Dice un muy querido amigo mío, quien anda por la mitad de su séptima década, que una de las más relevantes características de nuestros tiempos es que hemos perdido la capacidad de asombro, y creo que le asiste toda la razón. Recuerdo que allá en mis mocedades, (le cae al que diga ¡uuuuuuuuuuuuu!), leíamos con deleite las historietas de Dick Tracy y nos llamaba poderosamente la atención la cantidad de adminículos electrónicos que el avezado detective poseía para combatir al crimen. Hoy un chavito de 8 años tiene más herramientas que esas en sus manos, son terriblemente reales y además, las usan como si hubieran nacido con ellas.
En todos los campos del quehacer humano se descubren cuestiones que sólo eran materia de la ciencia ficción. Desde el genoma humano hasta las distantes galaxias fotografiadas por los satélites espaciales, que demuestran que nuestro tan castigado planeta es una cacarruta en el concierto milagroso de Dios, así como los avances en medicina molecular, química y tecnología, parecen cosas tan cotidianas que pasan por "normales" ante nuestros ojos.
El deporte no es excepción y los records caen hasta preguntarse hasta dónde llegará el ser humano. El saque en el tenis, la pichada en el beisbol, el drive en el golf y el disparo a puerta en el futbol retan a los medidores electrónicos con cifras imponentes en kilómetros y millas por hora, obligándonos a ser compasivos y comprensivos con los porteros y receptores de esos potentes obuses.
Toco el tema para compartir con usted, amable lector, mi embeleso luego de ver jugar al Barcelona la final del Mundial de Clubes allá en Japón.
Los jugadores del cuadro blaugrana hacen parecer tan fácil la práctica del futbol que la pregunta que surgiría sería por qué los demás equipos no lo pueden hacer. Los culés forman un estético ballet con pelota dominada y un aguerrido escuadrón de combate cuando de recuperarla se trata y quizá por ello van envolviendo al rival hasta acabar desesperándolo.
El rival en turno fue el Santos de Brasil, que para nada es un flan, pero ya podría ser la selección resto del mundo y se vería como un coro de aprendices frente a la grandeza de los catalanes, quienes casi sin despeinarse le metieron cuatro goles casi cuando y como quisieron.
Tenemos que recuperar la capacidad de asombro frente a la inteligente estrategia de Pep Guardiola, ante el liderazgo de Xavi Hernández, con la garra de Carles Puyol, contando con la elegancia de Andrés Iniesta y la forma de retar las leyes de la física que caracteriza el toque del balón de Lionel Messi.
Desgraciadamente no todo fue felicidad y tuvieron que regresar a casa con el "Guaje" Villa fracturado pero los espectadores de todo el orbe tenemos que reverenciar a estos artistas que reivindican al deporte más hermoso sobre la tierra. ¡Qué bárbaros, Barcelona!
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