Otra vez el comercio exterior surge a la atención de la Cámara de Senadores. Las decisiones en este tema que ahí se tomen serán siempre cruciales para el desarrollo de nuestro país. No solamente está de por medio un ingrediente de la solvencia financiera de México sino un elemento fundamental de nuestra capacidad de crear y mantener empleos.
La cuestión que está a discusión es la ampliación del tratado comercial con Colombia y dos nuevos con Perú y Brasil. La posición de algunos empresarios mexicanos, particularmente los agropecuarios, es franca y vehementemente contraria a que esos acuerdos sean aprobados por el Senado a quien corresponde hacerlo por mandato constitucional aunque dos de ellos han sido ya negociados por el Ejecutivo.
Uno de los argumentos es que la experiencia con los tratados comerciales ha sido francamente negativa ya que de 43 países, 34 han arrojado saldos negativos. No quieren saber de nuevas propuestas. Los acuerdos les parecen avenidas suicidas que nuestras contrapartes usan para vencernos en nuestro propio mercado interno. En este tenor habría que denunciar todos los acuerdos con excepción quizá del TLCAN suscrito con Estados Unidos y Canadá que sí arroja, siempre que incluyamos ventas de petróleo, superávit.
Habrá que preguntar si los 12 tratados vigentes con más de 40 países tuvieron por objeto un desempeño tan adverso de los intercambios que fomentaron. Es obvio que no.
Todo tratado comercial busca facilitar la corriente comercial haciendo más factible, mediante las preferencias que se estipulan, una activa promoción de los artículos de cada parte hacia el mercado de la otra. Esta promoción auspiciada por su gobierno será, obviamente, responsabilidad de cada productor-exportador.
Otra razón por la que el producto mexicano no tenga éxito en el mercado de la contraparte pueden ser barreras inesperadas que obstaculicen la promoción. Las disposiciones legales y administrativas, los niveles federales, estatales y hasta municipales de aplicación que pudieran afectar la importación tienen que revelarse y evaluarse antes de poder estar seguro del efectivo acceso al mercado. Es el caso del mercado brasileño del que se afirma está excesivamente protegido por un cúmulo de requisitos, a veces sin haber sido prevenidos. La oposición a un tratado comercial con ese país se centra precisamente en que no hay suficiente claridad en estos puntos.
Cubiertos todos los aspectos anteriores, las razones de los resultados constantemente negativos que se cosechen de un tratado comercial pueden ser varias. La primera es que los productos mexicanos no habrán sido acertadamente promocionados en el mercado de la contraparte mientras que los productos de éste fueron más eficientemente promovidos con lo que ventas superaron en valor a las nuestras. Podrá deberse porque las exportaciones de la contraparte gozan de ventajas que su gobierno les da en cuyo caso habrá que proceder a remediar esta desigual situación.
Por muy inteligentemente negociado y redactado por las autoridades, que deben tomar muy en cuenta el consejo de los exportadores, un tratado no es sino una estructura. Los saldos que resulten de los intercambios dependerán muy principalmente de la pujanza y acierto con que los operadores lo implementen. Todo o dicho hasta aquí es de simple sentido común.
La correcta negociación de cualquier acuerdo comercial supone resolver y solucionar las barreras tarifarias, no arancelarias y las restricciones que todo gobierno tiene derecho a establecer para defender los intereses de sus consumidores. Entre esas reglamentaciones se encuentran las sanitarias y fitosanitarias que nosotros también imponemos a determinados productos. Ninguna de ellas debe quedar sin haber sido identificada y resuelta. La actual discusión en el Senado sobre el caso de Colombia versa sobre esto.
Los empresarios que se oponen individual o colectivamente a la negociación de nuevos tratados comerciales aluden a situaciones que suelen tener remedio si realmente hay deseo de abrir mercados extranjeros y derivar las ventajas de las economías de escala que ello ofrece.
La vocación latinoamericana de México está ampliamente acreditada desde los primeros años de nuestra independencia cuando, precisamente con Colombia, firmamos nuestro primer tratado de amistad y comercio. Fuimos socios fundadores de ALALC y seguimos operando acuerdos sectoriales de ALADI. En América Latina, con 550 mil millones de dólares de compras, está nuestro campo más propicio para la indispensable diversificación de un comercio exterior con las economías emergentes.
Antes de rechazar la propuesta de un tratado comercial con un país cuyo mercado sea atractivo para nuestro producto, hay que detallar a través de cuidadosas negociaciones las condiciones en que se enmarcarán nuestras exportaciones. Generalmente serán análogas a las que México tiene establecidas. Lo que no es sensato es negarnos a negociar su eliminación. No hay que seguir dejando al azar lo que debe ser compromiso ni tampoco seguir teniéndole miedo a la competencia si estamos seguros de la competitividad de nuestra oferta.
Juliofelipefaesler@yahoo.com