La coronación al esfuerzo llegó con el gol de Jennifer Ruiz. La femenil se queda con el bronce
Empleó la penúltima dosis de fuerza que le restaba para impactar el balón que se coló a la portería de Colombia. El último, lo destinó para festejar ese gol de bronce (minuto 100).
Las lágrimas recorrieron la cara de Jennifer Ruiz, mientras celebraba la anotación que dio a México la victoria (1-0) y el tercer sitio en el deseado podio panamericano.
Zaguera central que dio a sus compañeras una cátedra de temple y definición, justo cuando los 30 mil asistentes al estadio Ominilife comenzaban a preocuparse por una hipotética tanda de tiros de penalti.
La espigada chica acabó con los miedos, gracias a ese implacable derechazo, suficiente para desatar el delirio por un grupo de guerreras que terminaron con el corazón de la gente como principal premio. La medalla de bronce pasó a segundo término.
Victoria con sabor a oro, en especial, porque cumplieron la promesa de enamorar al público. Su empuje y deseos de trascender les permitieron salir ovacionadas. Auténticas campeonas sin cetro.
Muchas lloraron de felicidad tras el silbatazo final de la salvadoreña Yesli Rivas. Misión cumplida para el conjunto dirigido por Roberto Medina, quien tampoco se contuvo. De estratega recio y exigente, a una especie de padre amoroso, satisfecho por el desenvolvimiento de sus niñas, quienes le tienen tomada la medida a las colombianas.
Jugaron dos partidos contra ellas previo al Mundial de Alemania 2011. Ganaron ambos. Dosis repetida durante la "Fiesta de América". Fueron los únicos dos éxitos tricolores en cinco presentaciones, pero alcanzaron para colgarse una merecida presea.
Recompensa al corazón de estas guerreras con sueños de reinas. La mayoría reflejó alegría por colaborar en la ya histórica cosecha de la delegación mexicana, aunque en el fondo lamentaron no estar en el duelo estelar, ese que definió a las monarcas continentales.
El duelo se fue hasta los tiempos extra, porque sobró ímpetu, apareció el espíritu indomable, pero las chicas nunca dejaron de precipitarse. Ni el ingreso de Tanya Samarzich dio paciencia, la que sí tuvo Cecilia Santiago.
Esa adolescente de manos tan grandes como sus sueños volvió a marcar diferencia. El dominio tricolor le impidió tener mucho contacto con el balón, lo que dificultó sus intervenciones.