Para corregir los vicios que campean en nuestro país sería, según el criterio de algunos observadores, que los oídos de los que gobiernan, lo mismo en una aldehuela que en un palacio, estuvieran atentos a los gritos de justicia que se oyen por todos los rincones de nuestra patria:
"Suave Patria: te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito; como a niña que asoma por la reja con la blusa corrida hasta la oreja y la falda bajada hasta el huesito. Tu barro suena a plata, y en tu puño, su sonora miseria, es alcancía: y por las madrugadas del terruño, en calles como espejos se vacía el santo olor de la panadería. Patria: tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio. El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo. Como la sota moza, Patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagros, como la lotería. Diré con una épica sordina, la Patria es impecable y diamantina." Versos tomados al azar del poema intitulado La Suave Patria del vate Ramón López Velarde.
Bien, he de decir que en la magna reunión estaban todos los convocados, además de los acongojados parientes de los victimados por el crimen. Olía a perfume de jazmines, flores blancas, tallos largos, el rocío había hecho su trabajo. En la explanada del castillo caminaban señoras vestidas de luto que se movían como quien no encuentra su lugar.
En salón aparte lucía la carroza de Maximiliano y Carlota; vestigios de otros tiempos. (No se por qué me trajo el recuerdo de Mario Moreno, Cantinflas, vestido de Carlota y Manuel Medel, personificando a Maximiliano, en la película "Águila y Sol" filmada en 1938). La ceremonia estaba a punto de iniciar. El Presidente departía amigablemente con sus interlocutores, parecía uno más. El escenario: los salones del Castillo de Chapultepec. Se oía la voz del escritor Javier Sicilia, (lástima no hayan concurrido los gobernadores que se hubiesen enterado que el escuchar al pueblo no es una concesión graciosa sino una necesidad y una imperiosa obligación de quienes gobiernan).
Hasta ahora los presidentes de la República se habían concretado a pedir perdón a los mexicanos pobres, "por no haber sabido cómo sacarlos de su miseria". Dicho lo cual, parte última de sus peroratas de despedida, se retiraban satisfechos entre aplausos de sus paniaguados. Si alguien de los diputados contestaba su informe, lo escogía el propio presidente que aceptaba lisonjas y exageradas alabanzas de su gestión administrativa. Eran tiempos de postraciones bajunas en que había una competencia para ver quién decía mayores sandeces en su afán de sobresalir con sus laudatorias y demás ditirambos a la labor del "señor".
Al panista Calderón, es de nobleza reconocerlo, le tocó bailar con la más fea. No hay un momento que haya sido pacífico en su itinerario presidencial. Sin embargo, sobresale su participación en el alcázar del Castillo de Chapultepec, donde cautivó a los presentes en la audiencia con argumentos sólidos, sosteniendo sin titubear las tesis que lo llevan a sostener que en defensa de las instituciones ni un paso atrás.
A punto de iniciar el evento sonreían sus contrarios quienes imaginaban que después del fiasco de Tijuana lo tenían a su merced. No hubo tal. Lo imaginaban derrotado, como el condenado que llevan al patíbulo, arrastrando los pies, viendo al enmascarado verdugo afilar el hacha con la que estaban segurísimos rodaría su cabeza.
Nada más lejos de lo que en la realidad aconteció. La esgrima verbal es su fuerte. Ni el dolor de los familiares de las víctimas de los malos pudo evitar que perdiera el hilo conductor. Les dijo ante la serie de reclamos que formulaban los asistentes que el poder público no cejaría en la necesidad de defenderse cuando hay un peligro inminente, igual que si se avecinara una tormenta que amenaza con destruir nuestra casa.
Un presidente asediado no entrega la plaza. La protege de propios y extraños, la cobija por encima de yerros, desaciertos, fallas o deslices. Con esa actitud se reunió con el pueblo. Sí, tienen razón lo que opinan que el poder no será más el de antes. Se ha abierto un coloquio. No ha sido fácil para nadie el camino para llegar a establecerlo, lo difícil será mantenerlo. Son muchos los obstáculos. La voluntad para llegar debe prevalecer. Es un triunfo ciudadano que debe ser aplaudido.
Al terminar el evento todos respiramos convencidos de que se trató de una actitud eminentemente republicana. Los que asistieron encontraron que nadie recurrió al insulto para decir lo que es una verdad de a kilo, son muchas las injusticias que ha sufrido el pueblo donde más le duele que son las nuevas generaciones, las que cuando logran enterarse el porqué de lo que pasa en la calle se dan cuenta que sus derechos están siendo pisoteados.
En fin, mientras sus colaboradores no dan pie con bola, el Presidente decide en absoluta humildad dialogar al tú por tú con mexicanos que piden ser escuchados. Lo que suceda de aquí en adelante está en sus manos.