E N otras "Historias de reporteros" hemos contado que en todo el mundo más o menos los mismos reporteros cubrimos guerras, desastres naturales, golpes de Estado y demás acontecimientos internacionales de importancia noticiosa y cierto grado de riesgo. No es reciente. En el libro clásico que cuenta las aventuras de los corresponsales de guerra, "Territorio Comanche", el español Arturo Pérez Reverte, periodista de televisión derivado en extraordinario escritor, le llamó "la tribu".
Dos miembros de ese clan decidieron plasmar en este 2011 algunas de sus experiencias en sendos libros. Compañeros en Noticieros Televisa, Alberto Peláez y José Luis Arévalo brincaron de la narrativa televisiva a la imprenta: el primero con una novela, El olvido de la memoria; y el segundo con un relato testimonial, Por los vientos de la guerra.
Peláez optó por la ficción, pero lo hizo siempre desde lo suyo: reporteando, hurgando en la vida de sus personajes, Román y Ernesto, atando los cabos de sus miserias y sus luces, rastreando sus propios orígenes para contar su historia, esta vez sin cámara, sin el límite, que también es magia, del minuto y treinta segundos que impone la prisa televisiva.
Ernesto, reportero medio huérfano, medio perdido, hundido en el alcohol y el adormecimiento emocional, es redimido por el oficio de contar la verdad.
En la pluma de Peláez, Ernesto, que es un mucho él mismo, nos sirve de vehículo para conocer historias de horror y esperanza que van de Teruel a Herzegovina, a Somalia, a Argelia, a Ruanda y finalmente a México.
José Luis Arévalo decidió plasmar sus mejores anécdotas de cinco conflictos armados en Por los vientos de la guerra, un relato a ratos divertido, a ratos serio, pero nunca solemne, de un cúmulo de vivencias en momentos límite. No es un tratado sobre el periodismo de guerra, sino un texto directo, sencillo, honesto, en el que el autor evita ser juez para decidir si hay o no guerras justas, y casi platica con el lector las experiencias y sentimientos acumulados durante cinco guerras específicas.
Es común que los corresponsales de guerra decidan escribir un libro. Pero no lo es tanto que al hacerlo resistan la tentación de vestirse de héroes y pontificar sobre la naturaleza del infierno de los conflictos bélicos. Ambos lo lograron.
Arévalo confiesa que él no sabe responder "¿Qué es la guerra?", pero sí sabe que "siempre pierden los mismos: los que mueren, aunque no siempre los que viven son los victoriosos", y nos lo cuenta desde una convicción: "hay que saber la diferencia entre un corresponsal de guerra y un obsceno vendedor de sangre".
Peláez presenta el viaje de Ernesto, un ser complicado que huye de la guerra y la busca al mismo tiempo y que en ese proceso huye de sí mismo, pero no puede dejar de buscarse. Dos buenos libros de dos buenos corresponsales. Dos lecturas muy disfrutables. Logros de Alberto y Pepe. Abrazo para ambos.