El país se detiene y entramos en una suerte de calma chicha; así son los periodos vacacionales en Torreón; aunque poca gente sale de la ciudad, se siente como si todas las autoridades se hubieran ido a alguna parte y no hay nadie cuidando el barco. Los que recibimos la visita de nietos y familia, (que son los únicos que se animan a venir a vernos) inventamos con ellos juegos en la casa, tal vez nos aventuramos un día al cine, otro a la Feria, a un centro comercial, pero siempre temprano, que no se haga de noche en la calle. Aquí en nuestro polvoso y cálido terruño, ahora sólo de una cosa podemos estar siempre seguros: el sol caerá como plomo derretido todos los días. Los árboles sobrevivientes a la helada de febrero, a duras penas pintan de verde tierno algunos troncos, como manchones de pequeñas esperanzas que renacen; el paisaje todavía lo dominan esqueletos de árboles con los brazos truncados y las melenas secas. Este panorama permea en nuestro ánimo.
Un día tras otro, todos parecen iguales porque de nada nos enteramos, a no ser que se inicie la cadena de llamadas o de mensajes, cuando ya pasó algo que nos despabila a todos; como lo ocurrido a finales de la semana pasada: muere de forma totalmente alevosa un reconocido y apreciado empresario lagunero. Este hecho se suma a la cadena y crece nuestra sensación de ahogo, de angustia y de temor. Los laguneros que no hemos optado por cambiar de residencia (la inmensa mayoría) no ha sido por falta de ganas sino de medios y recursos para hacerlo y porque tal vez, aún no nos llega el momento de darle totalmente la espalda al terruño, al país.
Hechos como éste le duelen a la sociedad, así como duelen las palabras huecas y vacías de las autoridades, como duele el insensible reclamo presidencial en su reciente visita a la Comarca; como duelen los insultos y las descalificaciones que se lanzan unos a otros los candidatos. Pero lo que más duele es la indiferencia y la ignorancia de personas privilegiadas con educación, de cierta posición dentro de la sociedad y que aún caen en la fácil y engañosa posición de descalificar y repetir porque "eso es lo que hay que hacer."
Recientemente tuve acceso a un texto del periodista y comentarista mexicano Andrés Roemer, "Carta al ciudadano X". Dice en ella que los humanos "somos una especie exitosa porque hemos aprendido a adaptarnos para sobrevivir. Sin embargo, la adaptabilidad también puede ser una amenaza; podemos habituarnos a ciertos peligros, al grado de no darnos cuenta de ellos hasta que es demasiado tarde. Nos hemos adaptado a que otros tomen decisiones por nosotros, a que otros nos digan cómo ver al mundo, a seguir a otros sin darnos cuenta y a tener a gurús omnisapientes".
Esta es la nueva modalidad en la propaganda política: se sacan infundios, se manejan verdades a medias, se repiten y repiten hasta que se graban en el subconsciente, ya no sólo de la masa, sino de los que supuestamente cuentan con un respaldo académico suficiente como para pensar por sí mismos. Dice Roemer que "todavía mucha gente 'cree' en la racionalidad en lugar de practicarla. (...) Olvidan que la libertad tiene más que ver con 'cómo piensa uno' que 'lo que uno piensa.' Uno puede pensar lo que quiera y no por ello ser libre".
En esta época que nos está tocando vivir, de tanta incertidumbre, de inseguridad y angustia, es difícil para las personas pensar por sí mismas; nos parece que la situación del país está totalmente rebasada y como me dijo en esta misma semana un joven padre de familia, "...he llegado a la conclusión de que nuestro país es inviable...", revela que es más cómodo que otros piensen por mí, que tomen las decisiones "porque como ciudadano, no tengo ninguna posibilidad."
Andrés Roemer responde a la pregunta de qué puede hacer un ciudadano para influir en la sociedad: "La mejor forma de hacerlo es dudar. Dudar de lo que otros creen y dicen, dudar de los motivos por los cuales uno cree, dice y actúa. En otras palabras, la mejor forma de influir para que tu familia, tu grupo de amigos, tu trabajo, tu comunidad y México cambie es siendo un disidente, un libre pensador o como me gusta llamarlo "un ciudadano X".
Es importante compartir ideas, nuevas formas de pensamiento, no dejarnos convertir en masa manipulable; y sobre todo, no convertirnos en repetidores de algo que no nos consta, sólo porque así nos dicen que hay que hacerlo, o peor aún, por miedo; y al menos, convencernos en nuestros grupos familiares, en los pequeños círculos de amigos, que una sociedad con más ciudadanos X tiene más oportunidades.
A continuación, algunas ideas que Andrés Roemer pone a discusión para ser un Ciudadano X:
O No permitas que piensen por ti: ningún partido, organización o líder, sin importar su prestigio o carisma. o Desconfía de cualquiera que hable con confianza de "nosotros", o en "nuestro nombre."
O Desconfía de ti mismo si escuchas estos tonos en tus palabras.
O La mayoría no siempre implica solidaridad; puede ser otro nombre para tiranía y tribalismo.
O Rehúye de todo aquél o aquello que te invite a subordinarte.
O Nunca te resignes a ser un espectador de la injusticia o de la estupidez.
O Busca argumentos y debate, cuando mueras podrás permanecer en silencio.
O Cuestiona tus propios motivos y excusas.
Esta es la mejor forma de construir ciudadanos: no ser guiados como borregos (y con "borregos") y cuestionando al mundo y a nosotros mismos. Seguir sin dudar brinda la tranquilidad placentera de la indiferencia; pero es la libertad de pensar por sí mismo, con todos sus riesgos, lo que transforma al mundo.