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Los herederos de la Revolución

ADELA CELORIO

 L A verdad es que este "Buen Fin" no fue tan bueno. Daniel Sada, el escritor que le gusta tanto a mi amiga Maricarmen Maqueo porque "abunda de mil maneras, todas bellas, el tema del desierto que yo tanto amo". Daniel Sada, de quien Carlos Fuentes expresó alguna vez que era una de las mejores propuestas de la literatura mexicana contemporánea. Daniel, el compañero de vida de mi talentosa amiga y maestra Adriana Jiménez, murió después de la pesadilla que es siempre una larga enfermedad. Comparto desde aquí la tristeza de Adriana. En cuanto al 21 de noviembre, debo confesar -usted perdone- que ninguna revolución me parece celebrable. Y ahora va lo peor. Antes de escribirlo ya recibo las primeras pedradas pero de todos modos ahí les va: me gustaría nunca más volver a escuchar eso de "mexicanos al grito de guerra" -yo por mí cambiaría la letra del Himno Nacional. Primero porque la sola palabra guerra, con sus connotaciones de crueldad, destrucción, miseria humana; me pone mala. Segundo porque un siglo después de que grupos distintos, con móviles diferentes e incluso contradictorios, se revelaron, perturbaron, alborotaron, intrigaron, se sublevaron, agitaron y llevaron al país a la anarquía y a la guerra civil; aún no tenemos nada que celebrar. Según Castro Leal: "El pueblo mexicano luchó y sufrió lanzado sin más programa que su anhelo, sin más método que su instinto, sin más límite que su piedad y su cólera, a redimir a un país que había vivido siglos de olvido y servidumbre". Por supuesto que antes de que todo eso sucediera y cuando las cosas empezaron a ponerse color de hormiga; el hombre que decidió los destinos de nuestro país durante la friolera de treinta años, acompañado de doña Carmelita Ortiz Rubio, su última mujer -que tuvo varias- con sus hijos e hijos políticos, nietos, nanas y fieles sirvientes, se retiró a París donde pasó sus últimos años y donde murió pacíficamente rodeado de los suyos. Yo terca que soy, insisto: ¿Cuáles fueron los logros de la Revolución? Ante todo desordenar al país, provocar una terrible hambruna (el dinero no servía para conseguir un mula bolillo) contaba mi abuelo. Más pobreza, caos entre el pueblo, choques sangrientos, saqueos, asaltos, atropellos, angustias, y muchos muertos -se habla de un millón. Según Alfonso Reyes, con todo y su anarquía, rapiña, hurto y violencia: "la Revolución echó a andar nuevamente la historia". Con todo el respeto que me merece don Alfonso me quedo con la impresión de que sin democracia, las armas son la única opción que el hombre conoce para defender sus derechos. A cien años de nuestra Revolución me parece un iluminado Giuseppe Lampedusa cuando en "El Gato Pardo" escribe: "Todo debe cambiar para que todo permanezca igual". Creo que pagamos un precio demasiado alto para sólo cambiar de patrón. Todos conocemos a los herederos de la Revolución, dueños y señores de tierras y playas. Propietarios de magníficas residencias en las zonas más privilegiadas de México, de Miami, de Nueva York o París; además de sus abultadas cuentas en bancos extranjeros que les permiten vivir sin trabajar, rentar aviones y autoexiliarse en Dublín, que para eso es el dinero ¡faltaba más! Ahí están felices ostentando su nueva riqueza con vulgaridad y desvergüenza. No, definitivamente no creo en las revoluciones sino en las transformaciones. La vida va siempre hacia adelante y aunque lentamente, los ciudadanos crecemos, maduramos y es evidente que cualquier avance de nuestro país es logro del ciudadano que pase lo que pase mantiene la fe y sigue trabajando. Paga impuestos, educa a sus hijos y desde su trinchera defiende la democracia todos los días. Con cuarenta millones de pobres, la educación de nuestros niños secuestrada, la revista Forbes reconociendo inmenso poderío económico del "Chapo" Guzmán, el costo absurdo de nuestro aparato político (millonarias campañas, sostén de partidos que como prostitutas de lujo sólo sirven para vender caro su amor) a mí nadie me convence de que hay Revolución que celebrar. Descreída que me ha hecho la vida, tampoco creo en los mesías que ofrecen salvarnos pero no nos dicen cómo. Ahora estamos conscientes de que un vocabulario que hace obstinada referencia a las virtudes morales como rectitud, magnanimidad, integridad, grandeza de alma, lealtad, o el amor que recientemente proclamó el más furibundo de nuestros precandidatos; son sólo ruido ornamental en el discurso de quienes buscan nuestro voto para hacerse del poder. Ya no creo en esas paparruchas aunque aprecio la mejor invención de la ingeniería mexicana que son los puentes. Le quitamos un día aquí, lo ponemos por allá; y tenemos un fin de semana largo para descansar sin culpa. Y ahora, sólo para terminar esta nota pregunto: ¿Cómo les suena mexicanos al grito de paz?

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