Llegó la hora de las realidades inesquivables. A menos de doce meses del día en que más de 70 millones de mexicanos votaremos por el que habrá de gobernar la Repúbica hasta 2018, los temas fundamentales que deben estar en primer plano del debate político están sin definición.
El ambiente preelectoral se presenta vacilante como nunca antes. En lugar de un escenario conformado por precandidatos con claras posiciones sobre los asuntos nacionales vivimos en un profundo marasmo de indecisiones.
El que el senador Santiago Creel haya renunciado a su escaño para lanzarse decididamente a buscar la nominación como candidato del PAN a la Presidencia de la República, es una muestra de lo que México quiere ver repetida en otros. Es un formidable contraste con la costumbre de esquivar riesgos, empezando por el de poner en juego el puesto que se ocupa.
Esconderse tras formalismos legaloides, evitar lo costoso en términos de votos, buscar la frase que resuelve la entrevista y no comprometerse más que al no-compromiso, hizo que el político profesional perdiera la confianza de nosotros los electores.
Los partidos desperdician su potencial legislativo para modernizar al país. En el laberinto de posicionamientos que ahora les ocupa quedan a la merced del líder que mejor maneje una atractiva oferta de votos. El PRD y los partidos de izquierda como Convergencia, el Partido del Trabajo o el recién creado Morena, podrán ostentar posiciones generales harto bien conocidas. El PAN se presenta al público como de centro derecha. Del PRI no hay que esperar definición ideológica alguna. Confía en que el pragmatismo que lo ha mantenido en el pasado a salvo de las definiciones comprometedoras, lo lleve al triunfo el año entrante.
Puede no ser así. El electorado ya no quiere declaraciones generales sin saber lo que los partidos, y más concretamente los candidatos, proponen para el futuro de México. El ambiente está cargado de condenas contra la negligencia y los abusos de las élites políticas ante los inaplazables problemas socioeconómicos. De seguir así, lo que se cosechará en julio del año entrante será una abstención mayor que la que se dio el pasado junio en el Estado de México.
Es aún prematuro para que los tres grandes partidos políticos definan a su abanderado. Por lo mismo, los que aspiran a ganarse la confianza nacional deben ir declarando desde ahora sus posiciones para 2012 en torno a las preguntas más importantes que la ciudadanía se plantea sobre los destinos nacionales y su propia suerte personal.
Los precandidatos presidenciales deben ya enfrentarse directamente a ciertas elementales preguntas sobre lo que se proponen hacer una vez que llegasen al alto cargo al que aspiran.
La primera se refiere a sus intenciones en materia del combate a los mafiosos y a los narcotraficantes. ¿Piensa usted continuar la guerra que ha declarado el presidente Calderón, o buscará otra estrategia, y en su caso, cuál?
¿Retirará usted las fuerzas armadas federales de las calles en las regiones más asediadas por las mafias? ¿Propondrá la legalización del consumo y tráfico de drogas?
La segunda pregunta: ¿Qué piensa hacer con el sistema educativo nacional para colocarlo siquiera al nivel del promedio internacional de eficiencia. ¿Continuará consintiendo al SNTE?
Una tercera pregunta: ¿Tendrá usted intenciones de ampliar el Seguro Popular o favorecerá a las cadenas privadas de salud?
La cuarta pregunta: ¿Piensa usted mantener la política actual de sustituir la producción nacional con importaciones que sean más baratas eliminando toda protección a la agricultura e industria nacionales, o bien establecerá estímulos y preferencias a los productos y empleos mexicanos?
La quinta pregunta: ¿Qué plan tiene para terminar con la corrupción en el gobierno y en los negocios? ¿Tiene intenciones de limpiar los sindicatos apoyando su democratización?
Sexta pregunta: ¿Abriría usted a Pemex a asociaciones privadas, incluso a las extranjeras?
Son preguntas...
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