S Iempre es bueno tener un amigo sacerdote. Yo me alegro de contar con la amistad del padre Jorge Silva, sabio hombre de Dios que a veces nos pone a disertar sobre temas que nos atraen.
Con él comentamos el sentido de la soledad y aunque, como es natural, él recurrió a autores católicos, entre otros al padre Ignacio Larrañaga, yo prefiero el concepto más mundano de ésta.
La soledad como elemento indispensable para la reflexión cristiana, tiene muchas ventajas y supongo que ellos (los padres) la practican con frecuencia por razones obvias.
Pero a los mortales nos cuesta más trabajo. No sé en realidad si es una virtud o un defecto, porque a veces me llega acompañada de la nostalgia y al juntarse con el calor, me abruman.
Una amiga mía me dice que va a comprar un par de canarios para no sentirse sola en su casa. A veces esas compañías sirven, porque alegran el alma y nunca cuestionan nada.
"Las grandes elevaciones del alma no son posibles sino en la soledad y el silencio", sostiene Arturo Graf. Estoy de acuerdo, pero eso es para los místicos, para los ermitaños.
Para quienes tenemos que vivir en sociedad suele resultar difícil, porque se puede sentir uno solo rodeado de gente y muy bien acompañado en soledad.
Quizás el secreto estribe, como sostiene Voltaire, en estar atareado en la soledad. Que no sea una soledad contemplativa. Pues para poder crear se requiere estar en soledad. En esos casos las muchedumbres estorban, distraen y ahuyentan las ideas, sobre todo las buenas ideas.
"Sin un corazón lleno de amor y sin unas manos generosas, es imposible curar a un hombre enfermo de soledad", afirmaba Teresa de Calcuta. Porque la soledad puede llegar a ser una enfermedad y esa no se cura con sólo hablar de Dios. Se cura con amor y generosidad, como sólo ella sabía hacerlo.
No sé a ciencia cierta qué es lo que en realidad extraño a veces. Si mi antigua soledad, que podía romperse en cualquier momento o mi irresistible amor a la libertad.
¡Ah!, qué tiempos aquéllos en que vagaba sin rumbo ni compromisos, pero debo reconocer que a veces me sentía solo, como si mi vida no tuviera objetivo.
Me refugiaba entonces en un viaje, una puesta de sol, una plaza llena de gente o una feria en donde el carrusel hacía resurgir la magia de la niñez.
Pero, como lo he dicho, luego la vida te atrapa y te va quitando cosas. Te quita personas que estimas y amas; te arranca trozos de vida y no se resigna uno a las nuevas formas y añoras tus antiguas libertades.
Y a ratos la soledad te atrapa y estruja como trapo viejo. Y necesitas evadirte a la rutina, a lo cotidiano, para experimentar aunque sea un trozo de la libertad de antaño.
Pero, como digo, la soledad también sirve para reflexionar sobre el ser y el quehacer de este tiempo. Sólo en soledad te puedes encontrar con la divinidad. Él siempre será un refugio protector, porque es el amor incondicional.
Pero estamos muy lejos de esa soledad monacal y, por desgracia, los conventos no son como los hoteles que puedes rentar por días. En ellos entras y te comprometes, o no entras.
¿Será que el humor tiene que ver con la temperatura, la edad y el estado de ánimo?
Puede ser y por más que a veces le reclame al poeta, mi amigo Jesús, que caiga en estados depresivos, hoy por hoy lo entiendo y quizás hasta lo envidie un poco.
Porque él sí aplica la frase de San Francisco: "Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo muy poco". Vive feliz con sus limitaciones, aunque siempre atormentado por sus musas, pues aún no encuentra la definitiva.
Crédulo como soy, sigo buscando la solución para estos momentos de desasosiego.
Pero en verdad no la encuentro. Tal vez deba comprarme yo también unos canarios.
Debo seguir buscando, buscando, siempre buscando...
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".
