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Las pajareras

SERGIO AGUAYO QUEZADA

La versión estenográfica del diálogo en el Alcázar de Chapultepec es una obra en tres actos sobre la resquebrajada relación entre sociedad y clase política. Por entre las fisuras se observa un gradualismo anquilosado.

Primer acto: el desahogo. Las víctimas de la democracia pervertida vapulearon a los legisladores. Los tacharon de "corresponsables de nuestros muertos y de nuestros dolores", que viven en "recintos [que] son las expresiones arquitectónicas de su aislamiento; búnker de un poder que prefiere darle la espalda a los ciudadanos y contemplarse en el espejo de sus ambiciones" y de reciclarse en "elecciones onerosas y corruptas". También les dijeron mezquinos, irresponsables, contratistas, etcétera.

Acto segundo: la contrición. En público los señalados entonaron un Mea Culpa y se pusieron como deber el "asumir nuestra responsabilidad", pidieron perdón y prometieron "respeto a las víctimas y a sus familias". Se disculparon y se exhortaron, a sí mismos, a "mirar de frente a la sociedad civil que ha resultado tan profundamente lastimada". También pidieron a los enjuiciadores que "no descalifique[n] a todos, no es justo" y hasta hubo originales llamados a la interlocución: "deme la oportunidad, contésteme el teléfono". Después de veintiún intervenciones de víctimas y políticos vino una pausa que distendió el ambiente.

Acto tercero: en el país de los "peros". Las víctimas reiteraron sus peticiones concretas e hicieron la pregunta clave: "queremos saber, ¿cuándo?". Los legisladores siguieron un patrón: expresaban cuánto sufrían por México, recordaban lo que habían hecho ellos o su fracción por el México doliente y luego se escudaban en sofisticados "peros": el Legislativo tiene sus tiempos, el Ejecutivo ha dejado de hacer tal o cual cosa, es difícil obtener consensos con 500 diputados y 128 senadores.

La obra dibuja el estado de la democracia mexicana. En el haber estarían, por ejemplo, los avances en la libertad de expresión que son una grata realidad. Según Gabriel Almond y Sidney Verba, en 1959 sólo 19% de los adultos se sentían libres de discutir un tema político; en 2000, dice la Encuesta Mundial de Valores, 86% perdieron el miedo. En las palabras de unos y otros se expresa la fe en los métodos pacíficos y la aprobación de la democracia, pero también hay una gran insatisfacción sobre la forma en cómo funciona. Regresemos en el tiempo para entender la concepción del problema.

Epílogo: ¿El ocaso del gradualismo? En abril de 1977 Jesús Reyes Heroles advirtió que la "intolerancia sería el camino seguro para volver al México bronco y violento" y con esa tesis empujó la famosa reforma electoral. En agosto de aquel año don Jesús hizo un encendido elogio del "gradualismo" un "método [que] nos ha permitido alcanzar metas firmes y no exponer el país a fuertes retrocesos por avances deslumbrantes".

Su diseño arquitectónico tenía fallas que ahora pagamos: metió a los movimientos sociales y a las protestas en el regulado terreno de las campañas y elecciones y convirtió a los partidos en los grandes protagonistas. Es posible que fuera un plan premeditado porque hay quienes oyeron a Reyes Heroles presumir que, con esa reforma, iba a "tener cien jilgueros de muchos colores en la Cámara de Diputados". Pues ahí siguen en sus pajareras monopolizando la vida pública, disfrutando de altos salarios y prerrogativas y entreteniéndose en un gradualismo disfuncional que los divorcia de la sociedad.

El diálogo en el Alcázar fue una sacudida de seis horas. ¿Saldrán de sus pajareras? Hay razones para tener una respuesta negativa. Cuando el poderoso líder de los diputados priistas, Francisco Rojas, dejaba el Castillo aclaró que él no se sentía aludido, "cumplo con mi deber, cumplo con mi trabajo". Es también posible que algunos legisladores empujen cambios porque reconocieron que "ahora falta que los que hemos sido interpelados hoy públicamente por este movimiento, cumplamos lo que aquí estamos asumiendo públicamente".

Quedan como síntesis una pregunta y una afirmación hechas por las víctimas: "¿dónde está el Estado?", planteó uno; y el tiempo "se nos está acabando", dijo otra.

Y sí, ¿cuánto le queda a un sistema profundamente disfuncional? Nadie lo sabe. Hay momentos en los que el análisis se cierra con interrogantes sin respuesta.

LA MISCELÁNEA

Estoy entre quienes aborrecen recibir llamadas en casa de solícitos vendedores de tarjetas de crédito, cremas milagrosas o funerales todo pagado. Me defendí inscribiendo el número en esos programas de la Condusef y la Profeco que prometen eliminar los inoportunos timbrazos. Fue inútil. Un reciente fin de semana fue interrumpido por cuatro llamadas de Banco Ixe promocionando no sé que cosa y una de Telmex ofreciendo fibra óptica. Entretanto los jilgueros trinan recordándonos que somos esclavos de los poderes fácticos que hacen lo que quieren con leyes e instituciones.

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