La clase acomodada de siempre ha sentido una fascinación por todo lo que se refiere a Francia, que ha perdurado en el transcurso de los años. Los perfumes ¡oh mon dieu! ¡oh Edith Piaf! ¡oh Tolous Lautrec! ¡oh! Honorato de Balzac. Es un país querido por los mexicanos no obstante que, por lo menos, dos veces hemos sido invadidos por su ejército y espérense a ver qué pasa con el temperamental Nicolás Sarcozy. En el cementerio de Montparnasse de París reposan los restos del que fuera presidente de México, don Porfirio Díaz. Pero abordemos paso por paso el asunto que nos trae aquí. Érase que se era un pastelero francés, avecindado en nuestro país, que acusó al Gobierno mexicano de no pagarle sesenta mil pesos, lo que fue un pretexto para movilizar sus tropas (l838), pues desde tiempo atrás le tenían los franceses echado el ojo al rico territorio que ocupaba nuestro país.
Lo que el Gobierno francés hizo fue bloquear el Puerto de Veracruz, destrozando la guarnición a cañonazos para ocupar el Fuerte de San Juan de Ulúa en el que luego izaron su bandera. Ya encarrilados incautaron todos los barcos mercantes, surtos en el puerto. Con la intervención del embajador inglés, se llegó a un convenio obligándose el Gobierno mexicano a pagar seiscientos mil pesos, devolviendo lo decomisado. Veinte años después Eugenia de Montijo convenció a su marido Napoleón III para de nuevo tomar el país, 1862, con el visto bueno del Vaticano. Recuérdese que Benito Juárez había consolidado el pensamiento liberal y promulgado las leyes de reformas, así como la Ley de desamortización de bienes eclesiásticos.
Lo que pasó a continuación es de todos conocido. Los yanquis, que habían estado ocupados por la Guerra de Secesión, le dieron a Napoleón un plazo perentorio para que abandonara México, o se las verían con ellos, luego aparecería en las páginas de la historia el Cerro de las Campanas. Ya en esta centuria, hay diversas evasiones. La más espectacular, sin duda, corrió a cargo de David Kaplan, recluido por tráfico de armas. Un helicóptero bajó en el patio central del penal, sacando al recluso emprendiendo el vuelo sin que ninguno de los guardias en las torres trataran de impedirlo ya sea porque se quedaron atónitos o derivado de las órdenes que previamente habían recibido de la superioridad. Después la periodista Anabel Hernández, en su libro: Los señores del narco, dice que la salida de Joaquín Guzmán Loera fue planeada para que escapara por la puerta grande, portando uniforme de policía.
Como puede observarse, en el pasado ha habido escapatorias por la poca capacidad o con el auxilio de los vigilantes. La dura realidad nos muestra que nuestras cárceles no son lo seguras que uno esperaría, ya se deba a que los celadores sean comprados o porque tengan más agujeros que un queso gruyer. En la vecina ciudad de Gómez Palacio varios reos salían con el consentimiento de las autoridades del penal con el malhadado propósito de delinquir. Y no se crea que en otras partes no suceda lo mismo. En el año de 1960 fue sacado de Argentina el doctor Joseph Mengele, por un grupo de judíos que lo sacaron en un baúl desde un aeropuerto y en un avión privado. Se trataba del reconocido asesino al que le denominaban el Ángel de la Muerte quien, durante la Segunda Guerra Mundial realizó experimentos sin ningún escrúpulo, radicando en estudios sobre genética. Esperemos que en el futuro mejoren las medidas de seguridad en los encierros sin que haya necesidad de que nos digan de fuera cómo mejorarlos.