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Los guiños

GILBERTO SERNA

¿Será suficiente un gesto, cualesquiera que sea, para llegar a la conclusión de que un funcionario de gobierno extranjero, en el caso un embajador, está participando en la política mexicana, no obstante prohibición constitucional, jugando a las escondidillas?, ¿o se podrá interpretar ese ademán como menosprecio al Presidente en turno considerando que ya va de salida y que hay que quedar bien con el siguiente?

La pregunta clave es: ¿había o no, un arreglo con el que se considera como el "amarrado" para figurar como candidato a ocupar la oficina de Los Pinos? Otra: el embajador de los Estados Unidos de América, ¿será la hada madrina que posee la varita mágica para aparecer, con un suave movimiento que apunta al Ceniciento convertirlo en el pretenso ideal para, al igual que Walt Disney, transformar a los ratones Gus y Jack en caballos que tiren de una carroza con rumbo a la gran "pachanga"?, siempre que el gato Lucifer no le haga una mala jugada. ¿Eso indicaría que hay una intromisión en asuntos domésticos de un señor que no respetó las reglas de juego en una cosa tan delicada como lo es el de escoger a un pretendiente? ¿O es que somos muy quisquillosos?

Hemos de ver que aquí ya pasó algo más o menos igual, guardando las debidas distancias, cuando el argentino Rubén Omar Romano fungía como director técnico del equipo de futbol "Santos", poco dado a aceptar las críticas, por fundadas que fueran, se mostraba berrinchudo, no disimulaba su enfado, terminado un evento futbolístico caminaba con rumbo a los vestidores con evidente disgusto, con la quijada apretada por las demostraciones iracundas de espectadores que pagaban su boleto de gradas para divertirse.

Se dejaba llevar por arrebatos, más que por la sensatez de quien cobra buenos dólares por sus servicios, no siempre exitosos. En el fondo debe ser un buen hombre, que desayuna come y cena como lo puede hacer usted y yo, no obstante colóquelo en la grama de un estadio y se convertirá en un basilisco, es decir, en energúmeno, casi un cascarrabias, furioso, irascible, en veces exaltado, incapaz de advertir que sus muecas, el dedo frotando su nariz, le son ofensivas a quienes arriba en sus asientos dejan escapar las presiones de un mundo en el que cada día que pasa es más difícil reír.

En su columna, la de hace dos días, Plaza Pública, el laureado periodista Miguel Ángel Granados Chapa se refiere a que los guiños, al que llama incidente menor: entre Pascual y el pretendiente Peña Nieto, "hizo que el Presidente omitiera el nombre de Pascual en el exordio de su discurso". Es natural que al igual que en los mejores tiempos del imperio romano los enviados a alguna de las provincias sometidas fueran verdaderos procónsules, que no es el caso de Pascual quien discretamente se movía en el mundo de la diplomacia, apenas provocando que miradas curiosas se enteraran de su existencia.

Lo que no bastó para que pasara totalmente desapercibido. La mala leche de quienes tuvieron acceso a su correspondencia lo puso en evidencia. No lo sé en realidad, pero lo deja entrever el Presidente Calderón, cuando asegura que el embajador mostraba una doble cara. Me recordó al escritor Fernando Benítez, que en su novela el Rey Viejo, rememora a los generales que se acercaron a Venustiano Carranza con muestras de adhesión bajuna, cuando abandonaba Palacio Nacional, para a poco, asesinarlo en Tlaxcalaltongo. Ante su presencia, del actual Presidente, Pascual se mostraba melifluo, ponderando las luchas del Presidente contra la delincuencia, en tanto enviaba despachos a su gobierno hablando pestes de la labor de Calderón y de su equipo, filtrándose esto último en las indiscreciones de WikiLeaks, lo que nadie esperaba sucediera.

Esa era la tragedia de este país en que dejar las cosas en paz se consideraba una buena política. Ahora, grandísimo bribón se quitó de encima Calderón, al que con toda propiedad le podría llamar mañoso y fariseo, más falso que un bilimbique de los tiempos de la Revolución.

Tienen razón, a mi modo de ver las cosas, que con Pascual y sin él, los asuntos de Estado entre los dos gobiernos seguirán el curso que tengan que seguir. El próximo embajador será igual si no es que peor. Pero no será su culpa sino de sus patrones. Es claro que los embajadores se cuelan hasta la cocina, si ello conviene a sus gobiernos. Deben hacerlo con cautela, esperando no llamar la atención. Si acaso son pescados con las manos en la masa, no quedará más remedio que prescindir de sus servicios. Ya sea cambiándolo de sede, concentrándolo en la oficina de la o del canciller o sosteniéndolos contra viento y marea en sus puestos, haciendo saber a bombo y platillo, que no lo retirará, para a poco tiempo hacerlo que solicite licencia para retirarse del cargo "por su propia voluntad".

Es una charada que todos sabemos, pero disimulamos no saber. Son las reglas no escritas de la diplomacia. Pronto veremos otro Pascual con otra cara, pero con las mismas mañas, haciendo guiños a diestra y siniestra. En fin, aquí no ha pasado nada.

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