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La enchilada completa nacional El embudo

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

 E L efecto de la fragilidad de las instituciones, la ausencia de autoridad y la falta de liderazgo está llegando a la parte más angosta del embudo por donde el país se precipita. La conseja dicta que "no hay mal que por bien no venga", ojalá así sea... pero lo que se perfila en el porvenir inmediato son momentos todavía más difíciles a los ya vividos.

Infinidad de signos anticipan un cuadro nacional todavía más complejo al prevaleciente y la mezcla agitada de esa tríada de elementos dificulta ensayar algún otro derrotero, capaz de contener la vulneración del Estado de Derecho y el desmadejamiento de la democracia.

Si antes el problema de la semana sepultaba al anterior, hoy distintos problemas estallan al mismo tiempo y amenazan de manera creciente la estabilidad mínima que exige la elección presidencial en puerta.

Marchar en medio de la incertidumbre política a la incertidumbre electoral en un marco de violencia es una locura. El país se precipita a la parte más angosta del embudo sin saber qué recipiente lo va a contener.

***

Hay lectores que amable o groseramente piden no mirar desde ese balcón el acontecer nacional, y sugieren o reclaman mandar señales de aliento.

Sin embargo, el signo de los tiempos impide sonreír ante el futuro. La crisis por la que el país resbala es superior a las anteriores y, desde esa óptica, es mejor tomar cabal conciencia de la catarata que se quiere hacer pasar por ese embudo.

Hay, desde luego, iniciativas, acciones y movimientos ciudadanos que reaniman, pero su falta de articulación o su reducido efecto los convierten en esfuerzos plausibles, pero no más que eso. Peor que eso, hay acciones ciudadanas que en medio de la confusión pierden el sentido último de su activismo y, con él, su objetivo. Hay, es menester decirlo, agrupaciones que al reclamar justicia, más bien exigen venganza; que al creer reivindicar derechos, defienden privilegios; que al postular causas, justifican intereses.

La desorientación y, en más de un caso, la perversión de la élite dirigente del país ha permeado a la sociedad y, así, la confusión anega hasta las mejores causas e intenciones. Se advierten cada vez más impulsos fincados en la fuerza que en el derecho o la razón, en la barbarie que en la civilización, en el cinismo que en el civismo, en la desesperación que la esperanza, en la acción directa que en la participación institucional.

Es preciso remontar la subcultura del sálvese el que pueda.

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La semana que hoy concluye fue bastante ilustrativa al respecto.

Los tumbos de la izquierda frustran a una porción considerable de ciudadanos. Una ciudadanía harta de no encontrar en la izquierda el instrumento de su expresión política, porque rechaza verse cobijada en la sombra de Los Pinos u orientada por la dulce voz autoritaria de un caudillo que hace de la democracia un saco a su medida. Harta de ver cómo la cúpula de esa izquierda se fascina viéndose el ombligo.

El desencuentro del partido del gobierno con el gobierno del partido golpea a otra porción ciudadana que ve o veía con simpatía a la fuerza albiazul. Si Felipe Calderón se propuso ganar el gobierno sin perder el partido, terminó por perder a ambos... pero aún se niega a reconocerlo y, entonces, ni arma gobierno ni arma partido. Desarma a ambos.

El priismo, por su parte, agita la bandera del más vale malo conocido que bueno por conocer. Acumula fuerza, sin modificarla. Se ve de regreso no por haberse recapacitado, sino por la incapacidad de quienes lo sustituyeron. Los más mínimos intentos por replantearse en la escena nacional de un modo distinto son vulnerados o boicoteados desde dentro. No trae ideas ni programa, sino un costal de compromisos y de gastos útiles al propósito de rehacerse del poder sin saber para qué lo quiere.

Si, como la teoría establece, los partidos son los pilares de la democracia, los pilotes de la democracia mexicana están vencidos.

***

En el campo de los poderes fácticos -en el sentido más amplio del término-, la subcultura de la fuerza y la violencia ha ganado espacio para conquistar territorios y mercados así como para desbancar al competidor.

Los términos de la confrontación entre los monopolios de las telecomunicaciones los emparenta con la guerra entre los cárteles del crimen. Frágiles las instituciones y ausente la autoridad, esos poderes resuelven sus diferendos sobre la base de la fuerza del campo que dominan. Entre ellos aplican la fuerza, y a la autoridad la extorsión, la venta de protección o el chantaje. En medio de su pugna por fuera de los canales institucionales queda el usuario o consumidor, como quien dice la ciudadanía, que vive la condición del rehén.

Nomás falta que, ante esa confrontación, la autoridad aplique el criterio con que justifica cuanto ocurre entre los cárteles criminales: es un asunto entre ellos, que no afecta a la sociedad.

***

En el campo de las instituciones, la vulneración de éstas por parte de quienes deberían fortalecerlas es impresionante.

La Procuraduría es el separo donde las fuerzas del orden arrojan a los detenidos y ésta, disminuida en su actuación, consigna sin saber por qué a los acusados que más tarde regresan a lo suyo. Gobernación es una oficialía de partes que no sabe qué hacer con lo que recibe. Hacienda certifica ofertas fiscales de temporada y regresivas, rechazando la posibilidad de concretar una reforma a fondo. Desarrollo Social pregunta que hay qué hacer para usarla como plataforma electoral. Seguridad Pública baja su protagonismo para ver si así se aplaca, hacia adentro y hacia afuera del país, el derrame de su estrategia fallida...

Poco se espera ya del gobierno, pero asombran dos añadidos. Uno, cómo el gobierno sacrifica funcionarios por incomodar a los grandes intereses o cómo los despiden no por su incapacidad sino por su deslealtad. Dos, cómo otras instituciones ajenas a la esfera del Ejecutivo se empeñan en vulnerar su credibilidad y fortaleza. Instancias legislativas, judiciales, electorales y regulatorias actúan como si cuanto ocurre en el país nada tiene que ver con ellas o, peor aún, convirtiendo los recursos e instrumentos de que disponen en patrimonio personal para su bienestar.

***

El efecto de la fragilidad de las instituciones, la falta de autoridad y la ausencia de liderazgo se está precipitando a la parte más angosta del embudo nacional. La catarata de problemas no cabe en él, viene un derrame.

En un marco de violencia e incertidumbre política, la incertidumbre electoral no constituye necesariamente una buena noticia.

Sobreaviso@latinmail.com

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