrema derecha, presente en los mensajes de odio que propaga por todos los rincones de aquel país y muchos otros de Europa y América.
Un ejemplo es el video clip que el terrorista nórdico subió a YouTube con el título El manuscrito de Anders Behrin (http://www.youtube.com/watch?v=zwpKgWtFhcY) en el que se asume como un "cruzado" que debe liberar a Europa de la invasión islámica al costo que sea y muestra fotomontajes de su rostro en el cuerpo del rey Harald y en el de un mercenario, lo que sin duda revelan que algo está podrido en ese y otros Estados nórdicos que han sido siempre un ejemplo envidiable de sociedades avanzadas.
Ya que recuperamos de Shekespeare el calificativo "podrido" que utilizó para describir al reino danés del inolvidable Hamlet, busquemos en otros referentes literarios luces sobre lo que ocurre, una explicación de la vida más allá de la propia realidad. Y qué mejor que las novelas negras de autores noruegos y de otros países escandinavos que, durante los últimos años, han tenido un verdadero boom.
En ellas, autores como la exministra de Justicia noruega Anne Holt, el novelista sueco Henning Mankell o el reportero de investigación Stieg Larsson hablan de torturas, magnates, siniestros, asesinatos, sed de venganza y radicales de todo tipo como, en su momento, las tragedias griegas hablaban de eso, de las tragedias de aquella sociedad.
Mankell creó un personaje llamado Kurt Wallernder que es una cansado detective que se alimenta de comida chatarra y se traga todas las malas ondas del mundo, y que, explica su creador, simboliza la lucha contra las pulsiones oscuras contra una sociedad sólo aparentemente perfecta.
Larsson, por su parte, en los tres volúmenes de su exitoso Millenium refleja el malestar en el paraíso del frío, de una sociedad que se aleja de la utopía para sumergirse en un mundo muy violento y gravemente herido.
Así que lo ocurrido en Noruega no sólo nos incumbe por razones de solidaridad y misericordia. Nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad de creciente violencia producto de una grave ruptura del tejido social, nos advierte del avance incontenible de los radicalismo de la ultraderecha y nos recuerda, también, que no existen sociedades perfectas. Nos dice con dolorosa crueldad que algo anda muy mal en el mundo y que ese algo atañe a todos los humanos como especie.
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