En la teoría nuestro régimen partidista es plural y equilibrado por
cuanto que abarca al conjunto del espectro político –derecha, centro e izquierda–, pero en la práctica ese abanico
se funde en un profundo conservadurismo.
Las diferencias doctrinarias entre ellas son coincidencia en la acción política,
ahí todos practican las peores tradiciones, vicios, costumbres y usos políticos. Las
tres principales fuerzas no
marcan diferencia: gobiernan y administran al viejo
estilo, legislan con la vista
en el espejo retrovisor, reivindican la extorsión y el
chantaje político así como
lasmañas y lamarrullería, y
son desde luego más reactivas que proactivas. Las tres
resisten el cambio, rehúyen
los nuevos recursos.
Estos primeros días del
año, esas fuerzas han renovado el acuerdo de decirle no
al futuro y dejar a la ciudadanía colgada de una falsa
expectativa.
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Revolucionario Institucional. El ungimiento de
Humberto Moreira y su inmediata y rocambolesca actuación avanza a paso acelerado hacia un muy próximo
pasado.
En cuestión de días, la
fuerza tricolor rehabilitó dos
viejísimos recursos de su
subcultura política e incorporó uno aportado por el panismo. La cargada como mé-
todo democrático de selección y el corporativismo sindical como seguro de vida,
además de la ocurrencia foxista como un efectivo recurso de campaña.
La cargada en favor del
coahuilense como insospechado líder partidista deja
entrever el regreso de Elba
Esther Gordillo por sus fueros dentro del tricolor y, evidentemente, si el gobernador
Enrique Peña sale bien librado del concurso electoral en
el Edomex, abrirá la posibilidad de que el corporativismomagisterial apoye la elección presidencial de Peña.
Esa viejísima práctica de
encontrar amparo en el corporativismo sindical –de la
cual también echaron mano
el foxismo y el calderonismo– es entender el futuro como la vía corta al pasado. La
lideresa magisterial sabe
que, en ese concepto de la política, el valor de su mercadería la hace un factor imprescindible. Así, la oferta
tricolor no es recuperar el
poder a partir de su replanteamiento, sino sobre la base
de sus más viejos resortes.
Asumen que pueden regresar no por que sean mejores
que quienes los desplazaron,
sino porque éstos resultaron
peores.
Por esa añoranza tricolor
por el pasado, no cobra fuerza la propuesta del senador
Manlio Fabio Beltrones de
debatir para qué regresar al
poder. El priismo quiere el
poder, eso es todo. Quiere recuperar el pasado, no construir el futuro.
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Revolución Democrática.
El perredismo ha hecho de
su crisis una forma de vida y
de las prerrogativas electorales y los presupuestos pú-
blicos razón suficiente para
mantenerse juntos, pero desunidos. Pueden chocar, pero no romper. No es que no
se atreva a refundar su organización, no quiere.
Por eso, la contradicción
entre sus corrientes internas es el símbolo de su cohabitación. Una puede plantear
alianzas sin importar con
quien y la otra imponer arbitrariamente candidatos propios aunque no satisfagan
los requisitos legales para
competir. Ambas corrientes
coinciden en que, ante el fracaso de una u otra estrategia
o el descarrilamiento de su
eventual triunfo, podrán
echarmano de la descalificación de la elección y derivar
ganancias aun cuando no sean las esperadas.
Esa histórica actitud de
la izquierda mexicana de
empezar por eliminarse entre ellos siempre le hace perder de vista a la ciudadanía,
ayuna de una izquierda moderna, fuerte, democrática y
cohesionada. El interés del
perredismo está puesto sobre sí mismo, no en la sociedad. De ahí, el vicio de correr siempre por las dos pistas: la institucional y la no
institucional, elmovimiento
y el partido, la participación
dentro los cauces legales para exigir derechos y por fuera de esos cauces para evadir
obligaciones.
Y, como novedad integrada a esa vieja forma de hacer
política, el clientelismo, que
los emparenta con el resto de
sus contrincantes.
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Acción Nacional. En la
primera quincena del año,
como gobierno y partido,
esa fuerza reivindicó varios
de los vicios que cancelan el
futuro.
Los cambios en el gabinete y en el partido ratificaron
una vieja costumbre: el gobierno es la agencia de colocación del partido y éste el
paracaídas de los funcionarios desahuciados. Esos ajustes confirmaron que un partido en el gobierno debe privilegiar los intereses electorales, no los nacionales. Voluntaria o involuntariamente, el panismo y el gobierno
reivindicaron la subcultura
política priista: si un mal
funcionario es amigo, su ineficiencia y falta de efectividad no supone castigo. Si Cecilia Romero no pudo con los
migrantes, si Juan Molinar
no pudo con las comunicaciones, déseles cabida en la
dirección del partido. Ya se
verá qué hacer con el gobierno.
Además, en esta primera
quincena del año, el jefe del
Ejecutivo hizo suya una viejísima práctica: si el gobierno comete errores o fracasa
en la implementación de una
política, debe sostenerla a
como dé lugar para no dar
muestra debilidad y mucho
menos actuar bajo presión.
Si antes dijo que se libraba
una guerra contra el crimen
e incluso vistió el uniforme
de campaña, niéguese el dicho y el hecho. Si son muchos los muertos a causa de
esa estrategia fallida, divúlguese la captura del 51 por
ciento de los jefes criminales. Hágase lo necesario, pero por ningún motivo reconózcase el error.
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La riqueza ideológica de
nuestro régimen partidista
es a la vez, por absurdo que
parezca, su miseria política.
Pueden marcar sus diferencias doctrinarias frente a
asuntos que exigen una definición ideológica, pero subrayan su coincidencia en la
práctica política. Así, acceder al gobierno u ocupar
asientos parlamentarios es
disponer de plazas laborales
para los compañeros y de recursos extra a las prerrogativas para el partido. Así, a
la ciudadanía es menester
considerarla en temporada
electoral, pero no fuera de
ella ymenos en la implementación de las políticas nacionales. Así, los grandes pendientes nacionales es preciso atenderlos siempre y
cuando no se afecte la posibilidad de beneficiarse de los
poderes fácticos que resisten
su atención.
Esos vicios, usos y costumbres políticas unifican e
igualan al conjunto de los
partidos y anticipan que no
habrá de dónde elegir en su
momento y sí mucho que temer. Esta vez, el crimen y
violencia juegan sus cartas.
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Por todo eso, es cierto,
hay que exigir nueva política, más futuro, menos pasado... no más sangre.
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