EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Los seudonombres en desuso

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

 R Amón Gómez de la Serna escribió, en su tiempo que "todos los escritores planteamos alguna vez la querencia al seudónimo, palabra con que encubrimos nuestro nombre verdadero o supuesto, que nos debiese toda su gloria o toda su oscuridad".

Sin embargo, algunos individuos suelen esconder o disimular bajo un seudónimo (nombre falso sobre el nombre verdadero) las obligaciones, máximas o mínimas, que fueron contraídas por ellos a lo largo de sus vidas; sobre todo las formuladas al calor de entrañables sentimientos: amor, dolor, pena y compromiso.

Antaño, entre adultos, fue suficiente un apretón de manos para sellar en dos personas tratos románticos o de negocio y no más. Nada quedaba escrito, aunque no hubiese otra garantía de cumplimiento para los dos comprometidos que la tan en uso "palabra de honor".

Quien no honrase estos pactos, ya fuesen civiles o religiosos, quedaría expuesto al ludibrio público, ya que en justicia los otros miembros de la comunidad podrían retirarles el saludo, pena leve que sería lo de menos, y/o satanizar su pertenencia ante la sociedad: nunca más serían bienvenidos, ni sería grata en adelante, su presencia en cualquier sitio honorable, como si fueran unos apestados...

Desde niños, nuestros padres nos apercibieron sobre los riesgos implícitos que corríamos al empeñar nuestro honor como garantía de cumplimiento, y decir "te lo juro por vida de Dios santito" constituía un doble compromiso, ante Dios y la sociedad civil. Cualquier trato entre personas se consideraba formalizado, decían los mayores de la familia, entre quienes habían resuelto la concertación verbal de un asunto de interés común, sólo solemnizado con estrecharse las manos diestras, una con otra; un convenio amigable o algo parecido. Bien nos lo advertían nuestros padres: "Lo que aceptes hacer, pagar o resolver a cambio de algo que valga la pena, deberás cumplirlo sin ninguna excusa o so pretexto, a riesgo de que seas considerado como una persona poco seria y confiable".

Escribir artículos en la prensa, bajo un seudónimo con el fin de ocultar la verdadera identidad del autor signatario, era un hecho que buscaba ocultar la identidad de quien lo había escrito y enviado a las prensas del periódico, pues así quedaría a salvo de recibir una media docena de vergonzantes bofetadas, las cuales no ayudarían a que su verdadero autor escapara de otras responsabilidades legales ulteriores; pero sí, al menos le demoraría recibir el justo castigo merecido.

En el pretérito siglo XX se imponía, de vez en cuando, una buena sanción debida al escándalo que provocara el hecho de manchar el honor personal, ya fuera entre amantes, políticos o periodistas en activo. En las centurias diecinueve y anteriores, el honor personal constituía un asunto grave que sólo podría resolverse a capa y espada, a fuego de pistolas, a salivazos, y aún con el uso de garrote vil, arañazos y mordeduras de rostro. Aunque los dichos recursos penales fuesen calificados de excesiva o de poca virilidad, siempre fue sagrada la fama pública.

Ramón Gómez de la Serna calificaría a algunos seudónimos como una causa de grave daño al honor personal; pero si sólo una cuartilla o una palabra hubiesen sido mal escritas y publicadas en un libro destinado a la venta, el dicho enseudominado tendría que pagar al dueño de la identidad auténtica por el costo y el esfuerzo de escribir otro volumen que no repitiera el vocablo trabalénguado, más la edición e impresión de una nueva publicación, ya corregida y aumentada; pero si sólo fuera un sencillo artículo de prensa, el idioma vehículo del denuesto merecería determinarle a un tercer lector un equis costo por cada palabra castellana que ofendiese y violase su identidad personal con un lenguaje ultramarino, extraño al aquí hablado y escrito. Mas no habiendo ley que aplicar penas a quienes se pudieran interesar en estas mal pergeñadas y otras curiosas frivolidades, presento mis disculpas anticipadas y avisos puntuales.

Quien esto firma hace juramento de inocencia por haber desaparecido los dos o tres seudónimos usados en su larga existencia como escritor; sin embargo es de repetir una frase que narra el propio don Ramón: "En España, un Fígaro operístico dio el ejemplo de seudominado al escritor del extraño remoquete con que se le bautizó, así provenga del renombrado personaje francés, cuyo espíritu frívolo, a la par que dramático, lo significó el mismo don Ramón en una frase: "Me apresuro a reír de todo, para no llorar por nada".

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 672387

elsiglo.mx