¿Kilos o medidas?
La báscula es el ‘coco’ de incontables hombres y mujeres que sufren ante la sola idea de subirse y ver en ella un enorme número. Pero a la hora de hacer dieta o ejercicio ¿qué es realmente mejor, bajar de peso o perder medidas?
Cuando nos hacemos el propósito de ponernos en forma solemos ir al nutriólogo e inscribirnos al gimnasio. Sabemos que nos medirán y pesarán, a fin de ayudarnos a definir la meta que queremos alcanzar para nuestra apariencia. Luego de un par de semanas de ‘portarnos bien’ con la comida volvemos a consulta y felizmente notamos que nos deshicimos de tres kilos... no obstante, el pantalón que nos ceñía sigue apretándonos igual. O al cabo de 15 días de sudar en el ‘gym’ sentimos que la ropa empieza a aflojar o se nos ve mejor que antes; pero la báscula asegura que hemos perdido apenas 500 gramos.
Adelgazar no necesariamente significa bajar de peso. Lo que el ‘temido artefacto’ nos muestra es la suma de diferentes factores como son órganos, huesos (y a mayor amplitud o longitud ósea, más kilos), líquido en nuestro organismo, músculo y grasa. Por ello hablando en términos generales es más significativo disminuir medidas, pues usualmente un abdomen, una cadera o unos muslos menos gruesos muestran que nos hemos deshecho de grasa.
No obstante, la obesidad es un problema multifactorial y debe enfrentarse de acuerdo a cada persona según su edad, estatura, constitución física, actividad y por supuesto hábitos alimenticios.
Así, en algunos casos lo primordial es bajar de peso. Esto puede determinarse de acuerdo al índice de masa corporal (IMC) que se posee. Cuando dicho indicador nos etiqueta con obesidad u obesidad mórbida, lo primordial es perder kilos. El IMC es fácil de calcular. La formula es la siguiente: IMC= Peso / Estatura2. Según el número que obtengas, toma en cuenta estos estándares, válidos para ambos sexos.
Por ejemplo, alguien que mide 1.65 y pesa 57 kilos tiene un IMC de 20.93, así que se encuentra en un rango normal; pero si alcanza los 69 kilogramos su IMC es de 25.34, lo cual implica sobrepeso. Y si llega a 82, el IMC es de 30.11 y hablaríamos de obesidad.
EL MITO DE LA BÁSCULA
La báscula se ha convertido en un mito; culturalmente nos centramos en la cifra que aparece en ella y por eso a un sinfín de individuos le avergüenza decir cuánto pesa; aun si su apariencia es atlética se sienten intimidados por un ‘numerote’ que pareciera no corresponder a su figura. No obstante es importante romper con esa creencia. El peso se modifica por muchas razones que no tienen que ver con la grasa corporal.
Para entenderlo mejor, veamos algunos casos clínicos basados en ejemplos del doctor Rafael Bolio, autor de varios libros que abordan el tema de dicho mito.
Caso 1. Después de una quincena de estricta dieta, pasando hambre al punto del dolor abdominal, un ama de casa descubre que no bajó de peso sino que... ¡aumentó! Su decepción se transforma en frustración y finalmente en furia. No sabe que lo mismo le pasa al 20 por ciento de la gente que opta por un régimen muy severo. Y si pusiera más atención a sus medidas, se llevaría una grata sorpresa.
Caso 2. Una chica sometida a régimen alimentario sale de vacaciones a un lugar caluroso. Luego de un par de días nota un incremento de dos kilogramos, si bien la ropa le sigue quedando igual. Desconoce que las altas temperaturas ambientales propician la retención de agua.
Caso 3. Un joven decide sumar ejercicio a su dieta reductora. Luego de 15 días, ¡oh desilusión!, ve que subió de peso. Molesto, abandona el gimnasio sin darse cuenta de que sus brazos y piernas comienzan a sentirse más firmes, pues sus músculos están creciendo y poco a poco reemplazan lo fofo en sus extremidades.
Caso 4. Un hombre va a una fiesta, ingiere bebidas alcohólicas y ¡aumenta dos kilos en sólo una noche! Ignora que el alcohol favorece la retención transitoria de líquidos.
Caso 5. Una señora acude a un consultorio de moda para ‘ponerse en línea’ y sale con pastillas, polvos y tés que la hacen acudir al baño cada hora. En un par de días la báscula se ha vuelto su mejor amiga, porque le dice que está librándose de los kilos, sin saber que no pierde grasa sino agua.
Caso 6. Una ejecutiva que sigue una dieta de reducción de carbohidratos acepta una porción de pastel que le dan en la oficina. Al siguiente día, ve horrorizada que ganó dos kilos. Pero no es que los 100 gramos del postre se hayan multiplicado al digerirlos, sino que las dietas bajas en azúcar deshidratan al cuerpo, y al recibir un poco de ésta, el organismo ‘atrae’ agua.
TU META: EQUILIBRIO
Una alimentación correcta y balanceada, junto a un buen plan de ejercicio, constituyen el elemento más importante en el dominio de nuestro cuerpo. Lo ideal es lograr un equilibrio de peso y medidas acordes a nuestra estatura. Un especialista (nutriólogo) puede ayudarnos a ‘echar cuentas’ de lo que nos hace falta perder (o más bien ganar, en salud y apariencia).
Te presentamos unos tips que te pueden ayudar en tu objetivo, una vez que sepas si debes consultar la báscula o la cinta métrica.
Contra el peso:
-Cambia tu alimentación (consume menos calorías de las que tu cuerpo gasta).
-Realiza ejercicio regular o camina 30 minutos diarios.
-Fíjate metas realistas, como deshacerte de 200 a 350 gramos por semana.
Contra las medidas:
-Despídete de los alimentos grasosos.
-Practica ejercicios localizados y de rutina.
-Integra a tu dieta piña, papaya, espinacas y naranjas, que ayudan a brindar tono muscular.
Una caminata diaria o acudir al gimnasio con regularidad, darán por resultado una reducción de peso en forma tranquila; anota tus medidas en una libreta y lleva un registro de cómo evolucionan tu tórax, brazos, abdomen, caderas y muslos. No te desesperes y sobre todo olvídate de la báscula como obsesión.
Correo-e: dramayela@hotmail.com