A la memoria de Miguel Ángel Granados Chapa, una voz indispensable
Cada día se comprueba que el sistema político mexicano está atrapado y que no hay el más mínimo interés de hacer cambios a fondo para transformarlo. Cada intento de reforma se queda en buenas intenciones ante la dinámica de intereses partidistas o poderes fácticos. Los políticos y sus partidos han perdido la brújula para conducir al país y representar a la ciudadanía.
Durante los últimos días las experiencias han sido contundentes. Primero se dejó incompleto al IFE, porque el PRI quiso quedarse con dos de los tres espacios, pero PRD y PAN no lo dejaron. Después vino la propuesta de gobiernos de coalición, que no es lo mismo que alianzas electorales, sino un procedimiento para integrar gabinete y agenda legislativa. Más adelante llegó la revisión de la reforma política en comisiones de la Cámara de Diputados, que cada vez tienen menos piezas importantes y, al paso que va, llegará a aprobarse sin un cambio relevante, y su aplicación será para dentro de varios años. La semana terminó con un gran desencuentro entre el Movimiento por la Paz y Calderón, en donde quedó establecido que hablan de dos mundos irreconciliables. Y como remate conocimos la nueva versión del "peligro para México", Calderón inició la guerra sucia del año 2012: sugirió que el PRI, o por lo menos algunos, estarían dispuestos a pactar con el narco.
En este cuadro de figuras deformadas, casi cubistas, podemos reconocer las obsesiones y las taras de la clase política que se ha extraviado en sus intereses, y que ha perdido de vista al país que quiere gobernar.
El caso del IFE mocho es la expresión más acabada de que el proyecto de tener instituciones autónomas y fuertes, con capacidad para hacer el arbitraje de los procesos democráticos, se ha cancelado en el cálculo de las cuotas que quieren los partidos. El caso del PRI es enfermizo, quiere representantes orgánicos, no consejeros independientes. ¿A qué le teme si se siente tan seguro y sobrado de ganar la Presidencia? Quieren ganar el partido y que el árbitro sea de ellos, lo cual habla de que no tienen la más mínima idea de lo que es el juego limpio y el respeto a la legalidad.
Ese mismo partido en San Lázaro se ha encargado de dinamitar la reforma política. Ese PRI, que sigue las órdenes y consignas de Enrique Peña, el joven precandidato con hábitos de viejo dinosaurio, es el que fue contra la reelección y la revocación de mandato. Es de tal naturaleza el adelgazamiento de la reforma política, que ha dejado de tener sustancia. Si ese es el consenso, mejor que se queden con su reforma, porque todo indica que habrá que esperar mejores tiempos y más fuerza de una coalición progresista para establecer reglas y salir del pantano actual.
En esa perspectiva, se ha propuesto un gobierno de coalición. Es necesario dejar claro que lo más sano es pensar las reformas de forma independiente a los actores para establecer instituciones sin carga de intereses específicos. La figura de gobiernos de coalición es sólo una pieza para generar mecanismos que formen mayorías no artificiales y saquen adelante una agenda legislativa. En Brasil, donde hay un presidencialismo de coalición, desde la misma Constitución de 1988 se pusieron reglas para que el presidente pueda formar una coalición de gobierno, en donde se integran diversos partidos al mismo gabinete presidencial y se forman mayorías, como un sistema cercano al parlamentarismo europeo.
En México llegó la competencia y la alternancia; entramos a la época de los gobiernos divididos y minoritarios desde 1997, lo cual dejó al presidencialismo mexicano sin los mecanismos para funcionar sin mayoría en las urnas. Otro caso es el de Argentina, que tiene un presidencialismo que funciona a través de decretos, una medida extrema que se regularizó en el funcionamiento cotidiano. Con este procedimiento se ha gobernado en las últimas décadas. Aquí en México no tenemos mayoría, ni coalición, ni decretos, por eso el presidencialismo mexicano de minoría se ha vuelto muy ineficiente para gobernar.
Una de las más urgentes necesidades del país es recuperar la brújula y establecer los cambios necesarios, recuperar la autonomía de las instituciones, hacer políticas de Estado en desarrollo, que nos permitan salir de la actual parálisis y mediocridad y poner en el centro a la gente. Recuperar la brújula supone ir a una nueva opción, no el PAN, que ya probó su incapacidad, y menos regresar al PRI, que ya sabemos cómo gobierna, sólo hay que ver hacia el Estado de México, Oaxaca, Puebla, Coahuila o Veracruz.