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Los zapatos

GILBERTO SERNA

En los años treinta del siglo XX era común advertir en lo alto de los cables, que llevaban la electricidad a los lugareños, zapatos o tenis, arrojados por manos anónimas, sujetos por sus cintas, colgando como adornos de un Torreón que con el transcurrir de los días iría ¡ay! perdiendo su fisonomía.

Era un misterio no descifrado aún del porqué el calzado iba a parar a las alturas como pendones que marcaran un territorio exclusivo de los dueños de ese calzado o era una protesta de los padres de familia que tenían un solo pantalón con el que pasaban por la vida y era el que llevaban cuando eran enterrados.

O era un deporte innominado de los jóvenes de aquella época probando la habilidad de sus brazos, como en las competencias formales se lanza la jabalina tratando de llegarla lo más lejano que se pueda o por qué no, constituía un déja' vu, (voz francesa) una sensación de haber vivido anteriormente una situación que se está experimentando por primera vez, reminiscencia de una ciudad naciente sin más pasado que la facultad del alma con que traemos a la memoria aquellas imágenes de que estamos trascordados o que no tenemos presentes.

Eso era mi ciudad, a la que recuerdo bañada de luz con casas de adobe, frescas de día y de noche. Las nubes de entonces se juntaban despanzurrándose encima de lo que más que ciudad era una villa, poniendo a trabajar las gárgolas para desaguar los techos, mientras el cielo se cubría de destellos provocando descargas tronantes que hacía a mujeres temerosas abrazar a sus hijos. La corriente era tumultuosa, de poca profundidad, pasando por las orillas de las banquetas, metiendo los pies la chiquillada que con gran alborozo chapoteaba en el agua, produciendo un peculiar ruido.

Las tardes ponían su granito de arena, para hacer las cosas placenteras, volviéndose frescas y perfumadas. Las vistosas buganvilias parecía que treparían hasta las azoteas y la flor de azalea daba colorido a las reuniones. Las familias, pasada la tormenta, sacaban sillas al frente de sus casas en un sabroso palique en que se contaban experiencias, recuerdos y anécdotas o de plano historias inventadas. Había quien recitaba las estrofas de un inocente poema y quien entonaba a capela una canción de moda. De no muy lejos a nuestros oídos llegaba el tañer de las campanas que invitaban a un acto de contrición.

La cosa es que los colguijes le daban a aquel villorrio unas pintorescas calles con la vívida impresión de que por ahí habían pasado Picasso o Dalí. ¿Usted, amable lector, ha tenido la experiencia de sentir que ese momento lo ha vivido en el pasado?, pues eso nos pasaba a los que habitamos en el Torreón que en ese entonces, teníamos la sensación de que asistíamos a un desfile militar cubierto de estandartes, banderines y pendones en la antigua Roma.

"Todos hemos tenido alguna vez la sensación de que lo que estamos diciendo o haciendo ya lo hemos dicho y hecho anteriormente, en una época remota. De haber estado rodeados por las mismas caras, objetos y circunstancias, de que sabemos perfectamente lo que diremos a continuación, ¡como si de pronto lo recordásemos!", decía Charles Dickens.

En la sensación se percibe que uno ya ha estado en un lugar que jamás había visitado. Se han invocado a los sueños, a la reencarnación e incluso a los viajes extracorporales llamadas también proyecciones astrales, como explicaciones a este fenómeno.

Cabe decir que el déja' vu se asocia con la precognición, la clarividencia o las percepciones extrasensoriales. Aunque explicaciones no científicas atribuyen la experiencia a la profecía, las visiones o los recuerdos de una vida anterior, suele pasar que el déja' vu pudiera ser considerado como una memoria de sueños olvidados.

Se dice que George W. Bush sueña (pesadilla) que es repudiado por los países árabes y cuando despierta deja de fantasear para realmente ser despreciado. Ese desprecio lo mostró el periodista Muntadhar al Zaidi arrojándole violentamente, uno tras otro, sus dos zapatos en un salón donde el ahora expresidente se encontraba presidiendo una reunión junto al Primer Ministro de Bagdad. Ese gesto de protesta cundió como una práctica por todos los países del mundo. Aquí en nuestra patria un joven que responde al nombre de Omar Jair Pineda, asistió al segundo informe del gobernador de San Luis Potosí, aventándole un zapato. En fin, se habían tardado, comentó un político bisoño, añadiendo displicente, en el caso de Bush no es que eludiera con destreza los proyectiles lanzados por el periodista iraquí, con rápidos movimientos de su torso, lo que en realidad sucedió es que los zapatos, a pesar de que per se constituyen un símbolo de impureza, se negaron a siquiera rozarse con el cuerpo del entonces mandatario.

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