"No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino."
Confucio
Las semillas de la actual crisis económica las plantó el gobierno de George W. Bush, quien tomó el superávit fiscal de Bill Clinton, generador de un crecimiento sostenido y no inflacionario, y lo convirtió en un enorme déficit. Lo peor es que el déficit no se invirtió en producción o infraestructura que mejorara la competitividad de la economía estadounidense, sino en un aparato militar que poco aporta a la productividad.
Junto a Alan Greenspan, en ese entonces presidente de la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, Bush, Jr., estaba convencido de haber encontrado la fórmula mágica para evitar las recesiones. A través del gasto deficitario y de una política expansiva de la Reserva Federal (con tasas de interés artificialmente bajas y la emisión generosa de circulante) se logró efectivamente evitar una recesión durante la mayor parte del Gobierno de Bush. El propio Greenspan se enorgullecía de la "gran moderación", una reducción de los ciclos de la economía que había evitado la aparición de recesiones, producto de la política monetaria inteligente que él había aplicado.
Esta combinación de déficit de presupuesto y políticas monetarias expansivas se pudo mantener en parte gracias al enorme déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, que hizo posible que billones de dólares salieran de la economía estadounidense y fueran a parar a las reservas de los bancos centrales de otros países. Otra parte importante de la liquidez se encauzó a los bienes raíces, en los cuales se generó una burbuja inflacionaria, como consecuencia de la política de vivienda del gobierno de Bush, que dio enormes subsidios a la compra de vivienda de familias que no tenían capacidad de mantener sus pagos en el largo plazo.
Los ciclos de la economía tomaron su venganza con la profunda crisis económica de 2008 que ahora amenaza con repetirse. Barack Obama asumió la Presidencia de los Estados Unidos en enero de 2009 con una fuerte recesión. Por un momento pareció que entendía mejor la situación que su predecesor e hizo declaraciones en las que reconocía la necesidad de reducir el déficit de presupuesto y la deuda pública acumulada en tiempos de Bush. Cuando llegó el momento de tomar decisiones, sin embargo, no rectificó las políticas de gasto, ni pudo lograr un aumento de impuestos o cuando menos la reducción de los tratos preferenciales a empresas y grupos de presión que hacen que el sistema fiscal estadounidense sea tan ineficiente.
En lugar de dedicar todos sus esfuerzos a resolver el problema financiero, Obama se concentró en sus dos primeros años de gobierno en impulsar una reforma al sistema nacional de salud. Quizá ésta sea necesaria, pero resulta muy costosa y no ha hecho más que aumentar las dudas sobre el futuro económico del país. A pesar de que las semillas del desastre las plantó Bush, Obama no supo entender que su papel histórico era removerlas.
La economía de Estados Unidos tiene una gran fortaleza interna. Por eso vimos ayer el rebote en los mercados financieros. Si republicanos y demócratas se ponen de acuerdo en un plan razonable para reducir el déficit de gasto y la deuda pública, la Unión Americana retomará un crecimiento vigoroso en un tiempo breve. Pero si se pretende resolver un problema generado por exceso de gasto e inyecciones de dinero con más gasto e inyecciones de dinero, Estados Unidos podría vivir un estancamiento prolongado, como ha ocurrido con Japón, que ha aplicado esa fórmula durante dos décadas.
Una desaceleración en Estados Unidos tendrá consecuencias muy fuertes en México. No podemos evitar los problemas de nuestro vecino, pero sí tomar medidas para mejorar nuestra competitividad. La reforma laboral ya en el Congreso sería un buen primero paso. Pero hay que seguir con una reforma fiscal y una energética que fomenten la inversión privada.
