L Os alquimistas, como todos sabemos, eran hombres que se pasaron la vida tratando de convertir el plomo en oro.
Buscaron, por siglos, la fórmula química que prodigiosamente transmutara esos metales para volverse ricos, muy ricos.
Creo que nosotros, nos pasamos la vida aplicando el proceso inverso.
Todos los días llegan a este mundo y a esta Tierra nuestra, seres humanos, pequeñitos, que son verdaderas pepitas de oro y nosotros los transformamos en plomo.
Padre, maestros, ministros de culto religioso, entre otros, echamos a perder a esos seres indefensos que todo lo que desean es una vida feliz.
Ellos se conducen por este mundo con ingenuidad, nobleza, integridad, asombro, sueños y esperanzas, confianza, bondad y muchas más cualidades que nosotros les vamos quitando cuando, según creemos, los "educamos" en la familia, la escuela o el templo.
Ellos, a propósito de estas épocas, creen fervientemente en el Niño Dios y los regalos que les trae el día de Nochebuena. Y llega un momento en que nosotros les arrancamos esa ilusión tan maravillosa.
No hay nada más emocionante que despertarse en la madrugada del día 25 y ver el árbol de Navidad lleno de regalos y dulces.
Pero egoístas que somos, con gran placer nos disponemos un día a robarles esa ilusión.
No hay una edad para dejar de creer, entonces ¿por qué arrancarla de tajo aun a edad temprana?
Cuando mi hermana Chacha estaba en sexto de primaria, la maestra (ignorante como muchas) les pidió abiertamente que no les dijeran a sus hermanitos que el Niño Dios no existía, porque les robaban la inocencia. Y Chacha la miraba con ojos de plato, porque ella aún creía y la que le estaba echando a perder su sueño era la maestra.
Tengo una buena amiga que aún va con el psiquiatra, porque no se repone de aquella decepción que le causó el que una prima le revelara la verdad.
Además, cuando uno enfrenta esa realidad no sólo pierde la ilusión, sino que además, le cambian los juguetes por ropa y eso no es nada agradable.
Yo quisiera seguir viajando y soñando en aquel avión de pedales que me trajeron en Navidad. Aunque ya no cupiera en él, me bastaría con verlo para poder soñar.
So pretexto de un pragmatismo odioso, les revelamos el mundo verdadero y ese mundo es en verdad desastroso, desilusionador, ofensivo, agresivo y pestilente.
¿Por qué no dejarlos que ellos solos vayan construyendo su libertad sin dejar de soñar?
¿Por qué no dejarlos que sigan jugando y piensen que el mundo es eso, sólo un juego donde el que gana no avasalla, ni el que pierde es aplastado?
Pero tratando de educarlos convertimos pepitas de oro en plomo que aumentará el peso de sus vidas y los llevará a la desolación.
Hay en mi familia dos de estos seres que espero en Dios crezcan libres y felices: Sofía y Bárbara.
Son dos niñas que apenas comienzan su andar por el mundo y viven ahora felices sin preocupaciones, riéndose de todo y creo que también se ríen de nosotros, infelices ancianos que nos hemos convertido en plomo y queremos hacer lo mismo con ellas. Hay que cambiar esos parámetros si en verdad queremos cambiar este mundo.
Dejémoslos crecer ilusionados, disfrutando de la vida y de todo cuanto Dios nos regala. Tiremos a la basura todas las enseñanzas decimonónicas y dejemos sólo que ellos vayan construyendo su camino.
No pretendamos heredarles nada, que ellos busquen su camino y decidan qué hacer con su vida.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".