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Lo triste de cada día...

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Ayer me escurrí de la casa hacia la calle. Fui a refugiarme en el café al cual suelo asistir con algunos amigos para distraer los agobios con charlar simplemente sobre las cosas vacuas del día con día. Temas que siempre son de moda como la política estatal, municipal y nacional; o por ejemplo los Idus de julio que convertirán en una insípida tardeada los idus de octubre del 2012.

La tarde se sentía incómoda, acogotante y con cierto ritmo de pereza italiana: simplemente no hacer nada, como sentarnos en la plaza de armas a ver las nubes cerradas sobre nuestra cabeza y sin que aparezcan signos de lluvia ésta caiga en efecto. Los peatones deambulaban morosos sobre las banquetas; se entretenían en la contemplación de escaparates, mientras otros obstruían el avance de la masa viandante que creaba mayores obstáculos a la circulación.

Conforme los paseadores se acercaban a la Alameda Zaragoza empezamos a escuchar la vocinglería infantil qué, después de timbrar en los zaguanes y tocar en los portones ofrecía servicios y productos baratos a las amas de casa. "Le barro el frente, seño... le emparejo el césped...le tiro la basura, le lavo el auto, le boleo el calzado, le doy lustre a sus zapatos, ya sean de hombre o de mujer...le hago, le traigo, le ayudo... o le llevo" Cómpreme un dulce... vendo lápices afilados, ¿quiere navajas de rasurar?... pruebe la nogada con coco...casetes baratos de música mexicana...ándele, cómpreme barato señorcito.

Expresiones en contrapunto con las que nacen de la gente pobre y para colmo en la tercera edad, las voces cantarinas de un grupo infantil hacía su lucha por la vida en estos tiempos en los qué, quien no cae, resbala...y más estremecedoras escuchamos la voz de las personas pobres de edad más que madura. Son todas, quiérase o no, la voz de la crisis que habla en las palabras del desempleo, el sub-empleo y la miseria. Tienen el tono dramático de la injusticia y expresan una reclamación ingente, todo lo contrario de lo que afirman los secretarios de Estado que integran el gabinete económico.

Caminamos por nuestras calles y nos asalta la realidad angustiosa del desamparo. La encontramos a la salida de los restaurantes en la famélica figura de muchachitos que nos dicen haber cuidado nuestro automóvil, en los atrios de la iglesia, en las plazas públicas. Cada día existen más personas lastimadas por la necesidad, quienes salen a defenderse en la calle con la venta de algo o mediante el desempeño de alguna tarea eventual.

Solo quienes no dejan el cómodo sitial de sus oficinas o la poltrona mecedora de sus casas pueden negar estas escenas. Si por lo menos asomaran su rostro afuera de las fábricas, los comercios, los almacenes, las farmacias, identificarían a la modesta clase trabajadora contando, uno a uno, los billetes de su magro salario en la desesperante tarea de estirarlo para que cubra todos sus requerimientos: "Si compro esto, no puedo comprar aquello"...

Bueno, esa tarde hubo lluvia y la gente del campo pudo al menos sembrar su maíz y sus frijoles. Pero recordemos que hay en el desierto áreas estériles que devoran el agua sin provecho; y hay campesinos que amanecen y anochecen en rudos trabajos de recolección, tan ingratos como el medio en que viven.

No dudamos que el gobierno haga su mejor esfuerzo, pero díganselo también al que vende lápices en la calle, lava vidrios de automóviles en los cruceros, traga fuego o recorre colonias y barrios en busca de un trabajo que le rinda algo para llevar a su casa.

Hay muchos mexicanos que buscan en la vía pública el sostén de la familia y luchan contra los inspectores que les estorban, contra judiciales que los extorsionan, contra autoridades municipales que no quieren a los vendedores ambulantes. Sepan, señores de la autoridad, que ninguno anduviera en tales tareas si pudiese obtener un trabajo mejor.

Mas si no podemos hacer algo para evitar estas escenas, hijas de la crisis, demos oportunidad de ganar un poco al que nos pide barrer el frente, lavarnos el coche y vendernos un dulce. Rechazarlos, negar nuestra solidaridad, es como apartarlos de nuestro camino sin que siquiera nos conmueva su famélico estado. No sentir la angustia ajena sin que se muevan nuestros mejores sentimientos es como darle una bofetada a Dios: un gesto criminal y suicida: La vida cobra siempre, y esto sale demasiado caro.

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