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Los pies de trapo

GILBERTO SERNA

Qué sucede con este país, cuando una oncena de jóvenes con caras infantiles nos demuestra, haciendo caer el telón de la desidia, que querer es poder. Pubescentes aún, nos demuestran que los mexicanos sí podemos ser solidarios entre nosotros. Que es el coraje frente a las circunstancias en que países con un mayor crecimiento económico, con un físico cultivado desde generaciones atrás, con un I. Q. superior, provenientes de países considerados como el primer mundo, lo que los hizo sucumbir en una competencia deportiva.

Para justificar nuestra frustración en justas de conjunto, nos decíamos que lo mejor era convencernos de que no estamos acostumbrados a realizar tareas que implicaran unidad. Los mexicanos, fracaso tras fracaso, cuando competíamos en grupo, tratábamos de encontrar la raíz de tanto descalabro, teniendo que recurrir al convencimiento de que sólo individualmente nuestros muchachos eran capaces de sobresalir. Lo que realizaron once jovencitos en el estadio de futbol nos enseñaron que el pundonor es parte importante del quehacer humano que no habíamos considerado como algo esencial, hasta ahora.

Sí hubo el aliciente de un mejor futuro que sin duda los impulsó a superarse. Es del todo válido que haya un deseo de labrarse un mejor porvenir. El pequeño cuya cabeza chocó contra la del portero alemán en un lance que hizo contener la respiración a los espectadores, fue algo más que un golpe fortuito. Retirado en camilla regresó por su propio pie una vez que se le colocó un vendaje que le cubrió la parte superior de la cabeza, como si se tratara de un casquete de un soldado del ejército que comandaba el militar cartaginés Aníbal, (quien atravesó en el año 218 a. C. los Pirineos primero y a continuación los Alpes, con 60,000 hombres, llegando a la llanura del Po, donde derrotó a los romanos. Una proeza que no hace muchos años aun servía de estrategia que se enseñaba en las escuelas, fue la de pasar el elevado paso en la montaña llevando como equipo a paquidermos adiestrados, con lo que sembraron el pánico entre sus contendientes y dos elementos imprescindibles en las guerras modernas: las armas pesadas móviles y los movimientos envolventes en el teatro de operaciones). Un busto antiguo en mármol muestra a Aníbal con barba y casco, semejando, este último, el vendaje que le colocaron al imberbe y genial futbolista. (busto de mármol en el museo arqueológico de Nápoles) El muchacho que en un brinco enseñó a los alemanes lo que podemos llegar a ser, no es moderno.

Pero ¿qué lección nos deja la hazaña de ese puñado de jovencitos?, la de que no es tarde para trabajar unidos. La de que juntos podemos lograr superar nuestros desacuerdos, en el entendido de que podemos avanzar si dejamos los egoísmos a un lado. La de que debemos convencernos de que el aislamiento que fustiga a los mexicanos, que crean ínsulas donde las puertas de las casas son el principio y el final de un mundo amurallado, en que cada familia es un todo que nos hace olvidar que allá afuera hay pobreza e infelicidad. Mientras no estemos conscientes que aún falta mucho por hacer y de que nada nos preocupa como no sea nosotros mismos, sin querer percatarnos de que lo que le hacemos a los demás, es lo que tarde o temprano nos golpeará en el rostro. Ellos aprendieron que deben compartir la pelota, que no es favorable querer jugar uno contra todos, que el futbol es como la vida misma, que para meter un gol deben aprovecharse los errores en que incurran los que corren en un sentido contrario al nuestro. Si aplaudimos un gol debe ser en base a que acordamos todos en qué momento meter la pelota en las redes.

Hagamos dos equipos para jugar entre sí. Los que todo lo tienen contra los que carecen de todo. En el primer equipo la casta divina que está conformada por quienes han acumulado grandes capitales, sin faltar encumbrados políticos cuyas encorvadas uñas no les permiten usar papel sanitario. El balón tocado por los Midas que se perpetúan bajo diversos disfraces de botargas de varios colores que se usan en las mojigangas, tendrán el privilegio de patear una pelota conformada de gajos de oro. Junto a ellos jugarán los de antifaz, especialistas en descuartizar a sus adversarios, sin que haya distingos por cuanto que su parecido es extraordinario, como una gota de agua es semejante a otra. La cancha por supuesto es de ambos, en las dos porterías está uno de los suyos, el árbitro es un pelele que solamente hace lo que le dicen que haga. El público en las gradas se divierte, autorizado sólo para mirar. En fin, este era un gato, que tenía los pies de trapo y la cabecita al revés, ¿quieres que te lo cuente otra vez?

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