Ppr qué somos los mexicanos así, malpensados, será por aquello de que piensa mal y atinarás. La verdad es que una persona es fotografiada en una casa de apuestas recibiendo fajos de billetes. ¿Qué de malo tiene?, lo malo, esta vez, es que un casino ardió, provocando la histeria de los políticos chapuceros, quienes de inmediato se pusieron a hacer pucheros (gesto o movimiento que antecede al llanto verdadero o fingido) procediendo a realizar o aparentando hacerlo "mientras pasa la tormenta", diversos trabajos que debieron hacer desde antes, como vigilar y tomar las providencias del caso para que en esas casas donde hay juegos de azar, con asistencia de cientos de personas, se cumplieran estrictamente los reglamentos. Lo que quizá les faltó, para armonizar la escena, es la contratación de plañideras. En un lejano pasado existieron como parte de la vida cotidiana, lo que en el lenguaje coloquial se llamaban lloronas, a las que se les pagaba por asistir a los funerales como un cortejo que acompañaban al muerto, vestidas de luto, de velorio en velorio, de panteón en panteón, quienes demostraban con sus lágrimas lo que lamentaba la humanidad por haber perdido a aquel ilustre miembro que en realidad ni tan siquiera conocieron en vida.
En suma, el fantasma del terrorismo sigue presente con su perversidad y el temible recuerdo de Osama bin Laden, cuya ejecución y posterior sepultura en medio océano no fue suficiente para apaciguar los miedos de una humanidad que cambió diametralmente desde septiembre del 2001.
Las exequias adquirían así un nivel crucial donde lo sentimientos afloraban en lo que se constituía en una verdadera e insoportable pérdida. Las plañideras, cuyo significado tiene su origen en plañir, sollozar, eran premiadas con el pago por sus servicios. Los dolientes creían que mientras más se llorara la muerte de su ser querido más relevante fue su existencia. Ver entrar a las lloronas debió de ser algo dramático: vestidas de negro, con un velo de tul negro parecían las mismísimas Parcas (cada una de las tres deidades hermanas, Cloto, Láquesis y Átropos, con figura de viejas, de las cuales la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida del hombre).
Lo último que se sabe del asunto Monterrey es que el alcalde de esa ciudad, hermano de quien dice vendía quesos a las casas de juego, estaba dispuesto a renunciar siempre que la ciudadanía se lo pida en un referéndum o en un plebiscito.
Lo que llama la atención a los regiomontanos es la falta de actividad de los poderes del Estado encargados de llamar a cuentas a las autoridades municipales. Lo importante es saber si Jonás le convidaba de las utilidades de las ventas del queso en cuyo caso se sabría que tienen los mismos gustos que los ratones. Aunque en los medios ha trascendido que la suma que en fajos recibía el hermano del alcalde eran unos supuestos derechos de piso.
El escándalo en la Sultana del Norte es mayúsculo y tiende a agudizarse, amenazando con arrastrar al gobernador a la debacle si no se le encuentra una salida. Lo peor es que debido al incendio que provocó la muerte de decenas de inocentes la población espera justicia, que alguien pague por ello. La investigación de los hechos languidece cada día que pasa. Retratos hablados van, retratos hablados vienen y no se sabe bien a bien si algún día se castigará al total de los responsables de este desastre social.
En tanto, la sucesión de los días transcurren despacio, pero avanzan sin detenerse.
Empiezan a correr versiones disparatadas en la que una mujer elegantemente vestida aparece de noche por la calle Gonzalitos gritando y bramando, a la que en tiempos de los aztecas se le llamaba Cihuacoatl que era una deidad vestida de blanco, con la cara pintada de blanco. No camina, más bien flota arriba del agua, vagando por las calles, gritando "Ay, mis hijos", por lo que la leyenda le ha dado el nombre de La Llorona.
Aquí en Torreón, cuando de niño escuché a mis mayores hablar de La Llorona como una mujer que vagaba por las calles cerca del cerro de la Cruz, oyéndose el ancestral grito que aterraba a los ingenuos pobladores de aquellos primeros tiempos. En fin, lo importante por el momento es saber si Larrazábal, hermano del alcalde, compartía con él las utilidades en la venta del queso en cuyo caso se sabría que tienen los mismos gustos que los ratones.