No es novedad ni algo inusitado que los llamados "paqueros" compren la plaza a la que se dirijan, o sea, el derecho a practicar sus malas artes de prestidigitación, sin ser molestados, dando un "moche" a las fuerzas encargadas de la seguridad. Son hábiles defraudadores que hacen de un supuesto billete "premiado" su señuelo para embaucar a ingenuos habitantes a los que abordando en las calles les explotan el deseo que todos llevamos dentro de ganar dinero fácilmente. Por lo común son dos. Uno trae consigo el billete "agraciado" y después de seleccionar a su víctima, el poseedor del billete de la lotería le dice que le urge salir de la ciudad urgentemente, a lo que el otro paquero, fingiendo no conocerlo, constata en una lista oficial que efectivamente es el número ganador en reciente sorteo. La inocente, no tanto ya que cree que es ella la que va a desvalijar al incauto que se hace el tonto de que no sabe cómo cobrar su premio, les suelta los miles de pesos que acaba de sacar de una institución bancaria. Después se da cuenta que los pelafustanes la engañaron cuando pretende cambiar el apócrifo billete.
Los que perpetran el timo, son psicólogos naturales que escogen a sus víctimas con gran cuidado despertando su ambición de obtener dinero fácil, lo que las hace caer en el garlito que preparan.
Otro caso, la cartera de la que asoman billetes es "encontrada" abandonada cuando se presenta quien dice ser el dueño, quien se muestra en apariencia preocupado. El que acaba de recogerla se la guarda en su ropa pidiéndole, a quien va a estafar, que se calle, prometiéndole repartirse el botín. Una vez que el supuesto dueño se va, le dice que pongan cartera y una fuerte suma, que le pide como garantía, en un paliacate que le deja al incauto, diciéndole que se verán más tarde. El crédulo pasado un rato, revisa el paliacate encontrando, en vez de dinero, recortes de periódico, sin que se percatara en qué momento le dieron el cambiazo, si él cree no haberlo perdido de vista.
Los lugares preferidos de estos timadores son regularmente, las afueras de instituciones bancarias encargándose un cómplice de darse cuenta de las personas que retiran dinero en las ventanillas o en los cajeros automáticos. Saben cómo hacer cara de gente honrada convenciendo al ingenuo que lo son. No son peligrosos por cuanto agredan físicamente a la victima sino que su habilidad consiste en fingir. Lo de hacer un bulto en un paliacate con el dinero del ingenuo es una obra maestra para engatusar a su víctima, entregándoselo como si contuviera dinero real y no tiras de papel periódico. Este arte tiende a desaparecer por la impunidad que cubre a los delincuentes quienes ahora asaltan con pistola en mano sin que, en las más de las ocasiones, se cubran el rostro. Parece que hemos vuelto a las postrimerías de siglo XIX cuando facinerosos asaltaban en el camino real como lo relata Manuel Payno en su novela Los Bandidos de Río Frío.
No deseo terminar sin antes relatar lo ocurrido a mediados de la centuria pasada un hecho que demuestra lo poco confiable que puede ser quien crea una idea fantasiosa con ciertos ribetes de veracidad.
El suceso tuvo lugar en la risueña ciudad de San Pedro de las Colonias. Que como nos consta está a sesenta kilómetros y de Torreón, recuerdo que es donde escribió don Francisco I. Madero su libro en que elaboró, según dicen sus biógrafos, utilizando la mano manejada por espíritus, mismos que le revelarían que sería Presidente de este País. Son tres los actores del drama que voy a narrar. Dos vivales y un rico hacendado, este último desconfiado como el que más, al que los maleantes le echaron el ojo dándose por enterados que le volvían loco los centenarios o lo que es lo mismo, el metal aurífero. Lo fueron a ver cuando habían enterrado previamente en un rancho de su propiedad unas barras sin que aquel usurero y traficante de algodón de luna, supiera. Le propusieron que las comprara muy baratos unos lingotes que los camanduleros decían haber desenterrado. Que en realidad eran piezas de plomo pintados de amarillo. Pagó caro su codicia. En fin...