Palabras al Viento...
Una vez decididos a encontrar la realización de sus ilusiones, dejaron sus empleos para recorrer durante muchos días todos los caminos y veredas que serpenteaban las montañas y pequeñas llanuras que rodean a Zacatecas, buscando alguna mina abandonada o cualquier cueva que les pareciera inexplorada, adentrándose en aquéllas que les parecían prometedoras.
Cierto día, después de otra jornada agotadora, regresaban a su improvisado campamento cuando con sorpresa alcanzaron a distinguir entre las primeras sombras del crepúsculo, la entrada de una cueva que inexplicablemente hasta entonces había pasado desapercibida para ellos, a pesar de que ya eran muchas las veces en que habían pasado por aquel mismo lugar.
Sumamente intrigados pero llenos de asombro, se introdujeron en aquella oquedad oscura, y a la luz de sus lámparas de carburo que habían encendido precipitadamente, se quedaron atónitos cuando observaron una brillante piedra que casi los deslumbraba, mientras gritaban ¡Es puro oro, es puro oro! ¡El Santo Niño nos escuchó al fin!
Inmediatamente se dedicaron a barretear alrededor de su descubrimiento, hasta que lograron desprender aquella hermosa piedra y sin importarles el cansancio y el gran peso, apresuradamente la llevaron cargando hasta el arroyo que pasa a inmediaciones del poblado Vetagrande.
A medida que lavaban la piedra no se cansaban de agradecer y alegrarse de su buena suerte, pero al mismo tiempo que empezaban a imaginar la riqueza que creían los inundaría, también asomaba en sus mentes la inquietud de que alguien pudiera arrebatarles su preciado tesoro al grado de que la desconfianza de uno para el otro de aquellos amigos, también aparecía.
Después de cubrir con varas y ramas secas la brillante piedra, se dispusieron a dormir cuando ya pasaba de la media noche y algunos otros gambusinos regresaban a sus hogares mientras se iba quedando el pueblo en silencio, solamente interrumpido por algunos ladridos de perros.
Pero Misael y Gildardo inútilmente trataban de dormir. Su hallazgo los mantenía en vilo, y lo peor era que había nacido en ellos un terrible recelo, producto de la codicia que los estaba invadiendo y acabaron por olvidar los sentimientos cristianos que hasta entonces habían consolidado la amistad entre ellos, desencadenándose la fuerza del mal.
Nadie sabe exactamente lo que sucedió aquella noche, sino que al amanecer un pastorcillo sacaba a pastar un rebaño por aquellos caminos y descubrió los cuerpos sin vida de los dos jóvenes, volviéndose a toda prisa a Vetagrande para divulgar a gritos su horrible hallazgo.
En un acta que luego levantó el representante de la autoridad, quedó asentado: "En el crucero del arroyo grande fueron recogidos dos cuerpos de quienes se identificaron como Misael N. y Gildardo N. Presuntamente la causa de ambas muertes fue por heridas diversas, seguramente causadas por riña entre los occisos. Uno de ellos presenta una fractura de cráneo probablemente producida por el golpe de una pesada piedra que contiene oropimente...".
Irónicamente, lo que suponía era un costoso metal, no era más que un compuesto de arsénico y azufre, quizá de obsidiana de un negro brillante, pero la inexperiencia de aquellos jóvenes les hizo ver un brillo dorado. ¡No supieron que ni siquiera podía contener plata!
Alejandro Guadalupe Terán / agteranlira@hotmail.com