El diccionario de la lengua española define el término pantomima como: comedia, farsa, acción de fingir algo que no se siente. Dije, en mi anterior colaboración, que la manera de nominar a Erubiel tuvo esas características, la de fingir que el gobernador estaba mohino con su nominación a candidato del PRI. Se dejó correr la voz de que el elegido sería un pariente del actual gobernador, para en el último momento, mostrar a su verdadero gallo. Durante todo el proceso de selección se mantuvo en el primer lugar al primo en tercer grado de Peña Nieto de nombre Alfredo del Mazo Maza, para al final destapar al favorito. La pregunta que se plantea es: ¿quién decide que no sea la aristocracia priista conformada por un grupo que ha venido haciéndolo desde hace un titipuchal de años, al que se le da el nombre de su lugar de origen (Atlacomulco, en el Estado de México)? Ahí, en el seno de ese linajudo, señorial y exclusivo grupo, por lo común, con la previa opinión del gobernador saliente o en ocasiones a su propuesta, se toma la decisión de nombrar al sucesor evitando así, dicen, que se provoquen reyertas y discordias entre los que se creen con derecho. Se tenía en cuenta, en tiempos pasados, su parentesco o cercanía, con los Del Mazo. Una familia afamada cuyo control en las luchas políticas mexiquenses es de tal índole que les ha permitido conservar el poder público sin importar que se les tache, en el mejor de los casos de dinástica y en el peor, como una familia de clara tendencia hacia el nepotismo ("desmedida preferencia que algunos grupos políticos dan a sus parientes para ocupar puestos públicos, aun los de elección popular").
Pero ¿cómo se ejerce ese mando? Por el convencimiento, la mayoría de las veces, de que quien ejerce el poder es el indicado para evitar se enfrenten entre sí los aspirantes del mismo bando. En esos casos previamente hay que hacer una labor de zapa para que ninguno de los pretensos se le salga del huacal. El caso actual del Estado de México es paradigmático. No se mueve la hoja de un árbol, ni siquiera el viento se atreve a soplar, si Peña Nieto no lo consiente; tal es su poderío. De él depende (en este país no hay misericordia para los vencidos, lo sabe y hará hasta lo imposible por seguir con el bastón de mando), decía, de él depende seguir con el poder, aunque sea de trasmano; "es el poder de que se halla investido el gobernante, un poder que da la vida y la quita, que perdona y condena, que puede hacer el bien o acarrear el infortunio, con el ademán, con la palabra de un dios, despojado de justicia y amor, como nos da la gracia, la merezcamos o no, porque su omnipotencia es absoluta y porque todo lo que otorga lo otorga gratuitamente", pide, eso sí, sumisión absoluta a sus dictados.
"En nuestro país, donde sólo impera la voluntad del gobernante en turno, no es la eficiencia o la honestidad, las causas de un ascenso, sino la adulación y el servilismo más abyectos" que obviamente tienen su origen en nuestra cultura prehispánica, de los templos donde se adoraba a Huitzilopochtli, de los tiempos del tlatoani azteca o tlacatecuhtli (señor de señores) en que los visitantes no deberían levantar los ojos ante el soberano, que para ellos era una deidad, entrando y saliendo del aposento real, donde se encontraba, displicentemente sentado, el monarca, Chimaltecutli (señor de Toluca) retirándose sin darle la espalda, reverencia tras reverencia, so pena de sufrir una humillación. "Toluco buen gente no mata, nomás taranta", refrán antiguo que habla de los habitantes de esa región del Estado de México. A la llegada de los españoles ejercía el mando el rey Calzonzin. Mas acá en el tiempo un personaje con ese nombre se popularizó, envuelto en una cobija eléctrica en la revista Los Supermachos, creada por el genial Eduardo del Río, (a) Rius. En que se relata la historia de un cacique interpretado por el artista del celuloide Pancho Córdoba, conocido en la cinta como don Perpetuo, zafio político pueblerino, cuyo mando político se caracterizaba por su nulo respeto a la voluntad popular, con todos los vicios habidos y por haber, sobresaliendo el de mano-larga.
Esos eran los modos de antes, cuando existía una monarquía. Sin duda, tiempos después, los dos intentos históricos de abandonar los senderos de la democracia terminaron en tragedia. El primero ocurrió apenas en el nacimiento del México independiente, cuando Agustín de Iturbide, consumada la Independencia, se dejó llevar por la ambición de constituirse en emperador, para después ser fusilado en el puerto de Soto la Marina. La misma suerte le tocó al archiduque Fernando Maximiliano José de Habsburgo Lorena, quien murió fusilado en las faldas del Cerro de las Campanas, después de una azarosa aventura en que apoyado por las fuerzas de Napoleón III y aceptando el ofrecimiento de una delegación de conservadores mexicanos, quienes buscaban un príncipe europeo para ocupar la corona del Segundo Imperio Mexicano. El primer emperador mexicano había sido derrocado, desterrado y posteriormente pasado por las armas. Eso aconteció hacía apenas cuarenta años, antes de que llegara Maximiliano. Dos intentos, mismos resultados. No serán los últimos. El peligro acecha. En fin, dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Un tercer imperio puede ser el definitivo.