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La Columna de Brizio

ARTURO BRIZIO CARTER

Después de observar el despiporre que armaron los integrantes del cuerpo arbitral en el clásico tapatío el sábado pasado, tenemos que concluir que los papeles están invertidos y que los árbitros asistentes, gracias a la ineptitud de sus instructores, son los que llevan la batuta a la hora de sancionar las jugadas fundamentales.

El partido entre Atlas y Chivas siempre ha tenido una carga emocional especial y en esta ocasión no fue diferente, aunque hay que reconocer que las acciones se desnivelaron por culpa del protagonismo del auxiliar José Luis Camargo y la falta de personalidad del juez central Ricardo Arellano al expulsar, con rigor excesivo, a dos elementos del "Rebaño Sagrado".

Éric Torres, apodado el "Cubo", anotó el gol de la quiniela y en su festejo hizo una seña hacia la tribuna. Esto fue interpretado por el "negrito bailarín" Camargo como la "britneyseñal", que no es otra cosa que mostrar el dedo medio de la mano y agitando su banderín, se lo reportó al árbitro. Nada más que la evidencia televisiva muestra que jamás hubo obscenidad en dicha acción y por ello la tarjeta encarnada careció de sustento reglamentario.

Pero el show del morenazo distaba mucho de terminar, ya que al minuto 27 se produjo una barrida de Xavi Báez al puro balón y tan fue así, que el nazareno Arellano no marcó ninguna falta. Entonces vino la orden desde la banda y como el rojiblanco ya estaba amonestado, pues ni hablar, que dice Camarguito que te vayas a bañar.

No es la primera vez que comentamos el daño que le hace al arbitraje ese "vuelo en la camiseta" que han agarrado los señores abanderados y no es que uno los pretenda denigrar o minimizar, al contrario, sino que sus funciones están perfectamente establecidas en el reglamento. Lo malo es que, como sus profesores fueron en activo a lo mucho precisamente asistentes, pues quieren revalorizar a los que corren por la banda.

Un buen colaborador es aquel que está atento a sus funciones principales: El fuera de juego, las salidas de balón y, por supuesto, aquellos incidentes de gravedad que su criterio considere que el árbitro, de haberlos visto, sancionaría.

Lo demás, son ganas de sobresalir, urgencia de reflectores y una falsa apreciación de lo que es la verdadera esencia de su trabajo. Una cosa es ayudar al juez a conducir el encuentro dentro de los cauces reglamentarios y otra, muy distinta, pretender corregirle la plana a cada momento.

El caso Camargo no es el único de estos auxiliares que quieren ser el niño en el bautizo y el muerto en el entierro, auspiciados por sus profesores y avalados por árbitros comodinos y con poca personalidad.

Sólo nos resta decir que, con esos amigos, el silbante mexicano para que quiere enemigos.

Apbcarter_1@hotmail.com

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