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La infusión del mañana

Relatos de Andar y Ver

ERNESTO RAMOS COBO

Siempre le ha costado trabajo levantarse temprano, no es un hombre de mañanas como suele decirse, y en su intimidad de pueblo viejo sus costumbres se han perdurado al grado de pies que se ponen las pantuflas, y el agua fría en las manos mojarse y frotarse la cara con un garraspeo grueso, la rejuvenecedora primera cosa del día, y viéndose al espejo el recuerdo de los años, de las décadas, del paso del tiempo, y ya sus movimientos lentos.

El suyo es similar al transitar del hombre en la historia, el camino colina abajo en busca de agua, los ritos del despertar son infusión al fogón, el líquido caliente resbala, golpea, fortalece, y después la rutina diaria del que va y viene, sobresaltarse con las noticias que llegan de la capital, adelantos y promesas que parecen lejanas, por la noche el destino atado a la patria chica, donde la única limitación es la imaginación insondable.

Él ha visto cambiar todo de la mano de los avances, y en cierta forma es Alfredo de Cinema Paradiso, ciego, la tecnología llega demasiado tarde, y Japón a la vuelta de la esquina y Libia en un vericueto próximo como una semilla, y estrechándose el mundo nos agrandamos nosotros, y resulta paradójico que, entre más información e impulsos, entre más viene viene de noticias, de aconteceres, más nuestra desarticulación íntima, menguada la capacidad de conversar frente a frente a los ojos, una paradoja donde más es menos, resumiéndose en individuos alienados a costa de impulsos, perdidos encorchetados en la madeja de información click bailarín salto entre temas.

Un convulso cambiante que aprisiona en este salto de mata agónico y apesadumbrado de todos los días, vorágine de estar o no estar, decidir, de la creencia que el cúmulo magnificado de información nos dará algunas salidas, o algunas pistas para interpretar nuestra existencia, y, a pesar de eso, el hilo de agua fría, la cara mojada, el sonido quieto de la mañana más allá de la ventana, justamente tarareando la canción de Jara Te recuerdo Amanda la tierra mojada, tierra que al despertar confronta al espejo, tu cara cambiante, tu razón y tu existencia, donde en la fragilidad de nuestro ahora no hay bastedad ni precipicio, sino sólo tú, y yo, en la búsqueda de un sentido que creemos existe.

Pero la misma confrontación de esa realidad tan burda, de esa desolación de panoramas áridos, de este líquido y moderno rompimiento de los lazos, amenaza con nihilismo, con el hedonismo del ahora, o con el recalar en el abrupto uno dos tres de la información e impulsos distractores, la risotada fácil y así menguar el paso del tiempo. Más nos sabemos solitarios. Vemos a la espalda, a veces, detrás de nuestro hombro, y petrificados nos quedamos sin saber qué esperar.

Cuentan, los que viven en las montañas, que los ríos se escuchan, y que bajan tormentosos puliendo filamentosas piedras blancas, como en Macondo, huevos prehistóricos, y en esas caídas espumosas el vericueto remolinesco del agua parece culebra nerviosa, hasta que la pendiente mengua y el remanso confronta, en un espacio de agua calma donde mi alma y la tuya en silencio se comunican. Busquemos los remansos.

Después asumamos la cotidianidad que el ahora exige y salgamos a partirnos la madre con la callejuela agreste.

Gritemos exaltados aquí, brinquemos allá, recorramos acá, pertenezcamos a la legión de los trajinadores impulsivos, y que el ansia de nuestro querer se convierta en posible. Pero no olvidemos el agua y sus remansos. Esa que confronta al espejo de las arrugas marcadas, de la humanidad perdurable, del despertar rutinario. La quieta infusión que resbala lentamente por la lengua con su explosión de sabores, mientras el día empieza a desdoblarse. La posibilidad de estar con nosotros mismos.

ciudadalfabetos.com

Twitter: @eramoscobo

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