S In que nadie supiera cómo ni de dónde llegó, la rebelión llegó a España. Nadie entiende realmente de qué se trata. Las comparaciones son tan obligadas como ociosas. Si es el contagio a Europa de las revoluciones del mundo árabe; si es un nuevo 68, una crisis del sistema político cuestionado por los jóvenes; si es el hartazgo al punto máximo; si es el quiebre del sistema político, etcétera. Lo cierto es que a 24 horas de las elecciones España está paralizada, hay plantones (campamentos) en las principales plazas del país y mientras los partidos ofrecen las mismas soluciones para diferentes problemas, los españoles, fundamentalmente los jóvenes, están armando, en un esquema asambleísta que recuerda mucho más a la cultura wirrárika de los huicholes del occidente de México, que a las democracias formales del llamado mundo occidental.
No deja de ser paradójico y al mismo tiempo significativo que la generación que fue la principal beneficiaria de la construcción de la Europa unificada, sea ahora la principal víctima de la crisis económica mundial. La primera generación de españoles europeos es también la generación de los desempleados, los parados, como dicen ellos. Europa los hizo ciudadanos del mundo y ahora ellos han tomado por su cuenta la solución de sus problemas.
En la mesa está todo: las agendas de equidad, que tiene que ver desde el trato a los extranjeros hasta cuestiones de género; las agendas de movilidad alternativas y ciudad sustentable; el voto blanco y la representatividad; la reforma política que en España pasa, entre otras cosas, por cuestionarse si debe o no seguir la monarquía al frente de la representación de Estado; los sueldos de los políticos y los funcionario públicos; relaciones Iglesia-Estado y el cuestionamiento de si las iglesias deben recibir subsidios de cualquier tipo; relaciones laborales; transparencia en las empresas privatizadas; gasto militar, etcétera. Una agenda que es absolutamente española y totalmente universal.
Los temas que están movilizando a los españoles son los mismos que han movilizado a los mexicanos, en diversas formas, en los últimos años, y no es demasiado distinta de las demandas de los jóvenes en Argentina, Colombia, Portugal y Francia. Con sus debidos y clarísimos matices y diferencias de fondo, lo que estamos viendo en España no es sólo la capacidad movilizadora de las redes sociales (en eso sí se parece a las movilizaciones del norte de África y el mundo árabe) sino la crisis de una sistema político de democracias liberales que hoy representan más a los intereses económicos globales que a los ciudadanos de a pie.
La rebelión de los parados es la manifestación de una nueva generación no representada en el sistema político. Que no cabe en España como tampoco cabe en México. A 14 meses de la elección para presidente de la república más vale que vayamos poniendo las barbas nacionales a remojar, porque son muchos los jóvenes y muchas las agendas que no caben en nuestro arcaico sistema de partidos.