Sin pena ni gloria se llevó a cabo la semana pasada la reunión cumbre entre los presidentes Barack Obama y Felipe Calderón.
Sorprendió que en las declaraciones oficiales reinara la camaradería al grado que la controvertida republicana Sarah Palin sostuvo que el mandatario mexicano fue a Washington a regañar a su homólogo de Estados Unidos.
Los medios norteamericanos destacaron el acuerdo en materia de transporte que habilita a México a manejar carga en las carreteras norteamericanas, tema que había sido vetado durante años en Estados Unidos a pesar de estar incluido en el Tratado de Libre Comercio de 1994.
La noticia intentaba ser positiva y expresar la buena voluntad del gobierno de Obama hacia México, pero fue aprovechada por los líderes sindicales del transporte y los activistas anti-mexicanos para lanzar todo tipo de vituperios contra la inminente llegada de camiones y choferes provenientes del vecino del sur.
Como si en México todavía se utilizaran las carretas de bueyes y los camiones de la segunda guerra mundial, los críticos advirtieron sobre los daños ecológicos, carreteros y hasta los accidentes que supuestamente ocasionará esta acción que, por cierto, todavía tiene que ser discutida y aprobada por el Congreso en donde Obama y los demócratas están en desventaja.
Pero curiosamente los temas duros del narcotráfico, violencia fronteriza, el crimen del agente Jaime Zapata y los abusos contra inmigrantes mexicanos fueron dejados a un lado en las declaraciones públicas y poco se supo de los acuerdos que en privado tomaron Calderón y Obama.
Todo quedó en buenas intenciones y en posturas diplomáticas lo cual podría ser benéfico para ambos países si no fuera porque basta que cada presidente y su comitiva regresen a sus trincheras para que sigan los desencuentros, las críticas y el malestar entre dos gobiernos que han sido incapaces de establecer una relación sólida, fructífera y respetuosa.
Y es muy fácil explicar los motivos. En primer lugar, el presidente Barack Obama conoce muy poco sobre México y sus intereses políticos están muy alejados de la región latinoamericana.
Antes de asumir el poder en el año 2009, Obama nunca había pisado suelo mexicano y seguramente tampoco tenía conexiones con políticos o familias mexicanas como las tuvo en su tiempo Ronald Reagan o George Bush padre.
Por su parte, Calderón estudió un posgrado en la Universidad de Harvard y ha realizado infinidad de viajes familiares y profesionales a la Unión Americana. Pero tampoco es experto ni un conocedor de las relaciones México-Estados Unidos y lo ha demostrado con declaraciones desafortunadas que han dañado la comunicación entre ambos países.
Quizá lo único positivo de esta historia es que tampoco existe hostilidad de dichos presidentes contra el país contrario como lo vivimos en el pasado, especialmente en México con mandatarios que con su exacerbado nacionalismo complicaron las de por sí difíciles relaciones diplomáticas entre dos naciones unidas por una larga frontera de tres mil kilómetros.
En las próximas semanas podremos apreciar si la cumbre sirvió de algo o si por el contrario, veremos en poco tiempo los enfrentamientos que ya son comunes y constantes entre organismos públicos y agrupaciones civiles de ambos lados de la frontera.
En las regiones San Diego-Tijuana y El Paso-Ciudad Juárez las autoridades norteamericanas tienen deudas pendientes, esto es aclarar y castigar a los responsables de las muertes de inmigrantes mexicanos que siguen en el limbo legal como es el caso de Anastasio Hernández, fallecido por los golpes y descargas eléctricas que recibió en San Ysidro, en mayo de 2010.
Lo mismo el asesinato del menor Sergio Adrián Hernández, acribillado en la frontera de Ciudad Juárez por un agente de la Patrulla Fronteriza durante el mes de junio, también del año pasado.
¿Por qué cuando se asesina a un agente del ICE se procede manera tan diligente en ambos lados de la frontera, pero cuando se trata de un inmigrante cuyos victimarios son perfectamente conocidos, se echa tierra, hermetismo y cerrazón al asunto?
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