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Increíble

Diálogo

YAMIL DARWICH

Sé que los más jóvenes lo van a dudar y quizá ni creer, por ello, le he llamado a esta entrega: "Increíble" y está dedicada a ellos, esperando sirva de motivación para buscar la verdadera calidad de vida.

Son algunos antecedentes, usos y costumbres que teníamos en la Comarca Lagunera y que, desgraciadamente, han ido desapareciendo.

Le insisto: es falso aquello de "todo tiempo pasado fue mejor" y que hay cosas negativas que vivimos hace más de medio siglo, mismas que hemos superado, esperando no volver a sufrir.

Hemos avanzado considerablemente en calidad de servicios públicos, ni qué decir en los de salud, aunque tengamos fuertes quejas de algunos de ellos; solamente, como ejemplo, recapacitemos y recordemos cómo nuestros antecesores de escasos recursos económicos, simple y sencillamente morían en casa con pobre o sin atención médica, al no contar con los asistenciales.

Sí, hemos madurado como sociedad y para demostrarlo le ofrezco otro ejemplo: los laguneros somos líderes en crear y poner en servicio organizaciones no gubernamentales, muestra de solidaridad y subsidiaridad regional.

También hemos perdido particularidades que nos identificaban, haciéndonos más grata la existencia; las escribo, con el ánimo de estimularle a intentar recuperar algunas de ellas, las más posibles.

Seguramente los mayores recordarán la calidad de convivencia social que tenían los habitantes de La Laguna de los años cincuenta; los vecinos se conocían entre sí y cumplían aquello de tener la confianza para pedir "prestada una tacita de azúcar"; era muy agradable ver, al caer la tarde, cómo las banquetas de las calles se llenaban con sillas ocupadas por los habitantes del barrio, comentando y compartiendo en franca convivencia social.

Ni qué decir de las puertas de las casas; aún recuerdo mi barrio, en plena zona Centro de Torreón, ahora tan temido; viene a la memoria mi época de niñez y cómo estaban abiertas de par en par, quizá sólo con una hoja secundaria, -generalmente hechas con bastidores de madera o fierro y cubiertas con tela de alambre para evitar la entrada de moscas y "moyotes"- sin cerraduras o pasadores y, eso sí, con un resorte que aseguraba regresaran a su lugar, si acaso salíamos "disparados" del hogar.

Las familias, algunas muy grandes, con más de diez hijos, tenían horarios y espacios establecidos para convivir; las comidas se hacían en comunión y las fechas conmemorativas se respetaban como compromisos de encuentro ineludible y esperado.

Los adolescentes paseábamos por la ciudad: algunos a pie y otros en vehículos prestados por los padres; casi nadie tenía coche propio y tampoco lo necesitábamos.

Las fiestas familiares eran frecuentes y los más atrevidos osábamos "colarnos" y participar en ellas fingiendo ser invitados.

Sorpréndanse: las novias debían regresar no más tarde de la una de la madrugada y entre semana a las diez de la noche.

Íbamos a los bailes tradicionales, con nuestro -generalmente único- traje y alguna corbata prestada para "cambiar de imagen"; al salir, transitábamos por las calles principales sin temor a ser asaltados o maltratados, a lo más, alguna patrulla policiaca pudiera detenernos y preguntar nuestro destino.

Claro que en esas veladas juveniles callejeras había accidentes, generalmente automovilísticos y por descuido de los choferes; algunos, los menos, alcoholizados y de trágicas consecuencias.

Las tradiciones eran cuidadosamente preservadas: los desfiles conmemorativos, esperados con altas expectativas por padres que querían ver a sus hijos marchar y los estudiantes concentrados en hacer nuestro mejor papel y lucirnos ante familiares, amigos y novias.

Las peregrinaciones religiosas también eran ampliamente festejadas; los mayores recordamos a bellas damitas, banqueros, comerciantes e industriales, esforzándose por marchar uniformemente el día que les correspondía visitar a la Virgen de Guadalupe; claro, también estaban los bromistas que se apostaban en las calles para hacer reír a los espectadores con sus ocurrencias, teniendo sus contrapartes en los "viejos de la danza", que gozaban asustando a niños y algunas jovencitas, que aprovechaban el "miedo" para abrazar al novio.

Hoy vemos desfiles y peregrinaciones desorganizados y deslucidos.

Visitar la Feria del Algodón y de la Uva, era un evento anual esperado con ansia; asistir a disfrutar exposiciones industriales, ganaderas y comerciales, representaban placer, garantizada la seguridad pública, aunque hubiera algunos "desaguisados" ocasionales.

Hoy ya no es aparatosamente comercial, de la uva, ni tiene multiplicidad expositiva.

Las autoridades eran respetadas y reconocidas; profesores y médicos tenían un lugar especial de reconocimiento y hasta los curas cumplían horario abierto, sin dudar en dar servicios religiosos extraordinarios.

Desde luego que no habían sido descubiertos los grandes inventos electrónicos y la televisión era diferida; ver un partido de futbol o una pelea de box de días o semanas atrás eran simplemente "maravillas", que tampoco nos hacían falta.

Algo no anda bien cuando las ventajas de la modernidad no hacen a los muchachos tan felices como lo fuimos nosotros. ¿Podremos mejorar?

Ydarwich@ual.mx

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