Inmigrantes de aquí y de allá
México se ha quejado tradicionalmente del trato que en Estados Unidos se da a los trabajadores mexicanos. Sin embargo, cada vez que han surgido quejas sobre el trato que en México se da a los inmigrantes, los funcionarios nacionales han buscado soslayar lo que aquí ocurre. Los malos tratos a los inmigrantes en nuestro país, decían, no son producto de una estrategia sistemática del gobierno sino en todo caso de circunstancias ocasionales o de la acción de criminales.
Los funcionarios locales, empero, ya no deberían atreverse a opinar sobre el tema. Las críticas acerca de la actuación de las autoridades mexicanas se han venido multiplicando. Las afirmaciones del padre Alejandro Solalinde de Oaxaca en el sentido de que los indocumentados aztecas están siendo cazados por criminales, con la negligencia o incluso la complicidad de los agentes migratorios mexicanos, han sido comprobadas como una realidad cotidiana. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha señalado que miles de inmigrantes han sido secuestrados por el crimen organizado.
Las negativas tienen ya poco peso. Cientos de cuerpos de inmigrantes han sido encontrados en fosas clandestinas en Tamaulipas, Durango y otros lugares del país. En Chiapas y Oaxaca se han confirmado casos de secuestros masivos en que los inmigrantes son esclavizados, las mujeres violadas y muchos aniquilados.
El problema es en buena medida producto de nuestras leyes. Al igual que en Estados Unidos, el Instituto Nacional de Migración se dedica a buscar inmigrantes ilegales para deportarlos. Esto hace que los indocumentados hagan todo lo posible por escapar a cualquier presencia de las autoridades. La necesidad de pasar inadvertidos ante los agentes de migración hace a los indocumentados particularmente vulnerables a los abusos de los criminales. Pase lo que pase, los inmigrantes rara vez deciden buscar la protección de las autoridades mexicanas.
México se encuentra ante una posición muy complicada. La mayor parte de los mexicanos cuestiona la política migratoria de los Estados Unidos, que criminaliza y expulsa a los indocumentados, pero defiende la misma política en México.
Las leyes migratorias mexicanas son de hecho más duras que las de Estados Unidos. Aquí los extranjeros carecen de cualquier derecho y pueden ser expulsados a discreción por la autoridad. A la dureza de las leyes nacionales hay que añadir la corrupción de los agentes de migración. Muchos de los inmigrantes indocumentados se quejan de lo estricto de la legislación estadounidense pero de los abusos, la corrupción y la crueldad de los mexicanos.
Esto nos pone en una situación de hipocresía. O dejamos de criticar los esfuerzos de Estados Unidos por hacer cumplir su ley migratoria o ponemos nosotros también en orden nuestra casa y dejamos de abusar de los migrantes en nuestro país. Ello nos obligaría, sin embargo, a tener una ley mucho más liberal en el acceso de extranjeros a México.
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