La repercusión de la recesión económica mundial en el Oriente Medio ha generado un fenómeno de descontento ciudadano en el estado de Israel, similar a lo que acontece en algunos países europeos azotados por la crisis, entre los que destacan los casos de Grecia y España.
El fenómeno tiene semejanza con lo acontecido meses atrás en los pises árabes del norte de África, que produjo en Egipto, Yemen y Libia, convulsiones políticas en contra de los gobiernos de esos países, que hasta la fecha continúan.
En el caso de Israel fue convocada la llamada protesta del millón de manifestantes, que si bien no llegó a cumplir la meta fijada, sí se tradujo en la respuesta de al menos cuatrocientos cincuenta mil ciudadanos reunidos en Tel Aviv y Jerusalén, en eventos simultáneos de protesta y reclamo por mejores condiciones de vida, que dado el talante otrora estoico de este pueblo, acrisolado en la lucha y el sacrificio por su territorio, no tiene precedentes en el Estado judío.
La inconformidad tiene como detonador de la crisis económica el tema de vivienda, a raíz de la desocupación de que han sido objeto innumerables familias de sus respectivos hogares, siendo condenados a vivir en la calle o en el mejor de los casos a refugiarse en las casas de familiares o amigos.
El caso israelí tiene agravantes específicas, porque se trata de un Estado que carece de integración en su entorno regional, debido a la beligerancia con sus vecinos árabes que marcó el origen y desarrollo del Estado judío y con mayor razón en la actualidad, en que está en el poder un gobierno emanado del Partido Likud que se caracteriza por su política agresiva, llevada al extremo por el actual primer ministro Benjamín Netanyahu, un halcón formado en las fuerzas de élite del ejército israelí.
Se entiende que una política guerrera como la que es objeto de comentario haya sido un obstáculo para generar una economía productiva, por lo que a estas alturas lo único que explica el desarrollo económico previo del Estado judío, es la ayuda internacional proveniente de los Estados Unidos en función de los intereses militares de Norteamérica en la región, de las comunidades judías de la diáspora y desde luego, de la indemnización impuesta al pueblo alemán a cuenta del llamado Holocausto.
La crisis que azota al pueblo de Israel, fue prevista en sus días por Shimón Peres, político del Partido Laborista que compartió el Premio Nobel de la Paz con el dirigente de la resistencia palestina y posteriormente jefe del Estado Palestino Yasser Arafat, por el trabajo conjunto de ambos en la búsqueda de un entendimiento negociado como solución al conflicto.
A mediados de los noventa del siglo pasado, Peres publicó un libro que tituló Año Cero, para marcar una especie de inicio a partir de un "borrón y cuenta nueva" que permitiera a judíos y árabes de la región superar el pasado, y acceder a una era de paz basada en la integración social y productiva de los países del Oriente Medio, a través de una estrategia conjunta para construir una red carretera común, un sistema de plantas potabilizadoras de agua y una propuesta integral de construcción de infraestructura industrial, que permitiera la generación y reparto de riqueza en aras de un bienestar general compartido de árabes y judíos.
El libro y propuesta referidos vieron la luz hace diez y siete años, pero el ánimo belicoso de las partes atizado por los extremistas de ambos bandos, ha mantenido cerradas las puertas de la colaboración que requiere el ambicioso proyecto.
No es raro, en consecuencia, que ante la actual crisis económica mundial que reduce la ayuda del exterior al Estado de Israel, la falta de soluciones autónomas alternativas amenacen no sólo la estabilidad del Estado judío, sino su existencia misma.
