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Los mexicanos y nuestra soledad

EDUARDO SÁNCHEZ HERNÁNDEZ

Durante la década de los cincuenta del siglo pasado -entre 1950 y 1959 - se publicaron dos obras extraordinarias de la literatura mexicana: El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, y La región más transparente, de Carlos Fuentes.

Ambos textos abordan -con matices distintos y desde diferentes ópticas- el profundo individualismo, el egoísmo, la soledad y apatía social de los mexicanos. No cabe duda de nuestras contradicciones y contrastes. Al mismo tiempo que somos hospitalarios podemos ser sumamente hostiles con quienes integran nuestro entorno inmediato. La sociedad mexicana es capaz de ser candente y apasionada para combatir o defender posiciones inocuas - como los aficionados al futbol, que sostienen batallas campales por el honor de sus equipos- y al mismo tiempo permanecer impasibles ante la injusticia. Si el enemigo toma la forma de desastre natural, los mexicanos podemos ser solidarios, heroicos y generosos hasta el sacrificio. Cuando esto sucede, salimos a las calles, trabajamos, nos organizamos, somos eficientes y aptos para los actos sublimes. Abrimos la cartera, los corazones y hasta nuestras casas en pos de aliviar el dolor del prójimo. Pero si el enemigo es un gobernante corrupto, un grupo de abusivos o alguien con un poco de más de relevancia que nosotros -económica, política o social-, podemos voltear la cara sin empacho y hacer como si nada pasara, hasta el extremo de sostener argumentos tales como que la víctima "seguramente se lo buscó", o bien aducir que no se puede hacer nada para enfrentar al abusivo. En el mejor de los casos, vociferamos, nos quejamos y señalamos, pero hasta ahí llegamos.

Los mexicanos ladramos, pero no mordemos y en muchas ocasiones colmamos de caravanas a quien abusa de nosotros, quizá con la esperanza de que nos llegue el turno de sacar provecho de una posición de privilegio. Es común ver personas solícitas y atentas con quienes son apreciados como superiores y ver a esas mismas personas comportándose déspotas y arrogantes con quienes perciben inferiores a ellos. Éste es un país en donde la discriminación es generalizada; de hecho nos puede pasar inadvertida. Aquí se organiza un Teletón para ayudar a personas con discapacidad en el que participa activamente la sociedad y al mismo tiempo, aquí, la apariencia física puede determinar la clase social de las personas. "Es naquita, pero tiene facha de gente bien" o al revés "Tendrá dinero y educación, pero a leguas se ve que es un nacazo".

Los mexicanos somos racistas, clasistas y segregacionistas. En este país hay esclavos disfrazados de trabajadoras domésticas, de campesinos, de mineros, de obreros, de costureras, etcétera, a pesar de que el padre Morelos decretó la abolición de la esclavitud a principios del siglo XIX.

El otro día supe de una reunión de directivos de una empresa extranjera con importantes operaciones en México en la que se discutía con sorpresa el hecho de que en México son comunes los escándalos protagonizados por políticos en los que subyace la corrupción, los abusos y los excesos, pero al final no pasa nada. Sus correligionarios invariablemente salen al quite, explican que se trata de una maniobra política de sus oponentes, cierran filas en torno al abusivo y a esperar la gracia de la Virgen de Guadalupe para que pronto surja otro escándalo que disimule el anterior.

La impunidad aquí es cosa de todos los días y los mexicanos parecemos conformes con esas reglas del juego. Vivimos viendo hacia nosotros mismos, hurgando en los limitados caminos de nuestras soledades. No sabemos -ni queremos- trabajar en equipo; no hemos sido capaces de encontrar la ventaja que tiene sumar, porque para eso es preciso dar la parte que nos toca. Somos desconfiados porque nos sabemos abusivos; sospechamos del vecino porque conocemos nuestra idiosincrasia tramposa; somos suspicaces porque vivimos nuestras simulaciones. Pocas veces atacamos de frente; en México la gente se cuida la espalda. Los poderosos abusan porque muchas veces sus víctimas canalizan más sus esfuerzos en tener algún día la oportunidad de abusar, que en sacudirse al abusivo. Los mexicanos seguimos extraviados en el laberinto de nuestra infinita soledad.

Eduardo@Eduardo-sanchez.org

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