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La Cacariza Abandonada

Relatos de andar y ver

ERNESTO RAMOS COBO

En mi pasado post me lamentaba de nuestra escasa participación ciudadana, la desconectada e inmóvil sociedad que no se cohesiona para procesar los reclamos. Mencionaba que "reconocemos nuestro equilibrio frágil, ficticio, y que las cosas pueden empeorar con este cimiento roto y desigual. Pero aun así hacemos como sí nada ocurriera. Cerramos los ojos, y muertos, a costa del desencanto, nos sentimos imposibilitados de generar una ebullición legítima, detenidos, a medias, inmóviles. Cerramos los ojos. Sin que brote una vorágine que proponga y construya. Una vorágine que sea escuchada. Una espontánea actividad proactiva que contrarreste dinámicas destructoras".

Eso lo había yo escrito para mi colaboración del pasado domingo en El Siglo de Torreón. Y, aun estaban calientes esas letras, cual si se tratara de bollo recién salido, cuando nos sorprendió la tragedia del asesinato del empresario Valdez Berlanga, para recordarnos "que las cosas pueden empeorar con este cimiento roto y desigual".

Un hecho cobarde, alevoso y condenable. Un acontecimiento que orilló a diversos grupos empresariales a lanzar un grito conjunto. Un grito desesperado por la dramática situación que golpeó al corazón de uno de los suyos. Sintiéndose agredidos, los empresarios alzaron la voz, grupo con recurso, picaporte, posibilidad, eco. Con palabras ásperas mencionaron hartazgo. Con voces decididas amenazaron paro y el no pago de impuestos.

Los medios nacionales hicieron eco de ese grito desesperado. Y Torreón atestiguó la voz conjunta más decidida en nuestros años de violencia. Se alzó la voz. Se hizo eco. Y después se caminó con el guante en el bolsillo al tee-time de las 9:15, pinchi swing ya lo estoy mejorando saborzzo, las elásticas bien helodias para pagar las apuestas..., ¿no le hace?

Sí. Estuve en la terraza del Campestre y la vi atiborrada de encopetadas, degustando, muy indignados y muy paranoicos con la violencia, al ritmo de un gyn de consola.

Miren: aquí cualquiera hace lo que se le hinche la hebilla de la yugular (y digo esto para que mi editor no me censure, ya saben, luego les da por proteger los oídos de la ciudadanía). Es más, digamos que cualquiera hace lo que se le inflame un testículo, o un ovario. Así que si usted quiere irse a dormir la tarde entera me parece perfecto, o perder la tarde con la cacariza, también me parece ideal; más de favor le pido, para sus paranoias empresariales de inseguridad (que amenazan dejar de pagar impuestos, aun ante nuestros raquíticos niveles de recaudación), que recuerde que más allá de la Colón, y en las periferias, y en las colonias, y en nuestros parques, y en las calles, y en las esquinas, detrás de los mostradores, barriendo las banquetas, regenteando el Oxxo, fichando en la esquina o vendiendo cacahuates, aquí o allá, o acullá, en nuestras calles y bajo nuestros mismos calores, está el lagunero desfavorecido, el que no tiene dinero, el que no le alcanza el sueldo, el que diariamente batalla para el útil del chavo, el que de 7 a 22, el que finalmente ha vivido sumido en un esquema recurrente de segregación, de racismo, de desigualdad, de explotación, esos ciudadanos invisibles.

Precisamente, la injusta existencia de esa ciudadanía golpeada, lastimada, reiteradamente segregada, lastimada y excluida, es parte fundamental del problema que ahora nos aqueja; el "cimiento roto y desigual". Cierto es que la erradicación de la pobreza extrema, la disminución de la diferencia de clases, la mejoría en la educación, transita por un tortuoso camino de políticas públicas que se avizora generacional. Que nada cambiará de la noche a la mañana. Pero no podemos quedarnos aislados en la vitrina sólo lamentándonos. Apáticos justo porque no podemos hacer nada.

Mire, usted: usted que se cree de alcurnia, o de más billete, o de lo que sea: involúcrese y participe también en ese esfuerzo de disminuir los rezagos, quítese los miedos maestra, no sea usted apática, la neta no hay tos, láncese al centro con su prójimo, a la Plaza de Armas donde los charales son de a peso, coadyuve con algo de acción, algo que sume, algo de consumo también por acá, quítale algo de tiempo a la cacariza, no sea hojaldra, ese tiempo y billete se necesitan más acá que en el North Star Mall, al cabo esperar a su señora afuera de la tienda, rodeado de bolsas, es aburrido y atorrante, y tú lo sabes, veme a los ojos, tu sabes que esa espera en esa banquita con tus bolsitas es eterna, ¿o estoy mal?; mejor vamos a trabajar, participar como ciudadanos en México, invertir, gastar en México, conocer México, disfrutar México, y mostrárselo a nuestros hijos, con sus contradicciones y carencias, sin taparles los ojos, sin que se queden en una jaula de cristal de los buenos modales.

Ojo, y en esto quiero ser enfático, porque no quiero que se me malinterprete: no estoy minimizando la violencia. Ni la delincuencia. Ni lo cabroncísimo de la historia. Ni mucho menos dejar de decir que la autoridad ha fallado y que exigimos respondan o se vayan. No estoy minimizando nada. Sino simplemente enfatizando que con aislamientos, con barreras de clase, con urbanismo que no hace ciudad, con bardas y alambres de púas aun en nuestra propia conducta, con apatía, al fin de cuentas, continuaremos dándole aún más forma a este engendro monstruoso que significa una sociedad más polarizada, cada vez más desconfiada y temerosa de sí misma.

Ciudadalfabetos.com

@eramoscobo

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