La danza del dinero
Con el dinero sucede lo mismo que con el papel higiénico: cuando se necesita, se necesita urgentemente.
Upton Sinclair
“El dinero es lo que hay que cuidar, que la salud va y viene”, aseguran mis cuñadas. En cuanto a mí, sólo sé que sirve para gastarlo. Pertenezco a la generación del bienestar, del boom de la abundancia, de los centros comerciales donde Dios siempre me deja caer en tentación. Llevo en la sangre el gen del consumo. Si antes de medio día no he comprado nada, empiezo a marchitarme. Menos mal que cuento con una cartera chiquita (el gran dinero es masculino, entre otras cosas porque los hombres capitalizan a su favor el trabajo femenino) donde los billetes se reproducen cíclicamente, y como el dinero da poder, puedo decidir sobre cosas de trascendental importancia como por ejemplo hacer sopa de fideo o crema de chícharos, comprar astomelias o gladiolos, y puedo también adquirir los libros y la música que me gusta; suficiente para sentirme rica.
¡Ah! Pero los hombres y sus guerras, sus fantocherías y su ilimitada ambición. No pueden aceptar que tener, amasar, acumular fortunas, produce grandes naufragios. Ahora resulta que ya estamos con más de lo mismo. Las bolsas bajan, el dólar sube, el euro tiembla de miedo y nuestro peso se arrincona. Los expertos alertan sobre la inminencia de una catástrofe económica mundial. Los niños ya no nacen con su torta bajo el brazo y mientras sólo el uno por ciento de la población mundial posee el 80 por ciento de los bienes terrenales, miles de jóvenes herederos de un planeta depredado, indignados, desempleados y hartos de la desigualdad económica gritan “ya basta”. Hasta los ingleses, tan flemáticos ellos, cansados de tanta reinita por acá y duquesita por allá, se han unido a la protesta.
Mientras tanto los señores del dinero se llaman a sí mismos “empresarios filantrópicos”; vuelan en primera clase para instalarse en exclusivos hoteles donde atendidos por bellísimas edecanes, brindan con sus colegas, y entre una y otra sesión de trabajo donde unen sus privilegiadas inteligencias con el firme propósito de abatir la pobreza del mundo aprovechan para follarse a alguna azafata o al menos a la camarera del hotel.
Nadie puede negar que los magnates se afanen, aunque con tan pobres resultados que el dinero sigue sin fluir y cada día hay más seres humanos habitando el infierno de la miseria, en este mundo nuestro donde ni la hoja del árbol se mueve sin dinero.
Pero nada es para siempre y ahora hasta para mí que podría escribir toda una enciclopedia de lo que ignoro sobre la dinámica del dinero, son claras las señales de que nos amenazan los tsunamis económicos más graves de la Historia. Mi comprensión de la economía es tan elemental como esto: no es posible un crecimiento económico infinito en un planeta finito. La Naturaleza no es inagotable, tiene su límite y todo parece indicar que lo hemos rebasado.
Nuestra cultura capitalista se ha concentrado en convencernos de las bondades de poseer cachivaches. Caímos en el mito del progreso indefinido, confundimos el confort con la felicidad; y mientras seguimos consumiendo a todo trapo, la tierra tiembla, se inunda, se deprime, y junto con los jóvenes grita ¡ya basta!
Todo indica que el sistema capitalista está a punto de sufrir un ataque cardiaco; y después de las desastrosas consecuencias del colapso tendremos que encontrar formas nuevas de organizarnos. Quizá se trate de algo tan sencillo como rescatar la simplicidad, la sobriedad y la frugalidad que hemos olvidado. Tengo la esperanza de que cuando el perro ya no baile por dinero recuperemos la dignidad y podamos elevar el vuelo hacia dimensiones más libres, mejor educadas y más justas. Intuyo que los postcapitalistas serán más sabios, más profundos y moralmente más fuertes que nosotros.
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