CNDH. El albergue de la Comisión Nacional de Derechos Humanos recibe a diario a cientos de migrantes que intentaron cruzar.
La humedad de la pared se confundía con los orines de su ropa; no pudo aguantarse el miedo. Con las palmas de la mano recargadas en el cemento agrietado y la cabeza hacia un lado, podía ver poco. Sólo lograba escuchar. En el cuarto contiguo oía los gritos de una niña de 13 años. Atrás de él y del resto de 25 cuerpos recargados en la pared, escuchaba más gritos, más golpes, más risas. Esa mezcla de frases y expresiones retorcidas que usan los hombres malos para intimidar. "Bájense los pantalones", les dijo uno de los hombres de tez morena, arma en mano y palabras rabiosas.
Juan cuenta su testimonio en un albergue en Nogales a donde fue canalizado temporalmente por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) para recibir ayuda. Su rostro moreno es como un volcán en erupción: las comisuras reventadas, las cejas zurcidas y el cráneo descalabrado cubierto con retazos de algodón.
Él fue secuestrado en el municipio de Altar, Sonora, considerada una de las 16 entidades que representan zonas de riesgo para la comisión de secuestros de migrantes, según el informe sobre este delito, elaborado por la CNDH.
De abril a septiembre de 2010, la comisión documentó un total de 214 eventos de secuestro en el país, de los cuales, según el explicaciones de las víctimas y testigos de hechos, resultaron 11 mil 333 víctimas. Aunque pueden ser más, según reconocen autoridades que refieren que los indocumentados no denuncian. Según la CNDH, 29.2% de los plagios se cometieron en el norte del país.
Arturo Zárate, coordinador general de Comunicación y Proyectos, encargado de la oficina de la CEDH en Nogales, explicó que a pesar de que sí tienen conocimiento de este delito, la mayoría de los migrantes no denuncian por miedo a represalias.
"Se muestran herméticos en ese sentido, tienen miedo, nos comentan las inconformidades, pero no se atreven a poner una denuncia por miedo a las represalias", afirma. Además son personas que no tienen un domicilio en dónde les lleguen las notificaciones.
LOS PLAGIAN A UN PASO DE SU DESTINO En Sonora, a diferencia de las vejaciones que sufren en el sur y centro de país, los migrantes son secuestrados cuando ya pensaban estar a un paso de su objetivo. Cuando están en casas de huéspedes para salir a andar por el desierto con un "pollero" contactado.
El Informe Especial sobre Secuestro de Migrantes detalla que en 44.3% de los casos son hondureños, 16.2% salvadoreños, 11.2% guatemaltecos, 10% mexicanos, 5% cubanos y 4.4% de nicaragüenses. Según este documento, en Sonora se pueden identificar las zonas de Santa Ana, Altar, Caborca y Sásabe como peligrosas. El estado ocupa el segundo lugar de deportaciones, con 121 mil anuales, en 2011.
Juan, uno más de las cifras en los informes, cuenta que obedeció la orden de bajar sus pantalones. Y ahí comenzó este infierno que inició con pocos pesos y muchas ilusiones; pero por un camino que no fue el correcto. Porque para los migrantes ninguna ruta es certera, ninguna carretera o vagón es seguro, y eso, no sólo lo dice Juan, lo repiten los cientos migrantes que han sido plagiados en su recorrido.
Lo dicen las voces que recogió la CNDH de enero a diciembre de 2010 en las más de 2 mil visitas realizadas. En esas inspecciones se recabaron testimonios relacionados con el fenómeno, se brindó atención a 68 mil 95 personas y se advirtió que la violencia en perjuicio de este grupo no presenta una disminución, y que los grupos que cometen violaciones en su perjuicio se han especializado y han diversificado sus estrategias. Tal y como lo cuentan las historias de gente que quedó marcada para siempre.
'LOS PEORES GRITOS QUE HE OÍDO EN MI VIDA' En el pueblo de Juan no conocen la palabra prosperidad. Las cosechas se secaron, el menor de sus hijos perdió el empleo, y él, cansado de vagar de aquí para allá, sin trabajo, decidió ir a Estados Unidos en busca de un sueño que no inició. Ahora, está sentado en el albergue de Nogales, Sonora; pone los brazos sobre la madera porque dice que se le cansan. Luego recarga la espalda en la silla, y estira el torso hacia atrás. "Se me fregó la espalda", cuenta.
Eso es lo que se ve de Juan, pero esconde algo peor: una historia de extorsión que comienza en Veracruz, donde contactó a un hombre que organizaba viajes a EU. Tomó un camión hacia el norte, donde contactaría a quien le ayudaría cruzar.
Al llegar a Altar -municipio del norte de Sonora caracterizado por el tráfico de migrantes- se quedó en una casa de huéspedes. Dentro no lo dejaron salir, cuenta el hombre de 43 años. "No podía ir a la tienda a comprar comida... En la casa éramos muchos; niños y muchachitas".
Adentro vio en tablas largas y ajadas a decenas de personas; migrantes con los sueños extraviados. Estaban secuestrados.
"Me empezaron a decir cómo estaba todo, unos, los que no teníamos en qué caernos muertos, seríamos usados para pasar droga por el desierto; otros, los que tenían familia en EU, les hablarían pa' que les pagaran el rescate", cuenta.
Ahí estuvo varios días, dice, escuchando las mismas historias, los mismos lamentos. "Contaban que uno tenía que hacer lo que ellos nos decían porque si no los mataban y los iban a tirar al desierto. Que ahí los enterraban entre el polvo, y que nadie, nunca, las descubría. Yo al principio no lo creía, pero después, después, ese día...", dice. Ese día, al que se refiere, fue cuando llegaron varios hombres que entre gritos preguntaban por los vigilantes que los cuidaban; unos estaban ebrios.
"Empezaron a discutir, los hombres los golpearon, les quitaron las pistolas y los amarraron aprovechándose de su estado. A nosotros con la pistola en mano nos amenazaron, nos pusieron contra la pared, éramos como 25".
Uno de los hombres les pidió que se bajaran los pantalones, otro, viendo a las mujeres les dijo: "No se preocupen, yo a ustedes se los quito". Una a una, las mujeres fueron llevadas a los cuartos. Los detalles los omite, sólo sabe que esa tarde escuchó los gritos más rabiosos que pudo haber oído en toda su vida: llantos de niña.
"Me dio una rabia y un coraje porque había una muchachita de 13 años, que en todo el tiempo que estuve en la casa jamás la escuché hablar; ese día supe que era ella la que lloraba, porque tenía voz como pequeñita".
"Mientras ellos las violaban, a nosotros nos tenían de pie, horas. Luego, cuando dijeron lo que harían con los que no quisieran obedecer, no me aguanté y me oriné".
Uno de los hombres que lo vio lo comenzó a golpear; así desfalleció: de los golpes, de los gritos, o del miedo. Ya ni sabe. "No sé cuánto tiempo me quedaría ahí tirado; un guatemalteco me despertó, me dijo que huyéramos, que los hombres ya se habían ido. Llegamos con una señora que le habló a un padre, él nos ayudó", narra.
Llegó hasta Nogales a un módulo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ahí le pidieron que pusiera una denuncia, pero no quiso. Ahora es un hombre temeroso. Por lo pronto está en un albergue, donde ha recibido alimentación, atención médica y ropa limpia. Su situación migratoria en el país está por definirse.
EL UNIVERSAL