Los períodos preelectorales que vivimos no son sólo momentos para presenciar debates y tratar de sopesar los mensajes de los candidatos. Sirven también para repasar las metas que nuestra comunidad nacional debe definir y en su caso, refrendar y a la luz de ellas, evaluar en qué medida nos hemos acercado a ellas.
La opinión pública nacional, al igual que la de América Latina, Estados Unidos y Europa, estamos ávidos por dar pasos hacia mejores y más dignos niveles de vida en condiciones de equidad. La impaciencia que se advierte y que revienta en manifestaciones y choques callejeros muestra que no hay tiempo que perder en atender los problemas que los actores políticos y las estructuras en que operan no han podido resolver. Desde luego que el escalar la protesta a niveles de violencia, podrá llamar más atención a los problemas pendientes, pero en nada ayuda a resolverlos.
No es política la violencia generalizada que sufrimos en México, la de los miles de muertos y la lucha que libran las fuerzas armadas contra el narcotráfico. Está enraizada en la desocupación que deja libres al reclutamiento de las mafias a los miles de personas, especialmente a los más jóvenes, que en otras circunstancias debieran estar ocupados en actividades productivas en el campo, en la industria y en los servicios.
Si bien la ciudadanía quiere que termine lo antes posible la etapa de violencia que se vive, hay que ver con toda objetividad que con todo y que ocupe una porción importante de las noticias que a diario los medios nos difunden, la violencia no está impidiendo que el país siga avanzando.
La creación de empleo se está dando a pasos que corresponden a la recuperación internacional. No hemos llegado a los índices de desempleo del 20% en España, 8% en Europa o Estados Unidos. Se reportan nuevas industrias en prácticamente todas las regiones de México. El combate a la inflación ha permitido que por primera vez en muchos años los aumentos salariales que se están contratando sean reales.
La tarea de continuar desarrollando al país no se está interrumpiendo y lo que hay que hacer, ahora que los candidatos presidenciales de todos los partidos se presentan con sus propuestas, es plantearles clara y nítidamente preguntas sobre cuáles son sus intenciones o que quieren hacer si llegan al cargo al que aspiran.
Es importante saber qué pretenden hacer con la lucha contra el narcotráfico y las mafias que están asolando a varias áreas de México. El electorado quiere saber qué responden desde ahora: si continuarán utilizando las milicias como hasta ahora o si regresarán al Ejército a sus cuarteles, y si dentro de sus planes está la legalización de las drogas.
En una reciente visita del expresidente Lula da Silva se ha tocado este y el otro tema conexo, el de la corrupción. Desde luego que el líder brasileño no duda en que la lucha contra el narcotráfico debe continuar con toda firmeza. La violencia, dijo Lula, se debe muchas veces a la falta de decisión política y a problemas económicos. Advirtió que "no es posible que el Estado lo resuelva todo. Una cosa es la violencia como un desorden criminal que hay que enfrentar con absoluta firmeza y otra cosa es cuando la violencia la realizan las mafias que están constituyendo fuente de empleo".
La experiencia de Brasil, que vivió este problema muchos años, es que la mejor forma de reducir la violencia es la educación y el empleo entre los jóvenes de manera que se alejen de las prácticas ilícitas.
Ampliando el tópico, el expresidente afirmó que lo más difícil en Brasil fue elevar la autoestima de las personas. Contra las noticias negativas llenas de violencia, hay que saber valorar las cosas buenas que pasan en la nación. "...es verdad que hay violencia y delincuencia en México, pero la cantidad de cosas buenas que suceden todos los días, nadie las muestra. ¿Qué optimismo podremos tener?" se preguntó.
El tema de la autoestima tiene mucho que ver con el de la corrupción que no solamente impregna México, sino a muchos países en todos los continentes. Pero la corrupción desde luego no está limitada al fenómeno del narcotráfico. Se encuentra en cualquier actividad y no es válido olvidar que es un fenómeno personal que luego se transforma en uno social. La decisión de ser o no corrupto es, inevitablemente, individual. Los gobiernos no tienen autoridad moral sobre esto: el respeto a la conciencia personal los deja sin más armas de control que el legislar y el decretar.
Mientras se acepte y se practique la corrupción en una sociedad, hay poco que hacer en cuanto a la autoestima que es su primera víctima.
Pero ese es otro tema....
Juliofelipefaesler@yahoo.com