Si un niño miente, la ocasión es una oportunidad para que sus progenitores le obsequien nuevos aprendizajes. Lo recomendable es sacar el máximo provecho posible y otorgarle una enseñanza de vida.
Contrario a la sentencia popular, los niños sí mienten. Creer lo opuesto es cegarse a lo real e implica un riesgo, pues los pequeños requieren de una acertada orientación adulta ante esta acción a fin de aprender sus posibles consecuencias.
La escena es cotidiana: el padre o madre observa que su hijo toma una galleta de la charola y se la come; lo cuestiona por el hecho pues se trata de un regalo y el pequeño estaba enterado y advertido. La respuesta es sorprendente, cínica e insultante: “Yo no fui”. El adulto asume una de las opciones disponibles para su estado de ánimo: reír o llorar, mantener la calma o estallar en furia. “Pero si yo te vi, ¿cómo dices que no fuiste?”, reclama, y el infante se mantiene en lo dicho. Todo está muy claro: el niño está mintiendo. ¿Para qué escribir un artículo acerca de algo obvio? Para ‘ver más allá de lo evidente’.
PRIMERO CLARIFICAR
Si el ejemplo anterior fuera protagonizado por alguien mayor en un centro comercial, derivaría en la exigencia del pago de la charola o en la denuncia ante la autoridad correspondiente. Nadie negaría lo que se respalda por los testigos y hasta por el circuito cerrado de televisión. La interpretación de este suceso es correcta: la persona está mintiendo y la reparación del daño es exigible.
Hay una convención adulta desde el nivel de lo abstracto en referencia a la definición del verbo ‘mentir’: decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. Esta interpretación no es válida en automático para el ‘flagrante descaro’ de un pequeño entre los tres y los seis años, pues su mente funciona desde el nivel de lo concreto en referencia a lo que él ‘sabe, cree o piensa’. Así, lo asentado en el diccionario no es parte de su vida. La expresión “yo no fui” es verdadera porque se refiere a lo que él imagina, desea o invoca, a lo que quisiera que sucediera; reconoce su autoría y por ende anhela que eso no hubiera pasado.
Otras veces el niño simplemente inventa una respuesta ante una circunstancia nueva, extraña o diferente. Por ejemplo al responder acerca de quién hizo determinada acción, con el dedo índice y la voz señala contundente: “Él fue”. El menor no es consciente en el sentido adulto de lo que hace y no puede ser juzgado como mayor de edad. Por otro lado, puede darse el caso de que las mentiras infantiles resulten ‘emocionantes’ para su padre o madre, y sean reforzadas por su reacción alegre o aceptante. ¿Cómo actuar de manera saludable en estas situaciones?
LUEGO APROVECHAR
Si un niño miente, la ocasión es una oportunidad para que sus progenitores le obsequien nuevos aprendizajes. Lo recomendable es sacar el máximo provecho posible y otorgarle una enseñanza de vida.
El primer regalo, vinculado a la realidad, consiste en aprender que las cosas son como son y no como se imaginan o se quisieran. Por más que el pequeño anhele que las circunstancias sean diferentes, éstas se mantendrán: “Yo me comí la galleta”. En el mismo contexto, es elemental hacerle saber que no puede atreverse a adivinar cuando desconoce la respuesta y peor si con ello puede afectar a un inocente: “Si no sé quién fue, necesito decir ‘no lo sé’”. Esta lógica tan simple y evidente para alguien maduro, no lo es así para un infante. Todo se complica si el adulto exige a gritos una contestación, pues el niño se verá forzado a inventar lo que desconoce.
El aprendizaje requiere de una actitud amable, tranquila y dispuesta en quien enseña, modela y transmite. De la actitud paterna depende la filial. Plantear una analogía puede resultar muy útil y tranquilizante para ambas partes: “Es como si yo quebrara un florero y dijera que no está roto por el deseo de que eso no hubiera pasado”.
El segundo presente, vinculado a la responsabilidad, lleva al reconocimiento de los propios errores. Nuevamente aparece el proceso lógico: los mayores son importantes para los niños, sobre todo sus padres, y ansían tenerlos siempre contentos; por ello cuando algo falla creen preferible mentir a provocar su enojo o tristeza por el error cometido. Muchas veces los papás condicionan su amor a la buena conducta y con ello se dificulta la situación, pues ‘portarse mal’ implica perder lo más querido. La desproporción entre tirar la leche y el cariño de mamá es notable, y en apariencia es mejor mentir que arriesgar el tesoro.
Pero si los progenitores se mantienen ecuánimes ante el desliz del hijo éste aprenderá a compartir la verdad sin miedo a que una cosa mínima colapse su mundo familiar. Recordemos que en la confianza infantil se juega la apertura adolescente y adulta con los padres. Se trata de un regalo perdurable que vale la pena dar.
El tercero, también vinculado a ser responsable, se concreta a ilustrar la trascendencia de reparar el daño. Pedir una disculpa, trabajar para dejar las cosas como estaban o ahorrar para comprar lo destruido, son acciones que el menor precisa ejecutar. La presencia solidaria de los mayores -más aún con los apoyos físicos o económicos necesarios- reforzará lo positivo y la experiencia será inolvidable. Un juguete roto no se arregla solo y necesita quien lo pegue. Un insulto se cura con un abrazo. Un mundo violento se transforma con acciones pacíficas.
El último regalo se vincula a la gratitud y se cumple al dar las gracias al pequeño por decir la verdad, sin importar si se trata de un fracaso o de un logro, de una derrota o de una victoria, de un delito o un error.
Conforme el niño va creciendo, aprende a identificar la verdad y la mentira. Es entonces que sus guías deben adoptar la perspectiva que se sintetiza en la expresión: “Todo hecho tiene una consecuencia”, enseñándolo a responsabilizarse de sus actos y a asumir la reparación de los daños, sean estos materiales o morales.
Una reacción festiva y serena ante la sinceridad ordinaria deja una huella profunda, inolvidable y amorosa en la persona, y convierte a la transparencia en una virtud cotidiana. Esta es una contribución enorme y esencial para erradicar la corrupción de nuestra vida, tarea especialmente significativa para superar la crisis en que vivimos.
Correo-e: juanmanuel.torres@iberotorreon.edu.mx