Hace aproximadamente un año el problema de deuda soberana de Grecia trastornó a los mercados financieros y depreció al euro respecto al dólar. La respuesta inicial de los gobiernos europeos fue tímida y los inversionistas continuaron apostando en contra de Grecia y de la divisa europea por varias semanas.
No fue hasta después de que se percibió como real la amenaza contra el euro que las autoridades de Alemania y Francia aceptaron la formación del Fondo de Estabilidad Financiera Europeo (FEFE), que brindó un apoyo sustancial a la endeble economía griega.
En el verano del 2010 los líderes de los gobiernos europeos ofrecieron que pronto darían una solución comprensiva y duradera a la crisis de deuda, que ya para ese entonces afectaba también a Irlanda, Portugal y España.
El planteamiento fue que propondrían un mecanismo, primero para sustituir al FEFE, que expira a mediados de 2013, así como también que precisara la forma de enfrentar situaciones similares que pudieran presentarse en el futuro.
La segunda parte del año pasado y el comienzo de éste fue relativamente tranquilo para el euro, que se apreció frente al dólar, salvo por sobresaltos esporádicos por el agravamiento de los problemas de deuda de Irlanda y Portugal.
Este mes, sin embargo, quizá presenciemos lo que pudiera ser una de las pruebas más importantes para la permanencia de esa divisa como moneda común de varios países.
Las escaramuzas comenzaron temprano, cuando el jueves de la semana pasada, la agencia calificadora Moody's redujo la calidad crediticia de España, con el argumento de que los costos del rescate bancario serían muy superiores a las estimaciones gubernamentales.
Al día siguiente, mientras el mundo se enteraba del sismo que sacudió Japón y la violencia en el Norte de África y el Medio Oriente, se exacerbaron los problemas de Portugal, cuyo anuncio de un recorte presupuestal adicional no logró calmar a los inversionistas, que seguían temiendo que dicho país tuviera que acudir, como Grecia e Irlanda, al fondo de rescate europeo.
Ese mismo viernes, mientras tanto, se llevó a cabo la primera de dos reuniones cumbre de la eurozona programadas para este mes (la segunda ocurrirá el jueves 24 y el viernes 25 de marzo), cuyo objetivo central es acordar lo que será la solución definitiva que ofrecieron los países fuertes de la zona un año antes.
El resultado de esa reunión no es muy alentador, según se desprende de la reacción de los mercados, que sólo mejoraron ligeramente su percepción de las deudas sobernas de los países periféricos.
Alemania ofreció algunas concesiones, como es la aplicación completa del fondo de rescate inicial, así como reducir en un punto las tasas de interés para Grecia, pero no así para Irlanda, que no aceptó la condición de homologar sus tasas impositivas con el resto de los miembros de la eurozona.
Angela Merkel y los demás líderes europeos tendrán que ratificar esos acuerdos y establecer nuevos en la reunión de fines de este mes, lo que implicará comprometer el dinero de sus contribuyentes con el fin de salvar al euro y confiar que eso resuelva los problemas de deuda de las economías periféricas.
No está claro, sin embargo, si conviene que los gobiernos europeos sigan dilatando lo que, de acuerdo a muchos analistas, es inevitable. Nadie, salvo el gobierno griego, tiene duda de que Grecia es insolvente y tendrá que reestructurar su deuda.
El verdadero problema es que sin importar qué acción se tome por parte de los gobiernos europeos, la crisis de deuda en la eurozona durará mucho tiempo y no se podrá evitar que Grecia incumpla sus compromisos y solicite una reestructuración de su deuda, con quitas de hasta el 60 por ciento.
El riesgo es que si Grecia lo hace, habrá un efecto dominó que, por un lado, colocaría a Irlanda, Portugal y, en un extremo, España, en situaciones tales que también tendrían que negociar la reestructura de sus pasivos, mientras que por el otro, pudiera complicarle la vida a otras economías de la eurozona, como Italia y Bélgica, que todavía no están en el candelero.
El reconocimiento de que no pueden pagar esos países implicaría una quita importante de deuda, lo que pudiera afectar negativamente al sistema financiero europeo. Esto es así, porque una parte importante de las deudas soberanas de los países periféricos está en manos de bancos, fondos de pensión y bancos centrales de las naciones fuertes de la zona.
La cruda realidad es, sin embargo, que no se podrá evitar la reestructura de, por lo menos, las deudas de Grecia, Irlanda y Portugal. Entre más se tarden los gobiernos de la zona en aceptarlo, será mayor el debilitamiento del Euro y mayores los costos de las reestructuras para todos ellos.