Ha terminado otra edición del torneo más tradicional que existe, dada su antigüedad, en el mundo: la Copa América.
La versión 2011 ha sido, por decir lo menos, medianita, ya que el gol escaseó, las patadas menudearon, los esquemas tácticos fueron demasiado conservadores, el arbitraje timorato y los "gigantes" parecieron integrados por jugadores a los que urgía irse de vacaciones. Con decirle a usted que Venezuela resultó lo más agradable del certamen, con su fresca y coherente propuesta futbolística que le valió un bien merecido cuarto lugar.
Pero bueno, luego de que a Costa Rica y México se les invitó con restricciones, casi casi al puro estilo del "comes y te vas" que Fox le aplicó a Fidel y que ambos combinados cumplieron al pie de la letra, saliendo de tierras platenses por la puerta de atrás; De presenciar el sistema de competencia más aberrante del planeta, donde un equipo puede llegar a disputar el título sin ganar un solo partido y sin anotar en la fase definitiva y de que los mexicanos nos quedáramos huérfanos de afectos en el torneo cuando echaron a Brasil, el sentimiento de vacío invadió los corazones aztecas.
Sin embargo, no hay mal que dure cien años ni tarugo que los aguante, y de esa forma, los verdaderos aficionados al balompié, esos que no confunden futbol con patria y que gustan de presenciar un buen espectáculo, celebraron el hecho de que Uruguay se haya constituido en una especie de "último de los Mohicanos" del bien hacer deportivo para llegar, con todo merecimiento, a la final.
Los uruguayos coronaron no sólo su participación en esta Copa sino el redondeo de un año maravilloso. Cuarto lugar en el Mundial de Sudáfrica y decimoquinta ocasión que levantan el trofeo de la justa continental nos hablan de planeación estratégica, conjunción de esfuerzos y deseos de trascender.
El estadio "Monumental" de River Plate, hace unas semanas regado por las lágrimas de sus hinchas por verlo descendido a la "B", mostró su mejor cara cuando miles de charrúas cruzaron en Río de la Plata para animar a su selección para doblegar al recio cuadro guaraní.
Jugando con una vehemencia rayana en la locura, dirigidos con la sabiduría del viejo maestro Óscar Washington Tabárez, guiados por la batuta de Diego Forlán, liderados por el capitán Diego Lugano y con la resolución de un definidor como Luis Suárez, los orientales le caminaron por encima a su oponente, superándolo en todos los renglones para terminar la epopeya, con un golazo con sólo toques de primera intención.
Tras contemplar el espectáculo de miles de banderas blanquiazules ondeando en la tribuna, me invadió la envidia y me pregunté cuándo podré ver esto con nuestra selección mayor.
Mientras tanto, permítame la libertad de hacer esta temeraria declaración: ¡Soy celeste!
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